Las memorias de mi padre

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Hay quiénes han reído, llorado y descubierto parte de sus raíces. Historias que hablan desde ese otro tiempo de valor por lo colectivo. Eso es el libro de mi padre, “Arreando sueños: Memorias de un rufiniano”, lanzado de forma independiente en febrero de este año, tras años de escritura y poco más de dos meses antes de que este viejo cóndor decidiera volar hacia las cumbres. Este es mi prólogo para él, uno de tres, y en este día del padre me doy la licencia de compartirlo.
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“Ha tomado sus buenos días cristalizar en palabras lo que quisiera decir sobre el poeta y escritor Hector Flores Donoso y su libro “Arreando sueños”. Probablemente, lo primero sea aludir a frases y figuras que desde niña se grabaron en mi registro entre discursos escolares, libretos para actos partidarios, premiaciones de concursos literarios, poemas y décimas dedicadas a la familia: siembra y cosecha, camino, monte, cerro, lluvia. Un imaginario simple, más bien, que rescata el aplomo de la simpleza en medio de la complejidad de la vida… la suya, la mía, de quien sea. 

La mirada de un hombre “que creció con el siglo, con tranvía y vino tinto”, como escribiera José Tcherkaski en “Mi viejo”, cuyos versos cantados por Piero no olvidaríamos. Así se entregan las palabras, para que queden impregnadas en la memoria de otros y otras, en el entramado de sus recuerdos. Por todo esto y para explicarme mejor, debo decir que se me ha invitado nada menos que a prologar el libro de mi padre, el “profe Flores”, llave que le permitió entrar en la vida de tantos hombres y mujeres a través de la palabra, y hoy yo tengo la osadía de hablar de la obra de quien ha germinado a la vez en tantos y tantas. 

“Arreando sueños. Memorias de un rufiniano” relata, desde una perspectiva muy personal, la conformación de la Comunidad Entre Ríos de La Rufina, en la precordillera de la Región de O’Higgins. Y ese es, precisamente, el valor de las memorias: relevar lo particular en la historia oficial y general, escudriñar en el día a día, en el cotidiano de quienes, en una época marcada por la agitación social y la valoración de lo comunitario como forma de vida, parieron con esfuerzo y unidad un espacio para el esparcimiento de sus familias… lugar que, en el tiempo, se convirtió en una pieza vital en la biografía de quienes allí aprendimos a soñar.

Quizás por esa razón era imposible para el escritor limitarse a hablar solo de lo que ocurría en el bajo habido entre los ríos Claro y Tinguiririca, sino que fue preciso ir más allá, añadiendo hebras, caminos, surcos de otras historias suyas que se conectan en el tiempo. Éstas son el contexto para el desarrollo de la historia central, cuyo surgimiento es el reflejo de ese tiempo convulso y bello de ideologías, y que será más tarde refugio de soñadores en las horas más dolorosas de Chile durante la dictadura. 

Por eso y como el mismo autor señala, no busquen en estas líneas relatos exactos, fechas ni descripciones fieles. Lo que sí hay es lealtad al modo tan propio de mi padre para ver la vida, con un tamiz de poesía siempre, una necesidad casi heroica de rescatar las vidas sencillas de hombres y mujeres sin nombre, sin rostro, que construyeron caminos, levantaron tijerales, cosieron las faldas, hornearon el pan, los que pasan por la vida sin más condecoración que la sabiduría anidada en sus ojos. 

Desde un relato madre, que podría ser la narración de cualquier otro balneario en cualquier otra región, con cualquier otro grupo de personas, Héctor Flores Donoso destapa con generosidad la olla siempre bullente de sus recuerdos para invitarnos a recorrer con él, en su bicicleta o en el cacharro Peugeot, quizás simplemente caminando, nada menos que la segunda mitad completa del Siglo XX y el ingreso no sólo a un nuevo siglo, sino que a un nuevo milenio, convirtiéndolo en testigo privilegiado y actor de reparto incansable de su época.

Los pasajes de este libro están lejos de ser un anecdotario o un gusto personal del autor. Más bien, constituyen un esfuerzo frente a la necesidad urgente de interrogar al pasado, algo que hacemos desde el presente, para imaginar y construir un mejor futuro. Son, en definitiva, un ejercicio de memoria que aporta al patrimonio cultural inmaterial de una ciudad, San Fernando, y su región; es el relato de una época, un pedazo de la historia, con personajes de carne y hueso. Algo tan necesario en un mundo que tiende al olvido y a lo desechable. 

Podría haberse quedado conforme con lo vivido, pero no, fue más allá y convirtió en palabras sus memorias, hizo acuarelas de prosa con sus recuerdos para que nosotros, los de hoy, pero también los que vienen, miremos al pasado con hambre de futuro. Hace unos días revisaba historias de canciones argentinas y una frase de León Gieco se me grabó como una plegaria: “que la reseca muerte no me encuentre, vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”… esa ansiedad se la debo a mi padre y compañero, al profesor y escritor Héctor Flores Donoso.”

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En “Arreando sueños: Memorias de un rufiniano”, de Héctor Flores Donoso,  2020 / Mago Editores

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