Carmen Berenguer: ecos póstumos de una poeta punk

La energía no se crea ni se destruye; se deshace, se transforma. Tal como lo hizo Carmen Berenguer (1946-2024) al explorar el lenguaje, tuviera éste la forma y el género que tuviese, porque la rebeldía y el feminismo eran algo intrínseco en ella, mucho antes de que se transformara, se reagrupara e incluso que existiese. La conocí grande. Tuve el privilegio. Y ahora es una estrella en la robusta constelación poética de Chile.
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Me reuní con Emperatriz del Carmen Berenguer Núñez el 29 de febrero de 2024 en su casa de Las Cruces, El Tabo. “Vivo en Avenida La Playa sin número, la penúltima casa antes de llegar a Ilimay”, me escribió por WhatsApp un par de días antes.

El hogar playero de la Carmen es una fortaleza ubicada en el barrio Quirinal, a los pies de la Playa Grande que, entre otras cosas, es donde parten hacia el sur las arenas oscuras de Chile. Llegué cerca de las 17 horas. Me abrió la pesada reja su hija, Carolina Jerez. Carmen estaba en la terraza, con la luz del sol que caía y entibiaba las piedras de los gruesos muros de piedra. Me senté y antes de comenzar la conversación la noté emocionada y le pregunté qué le pasaba. “Es que tuve un duelo muy fuerte. Me levanté un poco después de la tragedia y lo hice escribiendo”. Me dijo notoriamente afectada.

Creo que mi edad la hizo recordar a Carlos, su hijo, que falleció por un cáncer en octubre de 2022. Eso la golpeó en lo más profundo y era una herida abierta de la cual no quería ni podía hablar. Por eso, como saliendo de un bosque por el cual no concebía transitar, cambió rápidamente el tema y me contó que ese periodo la había pillado haciendo una readaptación de Hamlet, proyecto que comenzó justo después del estallido social de 2019 y el cual de alguna manera la había salvado. “El estallido para mí fue como una inspiración para escribir Hamlet, porque era toda la asonada joven que se expresaba y que de súbito llega al poder. No fue un proceso largo como el de otros que trabajan arduamente hasta conseguirlo. Esto fue cruzar una calle -como lo tengo escrito- y sentarse ahí, con los próceres. Así llega Boris (sic) ¿no? Entonces eso me permitió pensar en Hamlet como cualquiera de ellos. También como mi hijo, como cualquier hijo, que tiene sueños, que es romántico y también que tiene ímpetu. Pero que no tiene experiencia, lo que te puede llevar a cometer todos los condoros, porque no tienen la muñeca política”.

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¿La escritura fue tu terapia?

—Yo creo que fue la gran sanación. No fue un hospital, sino que la escritura. ¡Me levanté escribiendo! Hamlet me ayudó bastante para salir de mi depresión tremenda. Fue como un aliciente. Además, nunca pensé que podría hacer algo en ese estilo más teatrizable. No estaba en mi cabeza tampoco. Siempre escribí poesía o géneros, entre géneros, como que me auto estimulaba para no seguir el mismo proceso normativo de la poesía. Pero esta escritura fue bien sorprendente para mí.

Carmen estaba muy entusiasmada con su Hamlet, obra que había terminado de escribir hace muy poco y estaba presentando en lecturas dramatizadas, como lo hizo durante la última Furia del Libro y en Festival Santiago a Mil.

Los Premios

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¿Qué significado o importancia le atribuyes a los premios?

—Los premios son bien complejos, porque primero que nada son políticos. Siempre. Y uno tiene que saber eso, no puede ser tan inocente para no entender que, si no hay un jurado que haya leído tu trabajo o que sea afín a tu obra es muy difícil poder voltear las otras propuestas. Y, por otro lado, también es tendencioso, porque se instalan marcas de escritura que de pronto son las que prevalecen hegemónicamente, y las otras, que son extrañas en la literatura o que se escriben fuera de la marca dominante, las van dejando de lado. Y eso es muy malo porque, todo lo contrario, son a las que tal vez se les debiera poner mayor atención; son aquellos que hacen la pregunta para escribir.

La creación que rompe cánones muchas veces no logra ser comprendida en su tiempo… ¿Será que tu poesía también tiene ciertos componentes póstumos?

—Sí, claro, la poesía es de larga data. Tienes que leerlo desde una perspectiva lejana, para ver cuál es el grado de influencia de esa escritura, cómo se contrapone con otras, cuáles son los conceptos que se manejan, las metáforas que se usan, etcétera. Y cuando estás en una categoría diferenciada de otras, eso hace que se tenga que esperar mucho tiempo para tener resonancia, aunque algunos de pronto tienen una repercusión rápida, como sería el caso de Rimbaud… pero yo me quedo con Baudelaire, que para mí tiene más reflexión.

¿Cómo crees que será analizado en el futuro el trabajo de Carmen Berenguer? Considerando también lo que ha pasado con Pedro Lemebel.

—Creo que Pedro tuvo un empuje de reconocimiento mucho más rápido que todos nosotros, que subió como la espuma, sobre todo en la crónica. Fue relevante en la época, y relevante para él también haber escrito todas esas crónicas de tan alto nivel. En cambio, nosotros, o por lo menos yo, considero que tengo una elaboración distinta de la poética y creo que se ha demorado más el análisis de mi trabajo que los de Pedro Lemebel, mucho más. Yo creo que a mí se me ha leído muy poco, aunque hay gente que está leyéndome ahora, y que claro, pueden decir “lo importante que ha sido” o “lo que no ha sido importante”, anda a saber tú. Como le pasaba un poco a Nicanor Parra, que mucha gente no entendía lo que escribía.

¿Y qué piensas sobre la inteligencia artificial?

—No tengo muy claro todavía lo que va a pasar, pero no hace mucho un amigo me mostró el ejercicio de pedirle a la IA que escribiera una reseña de mí, y salió algo bien cercano, pero le faltaban algunos datos, y eso me hizo pensar que no todo está perdido, porque no todos tienen los mismos datos. Entonces hay ciertos grupos de poetas o escritores que pueden tener sus propios datos, entre ellos, y hacer algo personal, propio, que no pase por el consumo de una inteligencia artificial masiva, y si eso fuera así la labor se enriquecería mucho más.  Porque además una máquina no te puede subsumir en un solo discurso lo que tú eres. Eres eso y muchas cosas más.

Entonces, en ese aspecto, pienso que las nuevas generaciones van a tener mucha información de nada. Cuando tienes un cúmulo tal de información, al final se borra toda la información y ésta queda en cero, porque no te da el tiempo para consumir tal cantidad de datos. Es decir, consumirla, elaborarla y reelaborarla ¿me entiendes tú? La rapidez y la celeridad de hoy atenta incluso contra la poesía. Hay que admirar al elefante, a la tortuga, a los jorobados del desierto, los camellos. Son todos animales que van pausadamente y que han vivido tiempos eternos. La tortuga, imagínate, cientos de años. Entonces esa es una contra lectura de la celeridad, de la rapidez de la información… como el estar al día. No, a mí no me interesa estar al día.

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Feminismo

¿Cuánto influye la personalidad o el ambiente que rodea al creador en esa espuma de la que nos hablabas con Pedro Lemebel?

—Yo estoy lamentablemente en otro círculo, en el de las mujeres. Digo lamentablemente porque no debería marcarse como la mujer, sino que debería ser la poesía nomás, pero hoy está inscrita la poesía de género. Y eso le da otra connotación. ¿Qué significa? Significa que tienes que decir que eres mujer. A mí eso me parece aberrante, yo no tengo por qué decir que soy mujer. ¿Qué puedo ser? Trapero, cancha de tiro o ser otra cosa. No tengo por qué ser mujer para escribir. Tampoco ser hombre. ¿Te das cuenta? Entonces eso de alguna manera ha marcado este período o este siglo; la beligerancia de la normatividad del espacio. Por eso es tan importante que haya habido una revolución feminista.

A propósito. ¿Cómo ves el feminismo y qué crees que viene?

—Creo que debemos hacer una reflexión en torno al tema, pero una reflexión desde acá, como decía Ronald Kay, un señor que era casi alemán. Lo que no habíamos entendido es que tienes que escribir del pueblo donde tú vives, como lo hizo el autor de Paterson, William Carlos Williams, que escribía sobre la viejita que iba a comprar pan, la señora que pasaba por su puerta, el panadero que le venía a dejar el pan. Entonces lo que te quiero decir con esto es que hay mucha influencia, una hegemonía que ha existido siempre. Como la francesa en la literatura, con todos los movimientos que ello significa, lo cual está bien de recoger, analizar, pero eso no significa que abraces totalmente todo como si fuera tuyo. Yo creo que tiene que haber una oposición, una medida de cautela frente a que nos dicten como tenemos que ser o hacer. En ese sentido creo que hay que pensarlo y repensarlo. Por ejemplo, las categorías del feminismo, o las categorías de género, porque todo ha resultado en un negocio. Y se pueden molestar mucho conmigo, pero finalmente han terminado levantándose para hacer sus propios negocios; Business Cultural se llama. Todo hacia la academia norteamericana, para que te inviten, para que seas un profe de la academia norteamericana, o sea parte de una red de hegemonización, y que fue justamente lo mismo de lo que nos revelamos en los ’60. Entonces la izquierda, al acoplarse tan irrestrictamente ha perdido todo su derrotero. A mí personalmente me provoca porque a la hora de escribir yo no puedo hacerlo con esas herramientas. ¿Te das cuenta? Yo busco deshacer todos los cánones. Y este es un nuevo canon.

¿Se podría decir que el verdadero triunfo del feminismo será cuando ya no haga falta hablar de él?

—Claro, sí. Bueno, todo es así. Cuando se instala una categoría y pasa a ser de todos, conocida por todos, etcétera, como que se dice “ya lo logramos”. “Se acabó”. Ahora, en Chile no se ha logrado totalmente, porque hay mucha oposición y resistencia. Pero las chicas jóvenes que están estudiando esto creo que van a salir con un cuerpo de lectura interesante. Mujeres como Sofía Brito, una chica que escribió “ni una más”, o por lo menos estuvo en ese grupo del 8 de marzo, están pensando en esto, porque también es de una elite. La mujer no puede convertirse en una elite. ¿Todas las otras mujeres dónde quedan? Siguen padeciendo asesinatos, golpes y sigue siendo vilipendiada, mirada en menos, como la segunda de a bordo. Entonces eso es lo que no ha cambiado para nada. Siguen las mismas claves, la misma situación.

Poesía

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Estamos en Las Cruces. ¿Cuál es tu opinión con respecto al concepto Litoral de los Poetas?

—Me parece muy estimulante que exista un lugar así en Chile, porque por un lado pareciera que existe un exterminio de la palabra poesía y por el otro casi una refundación, lo que me parece hermoso, porque el germen también está en nuestros poetas mayores, que están ahí siempre. Es decir, mientras más gente escriba poesía, con éxito o sin éxito -da lo mismo- es muy importante porque te lleva a leer a un Cortázar, un Neruda o a un Vallejo, como cuando dice, por ejemplo: “aparta de mí este cáliz”, me entiendes. Entonces te pone en contacto con lecturas previas, porque de otra forma no puedes escribir. Todo viene de ahí, de tus lecturas, por eso que uno es un texto. Por eso en el fondo es una intertextualidad y, en ese aspecto, es muy valioso que haya poesía por todos lados.

El poeta Álvaro Ruiz, con residencia en Punta de Tralca, dice que la poesía es una sola. Que todo lo nuevo son versiones y reversiones de una misma fuente. ¿Qué opinas?

—Lo que dice es la reinvención de un mito. Es decir, hay un precedente y tú reinventas ese precedente. Así que en ese sentido es muy categóricamente estimulante tener que hacer ese trabajo. Tener que realizar esa invención. Es tremendo, no es cualquier cosa.

¿Qué consejo darías a las nuevas generaciones?

—Que el trabajo de la palabra es un aprendizaje que toma su tiempo. No es llegar y escribir un poema para luego decir soy poeta. No. Toma tiempo. Tienen que reelaborar, fundar mito, su mito, y eso toma años.

Para terminar. ¿Qué se viene para Carmen Berenguer?

—El Fondo de Cultura Económico está haciendo una reedición de mi libro “Naciste Pintada”, que salió como hace como 20 años o más. Eso me parece sensacional. Y al mismo tiempo quiero publicar mi «Hamlet”, que estoy viendo cómo hacerlo. Y esas serían las novedades para este año.

Legado eterno

Al despedirnos aquel jueves bisiesto de febrero, le prometí a Carmen que plasmaría nuestra conversación en un artículo, aunque me demoraría -le dije – por diversas obligaciones que tenía pendientes. Ella se veía bien, o sea, me contó que tenía asma, que los gases del estallido le habían dañado un poco el sistema respiratorio (vivía al frente de Plaza Dignidad, como le gustaba decir) y tenía que estar cerca de los hospitales. Por tal motivo no se quedaría durante el invierno en Las Cruces. Así todo se le escuchaba bien.

Pasaron poco más de dos meses. Mientras transcribía sus palabras y el eco de su voz resonaba en mis audífonos llegó la noticia de su partida, que fue comunicada por la poeta quisqueña Ingrid Yametti a través del Whatsaap interno de Litoral Poeta, cuando aún no se publicaba en ningún medio. Me golpeó de forma inesperada.

A través de esta publicación, que es un extracto de una conversación mucho más extensa, hago un homenaje póstumo con respeto y admiración a una mujer excepcional, revolucionaria, que siempre transformó la palabra en herramienta y arma para luchar contra la opresión y la injusticia. Es por eso -y mucho más- que su voz y obra seguirán vibrando eternamente entre los corazones de quienes buscan un mundo más justo y equitativo. Adios Emperatriz.

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Imagen del funeral de C. Berenguer en el Cementerio Católico de Stgo. – @gulppiz

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soy la esclava / yo soy esta / un kilo de carne negra / en la feria / carneada la ficcion / posta negra / un brazo /un muslo / esa / Carmen Berenguer
Pedir perdón a los pueblos originarios conquistados y a veces arrasados, no es algo que se deba despreciar y no importa cuánto tiempo haya pasado, sobre todo porque los efectos de las injusticias cometidas se mantienen.