Subestación Los Poetas

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Hace algunas semanas se dio a conocer un proyecto de tendido eléctrico para la zona alta de Algarrobo. Considera además la instalación de una pequeña terminal, que viene con acta de bautizo: subestación Los Poetas. El proyecto se ha envuelto en la polémica, ya que pretende atravesar parcelas y quebradas cubiertas de vegetación nativa, por lo que el nombre del sitio para juntar y repartir el cableado cobra un tono un tanto incómodamente melindroso. Pero es así. En estas tierras, son los poetas los que sobresalen, los que marcan con su timbre las señas de identidad, al menos en los papeles institucionales.
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No deben ser muchas las partes en el mundo donde un visitante pueda plantarse ante un terreno rodeado de rejas y sembrado de intimidantes dispositivos vibrando día y noche llamado “Los Poetas”. Vistas así las cosas, parece que acá las autoridades cometieron un exceso. Creo altamente probable que ninguno de mis amigos poetas que viven en la zona muestre algún grado de interés por asistir a un corte de cinta de un recinto de esa naturaleza. Y exceso, por lo demás, porque si bien dentro del ámbito de las letras la huella de los poetas ha sido de sobra meritoria, no han sido éstos los únicos en contribuir a marcar el perfil identitario de este territorio. Los escritores, sin ir más lejos, los narradores, tienen más de algo que decir en esto. Dos ejemplos que se me vienen encima, que comparto para que vayamos ensanchando la mirada.

1949. Manuel Rojas ha hecho un esfuerzo nada menor para levantar su propia casa en lo alto de los lomajes de El Quisco Norte, desde donde se domina el Pacífico en una panorámica insuperable. En ese, su refugio costino, avanza, llenando cuadernos con letra pulcra, en la escritura de una nueva novela, la tercera de su producción y que, con el pasar de los años, la crítica terminará considerando una pieza capital de la literatura chilena, “Hijo de ladrón”. Por esos años, su amigo, el poeta Neruda, ya tiene su casa algo más al sur, en Isla Negra, la que ha ido poco a poco remodelando. Pero sus obligaciones como senador de la República lo mantienen anclado en Santiago e, incluso, a comienzos del 49 tendrá que irse de Chile, perseguido por González Videla. Mientras, Rojas seguirá recorriendo y produciendo por estos pagos. Dos décadas más tarde, novelista y poeta, instalados en el litoral, escriben. Y dialogan. Forzados al reposo por la enfermedad que los aqueja, intercambian libros, los cuales marcan con un mensaje: “de cama en cama”.

1956. José Donoso tiene 32 años. Tras la publicación de algunos cuentos en revistas universitarias de Princeton, donde ha estudiado a principios de la década, el año pasado su primer libro obtuvo el Premio Municipal de Santiago, recibiendo el aplauso de la crítica. Se asoma como una de las promesas de las letras chilenas. Ahora todos sus esfuerzos apuntan a un objetivo más ambicioso, su primera novela. La envergadura de la tarea que se ha puesto por delante lo lleva a plantear una estrategia, el cambio de hábitat. Así, llega hasta la apenas urbanizada localidad de Isla Negra, donde ya reside Neruda. Para Donoso, el poeta es figura admirada y la más fuerte de la escena literaria nacional. Su cercanía, de alguna manera, le será propicia para la creación de su novela. Su temporada litoraleña se extenderá por varios meses. Al año siguiente, “Coronación” verá la luz, marcando el comienzo de una de las producciones novelísticas más relevantes de las letras chilenas del siglo XX.

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