Sobre el cacique en la Araucana, el poemario épico de "Alonzo de Ercilla"

Voltaire y Colo Colo

colo colo - voltaire
«La habilidad con la que el bárbaro Colo-Colo se insinúa en el ánimo de los caciques, la dulzura respetuosa con la que calma su animosidad, la ternura majestuosa de sus palabras, hasta qué punto le anima el amor al país, cómo penetran en su corazón los sentimientos de la verdadera gloria, con qué prudencia ensalza su valor reprimiendo su furor, con qué arte evita dar la superioridad a ninguno de ellos.»
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En su libro «Ensayo sobre la poesía épica», el escritor y filósofo Voltaire, una de las máximas figuras de la cultura europea del siglo XVIII, dedica un capítulo entero a «Don Alonzo de Ercilla». Y se concentra, como es obvio, en el célebre y único poema épico que el español había escrito hacía ya más de dos siglos, «La Araucana». El francés, muy en su estilo, no tiene pelos en la lengua para desmenuzar la obra que diera la inmortalidad a aquel aventurero hidalgo. En términos generales, la trata bastante mal. En rigor, a Voltaire le parece una obra plana, reiterativa, mediocre, la cual contiene solo un pasaje de calidad, incluso de gran calidad: la arenga del cacique Colo-Colo del Canto II. El autor de Cándido la pone literalmente por las nubes. La confronta nada menos que con Homero, y la arenga que Néstor le da a Aquiles y a Agamenón en La Ilíada. Acá, la intervención del cacique resplandece, al punto de hacer ver las palabras del griego como un mero «parloteo presuntuoso». Voltaire no escatima en elogios:

«La habilidad con la que el bárbaro Colo-Colo se insinúa en el ánimo de los caciques, la dulzura respetuosa con la que calma su animosidad, la ternura majestuosa de sus palabras, hasta qué punto le anima el amor al país, cómo penetran en su corazón los sentimientos de la verdadera gloria, con qué prudencia ensalza su valor reprimiendo su furor, con qué arte evita dar la superioridad a ninguno de ellos.»

El filósofo, en el fondo, queda tan deslumbrado con la altura de la sabiduría expresada por el jerarca indígena, Colo-Colo, que remata su análisis -como dije, muy desfavorable a la obra en su totalidad- con una línea lapidaria: «Este poema es más salvaje que las naciones que lo protagonizaron”.

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Isla Negra es un lugar tan especial como indescifrable. Efectivamente es una isla, lo llamativo es que sea negra. La poesía es negra; yace oculta bajo la sombra de lo no dicho. Allí, en pleno Litoral Poeta, en ese lugar mágico, vive hace casi ocho años la destacada poeta cubana Damaris Calderón, ganadora de la mejor obra y el Altazor 2014 (Las Pulsaciones de la Derrota); una mujer continente que nació en Cuba a finales del ’60, pero que el destino la trajo y la mantiene en Chile, esta vez en otra isla, una imaginaria y marcada a mar por la poesía de Pablo Neruda.
Ganador del VII Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador, El Salvador; del XXII Premio de Poesía Vicente Núñez, Córdoba, España; del I Premio de Poesía Carlos Oroza, Vigo, España. En Chile, también en los últimos meses, ganador del Aristóteles España de Castro, del Stella Corvalán en Talca. Atesora con frenético orgullo un segundo lugar en el Concurso de Poesía de El Quisco. Con los jurados santiaguinos le ha ido pésimo.
Un enemigo de vida / Un estúpido elegido con pinzas / El más grande / Un naranjo desteñido