«Yo estaba en ese tiempo en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, en el año 1950-51–le explicó a las alumnas del Liceo de Niñas Gabriela Mistral de Temuco en 1982–, escribiendo, puliendo libros: un mamotreto. Un buen día pasé frente a una librería; me llamó mucho la atención un libro que se exponía en ese tiempo, que estaba en la vitrina. El libro se llamaba «Apoemas»; autor, un poeta francés, creo que Henri Pichette».
No hay prueba alguna de que Nicanor Parra haya entrado a la librería, que seguramente es la librería Blackwell’s de Board Street, piensa Niall Binns, y haya comprado el libro. Retuvo el título que generalmente era lo único que le interesaba de los libros ajenos y de los propios.
«Me llamó mucho la atención a mí esta palabra, ‘apoemas’. Pero, a la vez, me pareció –a pesar del acierto– una palabra que estaba a medio camino. Me dije: ‘¿Por qué no le pondría directamente antipoemas en vez de apoemas?’. Me pareció la palabra antipoema más fuerte, más expresiva, que la palabra apoema”.
La fórmula le pareció novedosa entonces. Le seguía pareciendo novedosa cincuenta años después, cuando lo conocí. Gran parte de su conversación se basaba en subrayar justamente esa novedad. Los otros escribían poemas, él escribía Antipoemas. Definir qué significaba y que no la antipoesía era su obsesión más persistente. Reclamar el registro intelectual, la autoría del concepto, lo obsesionaba. No tenía paciencia para los que le recordaban que ya antes Vicente Huidobro se había calificado a sí mismo como antipoeta y mago, o que Wallace Stevens también había llamado, décadas antes, antipoeta a su colega William Carlos Williams ¿Sabía todo eso cuando se le ocurrió el nombre delante de la vitrina de la librería Blackwell’s? Nicanor Parra era una mezcla de cultura infinita con inesperadas lagunas literarias. Ocupado en tratar de entender las fórmulas de física cuántica, no leyó a Nietzsche hasta los años setenta, la misma década en que leyó por primera vez a Heidegger. Nunca lo escuché hablar ni bien ni mal de «En busca del tiempo perdido de Proust», ni de Flaubert, ni de Balzac, ni de Thomas Mann, Lampedusa, o Pasolini. No le interesaban las novelas. Hablaba de Dostoievsky, de Tolstoi o Chéjov de manera general, como quien habla de marcas de autos. Profesor de física, le bastaba el abstract del libro, la tesis resumida del escritor sin tener que pasar por los laberintos de su prosa, la materialidad del estilo que él prefería lo más neutro posible. Leía libros que explicaran o refutaran sus propias ideas de lo que era la escritura. Cuando se dejaba arrastrar por el ritmo de las palabras, por el brillo de las imágenes, buscaba la falla interna, la contradicción insalvable que le permitiera salvarse de ese pantano de sensaciones en que no podía dejar de esperar una trampa.
Es más que posible que no supiera en 1950 nada de William Carlos Williams y Wallace Stevens, poetas todavía poco conocidos fuera del circuito norteamericano. «En Oxford, Eliot era Dios», me decía en Las Cruces mostrándome con igual cantidad de desprecio una página de El Mercurio consagrado a su centenario. Leer a William Carlos Williams, que era de alguna manera un contra Eliot, habría sido quizás un alivio para Parra, que revivía en Eliot la pugna que lo enfrentaba con Neruda.
¿Leyó a Auden en Oxford, que también era una respuesta a Eliot? Muchos años después, en 1962, lo citó justamente en un homenaje a Neruda. En un homenaje contra Neruda. Pero Parra suele citar lo que acaba de descubrir y no lo que conoce desde hace muchos años, lo cual quizá sea un indicio de que Auden le empezó a interesar muchos años después de que en Oxford descubriera él no iba a ser poeta sino antipoeta. Antipoeta en un país, Chile, donde vive y reina «el poeta». En ese título descubrió una manera de posicionarse ante Pablo Neruda, el infinito poeta que juega a veces a ser la poesía misma. ¿Hay lugar para otro poeta cuando se vive a cuatro cuadras y media de Pablo Neruda? Becario en Oxford se le ocurre una salida, la única salida: convertirse en otra cosa. Antipoeta en vez de poeta, como la antimateria explica y refuta la materia.
Seguramente ese concepto de la física cuántica que intentaba estudiar influyó en el descubrimiento del nombre.
En cuanto a Vicente Huidobro, es imposible que en los años cincuenta no haya sabido Nicanor Parra que el gran poeta de vanguardia chilena se hizo llamar antipoeta y mago. Así pidió que quedara escrito en su epitafio, en la cima de un cerro del balneario de Cartagena, donde llevaba a muchos de los mejores amigos de Parra a cometer maratones de lectura de poesía donde siempre ganaba él:
Ni dadaísta, ni surrealista, ni futurista, ni mundonovista, ni masoquista, ni social revisionista ¡Creacionista, mujer por Dios! El poeta es un pequeño Dios, un pequeño Demonio es la misma cosa.
Describe Parra a Huidobro en un discurso pronunciado para su centenario, el 23 de septiembre de 1993, en la plaza de Lo Abarca, el pueblo viñatero donde Nicanor solía almorzar costillar de cerdo. En ese mismo discurso se declara tardíamente discípulo del maestro que en vida evitó para no ofender a “el poeta”, su vecino Pablo Neruda. ¿Es posible que no haya tenido en cuenta a Huidobro a la hora de inventar en Oxford la idea de la antipoesía? Es probable que lejos de Chile, y de los amigos que pudieran recordarle que su invento no era tal, su subconsciente haya llevado hasta la superficie una palabra que ya conocía. ¿Pero por qué, cuando se dio cuenta, no se corrigió?
«¿Antipoeta Vicente Huidobro? No.» –Escribe el «Discurso de Cartagena»: «Yo tenía entendido que el inventor de la antipoesía era otro. Me desayuno con esa noticia que me parece bien escandalosa para decírselo con palabras suaves».
El discurso entero es una aclaración del equívoco. Huidobro se enfrenta a Neruda, «el poeta», no desde la humildad arrabalera de Nicanor Parra sino desde el ego infinito del que se sabe un pequeño dios. La poesía de Neruda es llanto de hijo de ferroviario, descendiente del Cid que puede permitirse ser poeta y antipoeta. Huidobro es antipoeta porque es más poeta que «el poeta» mismo. Parra no compite en las alturas con esos dos espléndidos hechiceros sino que se sitúa en la vereda contraria. La antipoesía no es lo contrario de la poesía, sino lo contrario de la magia. El divorcio de esa pareja infernal que Huidobro llevó al máximo grado la de los versos y la brujería, la magia y la palabra, la alquimia y el verbo.
Nicanor Parra, Rey y Mendigo
Capítulo BLACKWELL’S
Pág 168-169-170-171