«Atazagorafobia, susurros a un futuro incierto», trabajo audiovisual dirigido por Carmelo Guerra y Sebastián González, tuvo su estreno esta noche a través de plataformas digitales. Se presenta como fruto de la labor colaborativa entre el Laboratorio Escénico de Teatro Testimonio y Memoria (LETTM) y el Taller Historias de Barrio del Centro Cultural de San Antonio. En poco más de una hora de duración, recoge y expone ocho testimonios en primera persona. Estilísticamente rehuye el tratamiento más propio de un documental, optando por un lenguaje visual de mayor dinamismo y riesgo, sin apartarse, en lo conceptual, de la línea de la no-ficción.
Cada una de las voces que integran este gran relato va entregando un registro particular en torno a un eje temático único: la relación de vida con San Antonio. En este sentido, Atazagorafobia tiene la habilidad de saber mantener vivo el interés del espectador, pese a que el camino de expresión que elige presenta dos peligros claros: por un lado, que una seguidilla de testimonios personales termine convertida en material apetecible solo para adeptos a la sociología y las ciencias sociales, y, por otro, que el tratamiento estilístico-narrativo fuera de lo convencional acabe atentando contra la indispensable claridad y orden que un trabajo de esta naturaleza requiere.
Estas ocho voces -femeninas y masculinas por partes iguales- integran diversidad. La multiculturalidad presente en el tramado social del puerto queda acá reflejada sin excesos, con naturalidad. La voz del venezolano trotamundos, parece en un primer momento algo rebuscada, errática, pero pronto termina convenciendo -en esto, en lo personal, ayuda particularmente el tratamiento visual. Hay relatos más duros, casi sin humor, y que se presentan en formato ceñido a los estándares del lenguaje documental. Pero siempre hay un detalle que inyecta esa dosis de aire para evitar la asfixia -como la música de la guitarra del último segmento o las deformaciones lisérgicas de las imágenes del relato del hombre de 37 años desencantado del mundo.
La banda sonora a cargo de Carlos Bórquez sabe comentar con sutileza cada uno de los relatos, aportando unidad al conjunto.
Atazagorafobia no falla como documental al entregar, a su modo, un testimonio humano auténtico. Y este, condensado en este reducido coro de voces sanantoninas, es triste, por momentos destila angustia, pero, más allá de eso, está expresado con un arte imperfecto pero de raro brillo. Y eso merece celebrarse siempre.