El nombre de José Fliman se asocia con el restorán vegetariano El Huerto -uno de los más tradicionales de Santiago- y, dentro de una esfera más local, con la Fundación Tunquén Sustentable -la que preside desde su formación hace cerca de una década-. Ahora, desde la publicación de Balneario hace menos de un mes, su nombre se asocia también con las letras. Y lo hace de una forma que, en lo personal, me sorprende. Balneario está compuesto por un conjunto de relatos que dialogan sin forzamientos dentro de cierta coherencia estilística -frases más bien cortas, humor seco, presencia del antihéroe que sucumbe de manera más o menos estruendosa-, pero, sobre todo, que ofrecen una lectura sin cortapisas. Hay algunos relatos que, incluso, despiertan el reclamo de un desarrollo mayor.
Converso con José. Que alguien dedicado a una actividad ajena a la creación literaria saque de pronto un libro, no es para nada inhabitual. Lo llamativo es que ese texto tenga reales méritos y no responda más bien a la mera necesidad de satisfacer el anhelo personal de tener un libro con tu nombre entre las manos. Balneario denota trabajo, madurez, y dado que su autor supo esconderse a la perfección bajo la fachada, primero, de empresario gastronómico, y, luego, de gestor medioambiental, esconde a su vez también toda una historia. Es momento que José nos la revele:
-No considero que «Balneario» sea un libro tardío. Es un libro que se publica ahora, porque es su momento. Intenté una vez que fuera publicado, pero ninguna editorial respondió. Hace un año y medio conocí a Galo Ghigliotto de Editorial Cuneta y sorteando estallidos y pandemias, apareció Balneario. A Cuneta le presenté quince cuentos de los que fueron elegidos los ocho que forman el libro.
-Comencé a escribir hace dieciocho años. Tengo setenta. Antes de eso escribía cartas y lo sigo haciendo, pero correos electrónicos. He asistido a varios talleres literarios. En los talleres hay lectores, escuchas y afinas el oído, se recomiendan lecturas y hay un profesor o profesora que enseña. Además te obliga a escribir, a cerrar los relatos que en mi caso muchas veces quedan a medio camino.
-Respecto a los contenidos, en todos los cuentos estoy yo, pero desde la literatura. Por ejemplo, a Jean Bon Dieu, protagonista del cuento del mismo nombre, lo conocí en una Pronto Copec. Me llamó la atención su nombre y lo trasladé a Casablanca, pasando por el Taller de Mimbres en plena ruta 68, por la plaza, por la iglesia y por los cerros del sector. No estoy seguro de que me gustaría que Jean Bon Dieu lea lo que imaginé para él como inmigrante.
-Los relatos que están en primera persona confunden a los lectores. Me identifican con el protagonista y en algunos casos les resulta chocante. “Es literatura”, he tenido que aclarar. (No aclare tanto que enturbia, dice mi amiga Meche). Uno de los más valientes es Nabokov que escribió Lolita en primera persona en los años cincuenta. No sé si tuvo o no que dar explicaciones.
-Sigo escribiendo, cartas, diario de vida. Tengo un par nuevo de cuentos. Me han resultado unas crónicas de pandemia que encuentro que están buenas. Me gusta escribir. Me calma la angustia. Otro poco me calma la meditación. Pero no toda, ya que sin ella no se puede escribir.