Hasta mediados de la década pasada -2014, 2015- las irrupciones de un singular artista callejero sacudían de tanto en tanto la tradicionalmente quieta vida cotidiana de los algarrobinos. Por medio de distintas «acciones de arte», este joven se encargaba, con un arrojo y un atrevimiento pocas antes visto a escala local, de expresar públicamente su malestar respecto a variadas problemáticas, desde la amenaza inmobiliaria sobre los humedales hasta el precario nivel de la educación pública.
Se trataba de Sebastián Carvajal, treintañero con estudios de arte dramático, oriundo de Quillota. Hoy, radicado en su ciudad natal, vuelve a aparecer en la escena artística, pero ya no a través de sus incendiarias performances, sino con la publicación de su primera novela, «Los perros poéticos», texto donde se condensan aspectos precisamente de su estadía en el litoral. Fiel a su estilo, Carvajal hace girar el relato en torno a la figura de Pascual, un conserje de un edificio ubicado a pasos de playa Los Tubos de Algarrobo, cuyo mayor anhelo está bien lejos de cualquier aspiración por consolidar su labor como empleado al servicio de familias pudientes, sino, por el contrario, apunta nada más ni nada menos que a convertirse en poeta. Y la novela nos ofrece una vía de acceso directo, sin cortapisas, a ese monólogo interno ante la situación contractual del protagonista:
«Pascual se asomaba al patio, hacía como que trabajaba en algo, como que veía las flores del patio, cualquier pelotudez. Cuando salían todos en familia a misa, Pascual saludaba con una sonrisa falsa, luego esperaba que se fueran y se entraba a leer.»
Más adelante:
«Pensaba en la decadencia de esta clase social y que por esto estaba tan hundido el país. Días antes la PDI encontró que el dueño de un departamento del edificio vecino, un turco millonario del que Pascual no recordaba el apellido, tenía pornografía infantil oculta en una caja fuerte.»
Y así como no hay remilgos al momento de transparentar el sentir del protagonista ante sus empleadores, la novela resalta también por la contundencia al momento de desarrollar aspectos de la intensa vida sexual de sus personajes:
«Omara se dejaba besar sin respiro, lento. Sus labios carnosos se salían de ella y entraban en los de él. […] El corazón de Pascual estaba firme y saltaba. Ahí en el mirador se sumergió en Omara. Metió la mano por su pantalón, estaba muy húmeda, ella se los sacó rápidamente y él, aun más rápido, se desnudó completo. Bajó a la profundidad de su vagina, estuvo ahí por mucho rato, muy incómodo ya que el asiento del copiloto era estrecho, aunque no le importó. La lamía como un perro de arriba abajo; el clítoris, en especial, lo lamía horizontal, como sacudiendo la cabeza, como diciendo que no. Subió sólo a dar un sablazo certero y despojarla de toda su ropa. Ella dudó un solo segundo[…] ya estaba desnuda en medio del mirador de El Yeco. Era el lugar preferido de Pascual, sobre todo cuando había luna llena y se reflejaba en la bahía inmensa, donde la vista llegaba hasta San Antonio.»
La aparición de «Los perros poéticos», con sus eventuales imperfecciones, merece ser destacada como un claro aporte a la escena creativa y literaria de la provincia, por tratarse de una aproximación literaria en clave autobiográfica de particular intensidad, honestidad y vértigo.
LOS PERROS POÉTICOS. 264 páginas. Ediciones Tralcamahuida.