El 20 de abril de 1949 empezó en la Sala Pleyel de París el primer Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, amparado por la intelectualidad comunista y con evidente cercanía a las posiciones soviéticas, en un momento en que solo Estados Unidos tenía armamento nuclear. Fue convocado por un grupo de setenta y cinco intelectuales de diecisiete países y su temario abordaba asuntos como la carrera armamentista, el papel de las Naciones Unidas en la preservación de la paz en el mundo, la prohibición de la propaganda de guerra, el respeto a la soberanía de las naciones… A su inauguración asistieron casi tres mil delegados en representación de setenta y dos estados, principalmente artistas, científicos e intelectuales, como Charles Chaplin, Paul Éluard, Frédéric e Irène Joliot-Curie, Pablo Picasso, Giulio Einaudi, Pietro Nenni, Arnold Zweig, Howard Fast, Langston Hughes, Iliá Ehrenburg, Diego Rivera, Lázaro Cárdenas, Nicolás Guillén, Juan Marinello, Jorge Amado o Miguel Otero Silva.
Uno de aquellos días Pablo Picasso e Iliá Ehrenburg se dirigieron a una calle próxima a la Comédie Française, donde Neruda estaba instalado desde hacía muy poco con Delia del Carril. «Al verlo me quedé sorprendido», escribió Ehrenburg, «nunca habría pensado que un bigote, incluso uno tan enorme, pudiera cambiar hasta tal punto el rostro de una persona. […] No podía dejarse ver en la Sala Pleyel hasta que las autoridades «legalizasen» su entrada en Francia, un asunto que todavía, en ese instante, era objeto de negociación». Almorzaron y el poeta les relató su huida de Chile. «Elogió el vino de Borgoña, sin dejar pasar la ocasión de mencionar que en Chile había vinos mejores».
Fue en aquellas semanas cuando se estrechó su amistad con Picasso. «Ingresé a París de manera milagrosa y clandestina», dijo en abril de 1973. «Por supuesto, no tenía papeles ni mucho menos un pasaporte con mi nombre. Picasso me acogió en Vallauris [su casa de la Costa Azul], me dio las llaves de su taller, lo que ya era una prueba de máxima confianza. Y no solo eso: se preocupó de mis papeles y de que no fuera expulsado de Francia. Hizo toda clase de gestiones, a pesar de que siempre estaba trabajando y que no gustaba distraerse en cosas ajenas a su pintura. Le hablaba a personajes de la cultura y la política. Tomó mi situación como una causa propia». Así lo corroboró Jorge Amado, quien acompañó al pintor español en su recorrido por varios despachos parisinos para principalmente solucionar la situación administrativa de Neruda en Francia. Mientras tanto, su esposa estaba ingresada en el hospital, a punto dar a luz. En un momento, desde un bar, telefoneó al centro sanitario y le confirmaron el nacimiento de Paloma y que Françoise se encontraba bien. Solo faltaban unos detalles finales para resolver el problema del poeta chileno y Amado le indicó que fuera a conocer a su hija. Pero lo rechazó y comentó tajante: «Solo cuando lo hayamos resuelto». Ante las rígidas normas de inmigración galas, Neruda tuvo que salir de Francia, con la policía de fronteras avisada, y volver a entrar ya con su pasaporte en regla.
Fue en la undécima y última sesión del Congreso, el 25 de abril, cuando Yves Fargue anunció la intervención de un último orador: el hombre que va a hablarles está solo desde hace unos minutos en la sala. Ustedes no lo han visto todavía. Es un hombre perseguido… Es Pablo Neruda». Su entrada fue acogida por una ovación «ensordecedora», anotó Ehrenburg. «No todos habían leído sus poemas, pero lo cierto es que nadie ignoraba que era el famoso poeta que se había opuesto a un dictador, que había vivido en la clandestinidad y cruzado los Andes». En su breve discurso, el poeta, que fue elegido como miembro del Consejo Mundial de la Paz, afirmó: «La persecución política que existe en mi país me ha permitido apreciar que la solidaridad humana es más grande que todas las barreras, más fértil que todos los valles». Se refirió a la amenaza de una nueva guerra en el mundo y, antes de leer «Un canto para Bolívar», aseguró que su experiencia y su poesía estarían al servicio de la paz.
El escritor estadounidense Howard Fast, militante comunista y autor poco tiempo después de la novela Espartaco, que inspiraría la célebre película protagonizada por Kirk Douglas, narró en un artículo su aparición en el Congreso Mundial de los Partidarios de la Paz: «Creo que fue el día en que Pablo Neruda llegó a la sala del Congreso cuando me resultó, más claro que nunca, lo que significan las fuerzas del genio, el talento y el intelecto que están de nuestro lado. Del lado de la Paz y la Democracia». Mencionó a algunos de los asistentes como Pablo Picasso, «el artista del mundo», Éluard y Joliot-Curie y su esposa, cuya presencia estaba anunciada y difundida. «Esa sensación de naturalidad desapareció cuando oí que Pablo Neruda, el poeta de Sudamérica —y el poeta del mundo, al igual que Picasso su artista—, se encontraba presente. […] Neruda, que era como la conciencia del mundo, que había hecho una nueva canción vital y democrática y una nueva y más terrible denuncia de la corrupción del imperialismo. A través de Neruda, Chile había tomado forma para el mundo. No sé cómo Neruda llegó a París, pero llegó. Recuerdo que corrí al hall principal. Fue un momento de interrupción, pero en la plataforma una multitud oscurecía al hombre que se había transformado en leyenda. Subí, esperé y después de un instante pude estrechar su mano y transmitirle los saludos de mi país. No hablamos mucho. Estaba muy cansado y cien personas le hacían preguntas simultáneamente. Con una mano se tenía de Picasso, como si esta realidad pudiera disiparse repentinamente, y con la otra saludaba y saludaba».
La noticia procedente de París recorrió el mundo transmitida por las agencias de noticias: «Intempestivamente y sin aviso de ninguna especie apareció hoy en esta capital el perseguido poeta comunista chileno Pablo Neruda. Asistió a la sesión matinal del Congreso Mundial de los Partidarios de la Paz que se realiza aquí y dirigió la palabra desde la tribuna. El más profundo misterio rodea las circunstancias en que logró salir de su país y realizar el viaje», decía uno de aquellos cables, citado por El Siglo muchos años después. Desde luego, González Videla y su Gobierno quedaron en ridículo, puesto que tan solo unos días antes el director de la Policía de Investigaciones, Luis Brun D’Avoglio, había asegurado ante la prensa que el poeta permanecía en el país y que su detención era ya inminente… Inicialmente, Brun D’Avoglio intentó negar la evidencia y culpar a los comunistas de una treta, pero la publicación de una fotografía de Neruda en París abrazándose con Vicente Lombardo Toledano en la revista Ercilla arruinó sus excusas.
Mario Amorós | Neruda, el príncipe de los poetas
páginas 278, 279, 280, 281