8 de septiembre de 1954: Neruda le da la bienvenida a una Mistral que se despide

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Gabriela Mistral recibe el Nobel de Literatura en 1945. Como sabemos, nunca antes un escritor latinoamericano lo había recibido, ni, todavía menos, ninguna mujer en toda Iberoamérica. Cuando lo recibió, los jueces dijeron que su voz que era «símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano». Es probable -y quizá, en el fondo, sea lo más seguro- que acá en Chile la decisión y, sobre todo, la contundencia del criterio de los suecos haya sorprendido a muchos, a la mayoría. Pero la Mistral, en la medianía de los cincuenta, ya había entonces desarrollado una trayectoria impresionante, que todavía ahora, a casi ochenta años, te sigue dejando con la boca abierta cuando la revisas.

Tras el premio, la Mistral no vuelve a Chile sino hasta 1954. Esa visita es, por cierto, una de las fechas más relevantes de toda nuestra historia, desde la primera expedición de Almagro en adelante. Más allá de los prejuicios y las estrecheces, el Nobel la ha convertido en una gloria. Pero deben pasar largos nueve años para que la maestra de escuela elquina vuelva a poner un pie en las tierras que la vieron nacer.

Si ajustamos el foco, su prolongada ausencia tiene más de alguna lógica: menos de un año después del Nobel, asume González Videla, quien a poco andar de su mandato impone uno de los golpes de timón ideológicos más violentos de toda nuestra tradición republicana. Promulga la Ley Maldita, se cuadra con celo y sin asco con los dictados de la política yanqui y se convierte en un represor contumaz. Una visita bajo el gobierno de ese pequeño tirano, que ha empujado a la clandestinidad a miles de chilenos, incluso al exilio a su amigo Neruda, se vuelve simplemente inviable. González Videla no deja el poder sino hasta 1952. Para entregárselo nada menos que a Ibáñez del Campo.

Su historia con Ibáñez del Campo, «El Caballo», es personal. Veinte años antes, durante el primer gobierno del general, este, furioso con las críticas que la poeta había osado dirigirle, opta por cancelarle de cuajo la pensión que desde no hacía mucho gozaba. Esto la Mistral no lo olvida. Que este «eterno sargento», como lo había tildado, que había alcanzado el poder por medio de un golpe de estado encubierto, fuera capaz de perjudicarla de esa manera, nunca lo perdonó. Retorna entonces a Chile, masticando a regañadientes la invitación de Ibáñez. Podemos percibir el grado de incomodidad sublime que siente cuando el general le pone una mano sobre su hombro, la pasea entre las multitudes, la agasaja.

Neruda, ya reinstalado en Chile, le escribe una carta extensa a modo de bienvenida, donde resuenan ecos, a su modo, de los mejores pasajes del «Canto General»: junto con un marcado, casi asediante, aliento de denuncia política, el poeta, desde su casa de Isla Negra, le hace ver que, en pleno septiembre, los yuyos, como una «alfombra temblorosa y amarilla» la reciben; le expresa su desconfianza por esa «tierra extraña» de donde viene -EEUU-, donde se incuban «grandes peligros para Chile», y aprovecha de hacer repaso de las más recientes negras intromisiones de ese grande, poderoso e infecto vecino del Norte, al tiempo que la celebra como hija de «estas piedras y este viento gigante».

El texto, que es extraordinario, también tiene un tono en más de un punto excesivo, nervioso. Pero se entiende: había costado tanto que la figura mayor de la cultura del continente retornara, que los quizá no demasiado numerosos locales de esta tierra remota, conscientes de la magnitud del evento, no pudieron sino disparar a discreción las mejores salvas en su honor.

La Mistral, quizá ya entonces enferma, moriría poco más de dos años después, víctima de un cáncer de páncreas en Nueva York.

8 de septiembre de 1954: Neruda le da la bienvenida a una Mistral que se despide | carta 1 | Litoral Poeta de Las Artes | Pablo Salinas

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