Estas tierras costeras del sector sur de la región de Valparaíso tienen un acervo cultural de relevancia. Incluso, me atrevo a decir con todas sus letras, de una relevancia que no deja de sorprender. Por todo el planeta se sabe de la larga y fecunda residencia de Neruda en Isla Negra. A esta se le suman, algunos peldaños más abajo en términos de repercusión, las presencias de Huidobro y Parra. Y, desde ahí, se salta, reglón seguido, al eslogan –Litoral de los Poetas-, que se fija en los letreros como pretendida marca del territorio. La cuestión que se maneja mucho menos, es que el abono cultural local va más allá de estas tres figuras. Mucho más allá.
Hace algunos años, en mi búsqueda de huellas del paso de artistas A.N. (antes de Neruda), di con la figura de Pedro Subercaseaux, el pintor de los más célebres cuadros de la historia de Chile, y su temporada a inicios del 1920 en Algarrobo. Poco después, supe de la presencia también algarrobina de otro pintor, de méritos y trascendencia estilística ciertamente mayores a los de Subercaseaux, Alberto Valenzuela Llanos, quien vivió en el entonces agreste villorrio apenas pocos años más tarde. Ahora, recién hace tres días, no descubrí pero sí pude distinguir con mucho mayor nitidez la rica relación de otro gran artista con otro de los puntos claves de este territorio: la del multifacético Pedro Prado -poeta, narrador, arquitecto, pintor- con Cartagena.
Cualquiera sabe que Cartagena a principio del siglo pasado era el balneario favorito de las clases acomodadas de la sociedad santiaguina. Prueba de ello, los extensos dominios que posee la familia de Vicente Huidobro en la localidad, que el poeta heredará y donde terminará pasando sus últimos años de vida. Pero Huidobro acabará sus días a fines del 1940, cuando el balneario entraba ya en zona de franco declive, quizá atraído, precisamente, por esa incipiente fragancia a decadencia. Durante los años de esplendor, la figura del músico Enrique Soro es una de las más destacadas. El cuadro tiene perfecta lógica: un artista en la plenitud de sus capacidades creadoras, que muy joven había recibido una completa formación en Europa, se conectaba con un medio social donde existían mayores posibilidades de dar con afinidades intelectuales, culturales. Más o menos en esta misma línea, pero al menos una década antes, se presenta el caso de Pedro Prado, el cual, estoy seguro, casi nadie conoce.
Lo de Prado y Cartagena, y, por ende, con estos pagos litoraleños, es fundacional. Las primeras señas de su presencia se remontan nada menos que a 1913. Esto es como una puja en un remate, ¿quién puede con 1913? Estamos en enero de ese año. El artista, con 26, que ha estudiado arquitectura sin llegar a titularse, está instalado en el balneario. Ha arrendado una casa y le dirige una primera y exultante carta al también poeta Manuel Magallanes Moure. Prado, aprovechando los bríos de su juventud, se desplaza inquieto por el territorio y va dejando detallado testimonio de lo que ve. Es un poeta, pero además un pintor; sus narraciones tienen una riqueza excepcional: su encuentro con un grupo de niños tuberculosos, residentes en el sanatorio local, que se bañan en la playa, las bodegas en ruinas de un puerto abandonado, el exquisito relato de su visita a Lo Abarca… Tras ese verano y el siguiente -1914- al parecer Prado no se vuelve a conectar con el litoral sino hasta algunos años más tarde, para, 1921, esta vez desde Llo-Lleo, dirigirle otra carta de su gran amigo Magallanes Moure, donde le informa del encargo que le han hecho de diseñar una iglesia en El Tabo… por desgracia, gratis.
En 1949, el artista recibirá el Premio Nacional de Literatura por su extensa obra literaria, la que incluye novelas como Alsino y Un juez rural, clásicos de las letras nacionales.
Quien quiera revisar la correspondencia de Prado a Magallanes Moure, puede hacerlo en este enlace.