Resulta interesante, quizá conmovedor, la paulatina caída de la economía mundial como la conocemos y el desvelo de estructuras y modos de socializar que se asoman tras la máscara del neoliberalismo que nos ha regido ya no sé por cuánto tiempo. Interesante sí, porque se ha confiado en ese sistema, o no, sin haber sido lo suficientemente ingeniosos para derrocarlo con la nueva forma de trabajo online que hoy está tomando a muchos por sorpresa, pero que debió ir a renglón seguido en cuanto nos enchufaron a la internet. Sucedió entonces que podíamos conocer el otro mundo sin viajar, conseguir libros sin ir a la biblioteca, hacer currículos digitales, enviar videos y fotografías, hacer videoconferencias y llamadas gratuitas, ver televisión, escuchar cualquier tipo de música, recibir cartas instantáneamente y demás. Acceso ilimitado para hacer y crear. Curioso resulta que, al menos en Chile y algunos otros países latinos, no se accedió al trabajo remoto, no así en países como España en que la modalidad de trabajo remoto lleva años funcionando.
Chile siempre ha presumido de ser el primer país de sur américa en que llega lo último en tecnología (es obvio que somos la carnada perfecta para la industria tecnológica ya que consumimos sin importar el costo), pero por mucho avance, las formas de trabajo no van de la mano con las posibles nuevas formas de productividad. Antes bien, siguió durmiendo en las viejas formas esclavistas bajo las cuales se cumple una jornada de ocho horas, a veces diez, en que no importa el rendimiento en las labores sino las horas que pasas en la oficina. A modo de ejemplo, hace años tuve un empleo en que debía transcribir resultados de encuestas de mercado. La cantidad de encuestas era inferior a la cantidad de horas que estaba en la oficina. Mi jornada laboral era de 8:30 a 19:30 horas, pero mi trabajo terminaba a las 12:30. El resto del día miraba la pared. Me pagaban por estar sentada sin hacer nada. Obviamente tuve que renunciar. Lo podía hacer. Pero hay personas que no pueden renunciar así de fácil por tener familia o tener deudas, casi siempre son ambas.
Las reales necesidades
Hasta el llamado estallido social, las nuevas generaciones atinaron a mostrar la desigualdad económica, los abusos laborales y lo encarecido de los productos de consumo básicos. Luego nos alcanzó el Covid-19 y nos mandó a reflexionar a todos para la casa evidenciando el insustancial consumismo. Y henos aquí intentando traducir lo que pasa, cómo adaptarnos y qué es lo que viene. Comienza a aparecer como novedoso el trabajar en casa. Se hacen notar las ofertas de trabajo incluso traspasando fronteras. Se empieza a notar que se gastaba en cosas innecesarias. El orden establecido tenía fracturas insondables hasta ahora en que se exhibe que somos dependientes de la buena voluntad de otros. Que la sociedad no estaba humanizada sino articulada para engordar el patrimonio de las familias con apellidos ya conocidos, y no sólo en Chile sino en el mundo. Sepan que esos apellidos están forzando la “vuelta a la normalidad” porque si no se les cae el capital. Si no observe a Trump o a Bolsonaro. De alguna manera, la pandemia vino a reforzar la intención de las demandas sociales, pero creo que más puntualmente vino a mostrarnos lo desencarnado que ha sido el ser humano en su forma (anti) social. Por ahí escuché que la economía se está tambaleando porque estamos comprando sólo lo que necesitamos. Ahora nos estamos mirando por dentro y estamos comenzando a ver al otro. Ahora tenemos la oportunidad de saber quiénes somos y qué queremos. Estamos conociendo las necesidades reales del vecino, del amigo, de la familia. Esto es un llamado a hacer comunidad, a cuidarnos mutuamente, a ser humanos.
Sobramos
También se ha apreciado con ahínco que la tierra no nos necesita, que hemos invadido los ecosistemas y el territorio de muchos animales que hoy caminan por las calles en varias ciudades del planeta al no vernos en el frenesí de esa cotidianidad en que vivíamos. Sobramos en modo consumista. Sobramos con el ego. Sobramos con la indiferencia y la ignorancia. Sobramos. Ahora dependemos de la buena voluntad de otros. Llega el momento de validar la autosustentabilidad y la sostenibilidad. Basta de manejo de conceptos que suenan bien. ¿De qué estamos hechos? Es lo que nos está preguntando esta pandemia. No podemos armar una nueva Constitución sin constituirnos primero como nuevos seres humanos.