Parte de la obra poética de Jaime Gómez Rogers, autor por todos conocido como Jonás, es un canto en clave popular para El Tabo. Para la construcción de su poesía, poesía profundamente localista en obras como Raíces Tabinas (1997), Jonás indaga en los orígenes de El Tabo y describe a su gente y sus asuntos en virtud de sus oficios y profesiones, de la estacionalidad, de los acontecimientos y de los escenarios en los cuales transcurrió el vivir de los tabinos insertos en contextos tantos naturales como culturales, durante una época de prosperidad, lectura que surge a partir de su tono nostálgico, de celebración de un pasado aparentemente mejor. Y es que tanto en su poemario Raíces Tabinas como en sus crónicas Desde la orilla. Crónicas del litoral central (2009), observamos una intención por parte del poeta, de registrar aquellos elementos que conforman la identidad tabina, vivenciados en su niñez.
Se examina la obra poética de Jonás inspirada en El Tabo, a la luz del concepto de lar, propuesto por el poeta Jorge Teillier, el cual fuese desarmado por el antipoeta Nicanor Parra, en un primer intento por liberarse de las gigantescas sombras de sus predecesores. El objetivo de este trabajo es leer algunos textos de la obra del poeta Jonás que celebren a El Tabo y su gente a partir del canto a sus elementos identitarios. A través de este análisis se busca poner el discurso identitario de Jonás al servicio de las inquietudes locales de reivindicación de los valores patrimoniales de El Tabo, surgidas tanto en el seno de las organizaciones comunitarias como de la institución municipal.
Jonás y los lares tabinos
Jonás fue un poeta intensamente lárico. Para comprender este concepto, debemos aproximarnos a la figura del poeta Jorge Teillier, y adicionalmente, explicar qué es el larismo a partir de la ontología del hombre, desde la esencia de su ser en tanto ser que «habita», concepción tomada de Heidegger: percibirse como hombre en la tierra en relación a cuatro categorías que no actúan separadas, que dialogan, a saber: Tierra y Cielo, los Divinos y los Mortales. Es decir, se habita sobre la tierra, bajo el cielo, ante los divinos y perteneciendo a la comunidad de los mortales. Para Heidegger, en el lar es posible ser un «ser humano» en el sentido pleno: en relación con el cielo y la tierra, y al habitar en el suelo donde están enterrados los propios muertos.[1]
El poeta Jorge Teillier, acuña el concepto de lar, refiriéndose a él de la siguiente manera:
«(…) ‘los poetas de los lares’ vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea». Esto a causa de «un rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megalópolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad el yo está pulverizado y perdido (…)».[2] En contraposición a esta condición del hombre en la ciudad, el hombre del lar encuentra en éste un mundo ordenado y, más importante aún, un mundo con el que se siente vinculado originariamente, con el que establece una relación de parentesco. Teillier intenta regresar a este mundo ordenado, a este orden inmemorial. Para él la ciudad se erige como un infierno del que debe escapar para volver al lar (su locus amoenus). Advertimos, sin embargo, que su regreso es a través de la memoria, pues ante las ciudades este mundo originario se ve destruido[3].
Jonás recrea en su poesía el espacio provinciano que tuvo lugar durante su infancia en El Tabo, como expresa en «Conozco el mar» («Yo no nací acá en El Tabo / pero en El Tabo nací / porque apenas la luz vi / me trajeron arropado»). El poeta intenta idealizar su niñez en El Tabo a partir de una escritura ensayada ya instalado en el espacio de la adultez. En “Niñez tabina”, Jonás canta “En esos años lejanos / todo era paz y armonía / la tierra nos ofrecía / con mano abierta su mano”, y continúa diciendo “no pensábamos en leyes / de colegio ni campana / vagando por el estero / se nos iba la semana”. Para el poeta, la infancia constituye su oikos frente al avance del progreso y la modernización.
Otros días vagabundos
salíamos a caminar
por la orilla de la mar
llegábamos a lejanía
donde nadie nos veía
como Dios nos echó al mundo
de un piquero en mar profundo
nos tirábamos a nadar.
Pero Jonás no se queda atrapado en la nostalgia por aquella época plena y feliz de la niñez, pues escribe en su «Un poeta inolvidable», crónica que recrea El Tabo de fines de la década de 1980, «regresé a vivir a la costa, volvía quizás también a buscar las huellas en los nidos que había perdido, hacía tiempo, en mi infancia pueblerina. Pero poco quedaba de eso».
«(…) ya en el aire se anunciaba un espacio de modernidad. El cerro ya no era el cerro. Y no eran simples alambres de púas los que dividían territorios. Incipientes calles, panderetas, cercos y construcciones, lo habían trizado y doblegado.
El Estero de Córdova, sitio incólume, donde la naturaleza crecía salvaje y centenaria, también había sido tocado. Árboles talados para leña de panadería, despojos de visitantes fugaces, plásticos en todas sus significaciones, huellas ácidas de ocasionales festines, le habían mancillado. Y ya no sería nunca más el mismo estero. Yo había pescado, de niño, peces plateados, donde ahora flotaban pañales desechables.
La playa, por último, que fue limpia como una perla inmaculada, era otra playa, casi irreconocible».
La praxis lárica que experimenta Jonás de regreso al paraíso de la niñez, lo desconcierta al ver las añoranzas que lo llevaban a revivir el espacio provinciano de su infancia, convertidas en ilusiones al constatar que éste se encuentra adulterado por la inminente llegada de la vida moderna:
«Aún no había llegado la televisión. Y, aparte del teléfono del Hotel, y el de los Carabineros, sólo funcionaba un teléfono público. Pero ya en el aire se anunciaba un espacio de modernidad».
Vale la pena referirnos a las similitudes – aprovechando su similitud territorial – que se encuentran entre los discursos poéticos de Jonás y Nicanor Parra en tanto ambos autores ensayan – cada uno a su manera – la escritura que recrea el espacio provinciano de la primera edad con énfasis en los elementos del entorno natural, sólo que Parra a diferencia de Jonás, lo hace de un modo bastaste peculiar. En su ensayo ¿Por qué ecopoesía?, el filólogo Niall Binns, autor que ha dedicado su carrera al estudio de Nicanor Parra, escribe: «La primera sección de Poemas y antipoemas (1954) incluye varios poemas situados en un ambiente campesino, pero un tono irónico desactiva la nostalgia rutinaria de tanta poesía provinciana preocupada por volver (…) a los ‘lares’». Para Binns, «en los poemas más celebrados de esa primera sección de Poemas y antipoemas – ‘Hay un día feliz’, ‘Es olvido’ y ‘Se canta al mar’ – la nostalgia está minada por un discurso hiperbólico y ridículo en su ingenuo sentimentalismo». «En la mayoría de sus antipoemas, Parra rehúye la idealización del espacio provinciano: los que celebran la armonía natural y los que buscan volver al paraíso perdido son personajes que deliran», explica Binns[4].
«A recorrer me dediqué esta tarde / Las solitarias calles de mi aldea / Acompañado por el buen crepúsculo / Que es el único amigo que me queda. / Todo está como entonces, el otoño / Y su difusa lámpara de niebla, / Sólo que el tiempo lo ha invadido todo / Con su pálido manto de tristeza.», escribe Parra en «Hay un día feliz», poema en el que el hablante retorna al espacio lárico con pesar al dar cuenta que «(…) el tiempo lo ha borrado todo / Como una blanca tempestad de arena!». Del mismo modo, en «Es olvido», el hablante parriano llora la muerte de «una joven pálida y sombría» («La conocí en mi pueblo (de mi pueblo / Sólo queda un puñado de cenizas»).
Elementos tabinos en la poesía de Jonás
Raíces Tabinas (1997), inaugura su primera parte «Tiempo Antiguo» con el poema «Origen de la palabra Tabo» («Cuando indagué por ahí / qué significa ‘Tabo’ / algunos me han contestado / que es palabra Maorí. / (…) otros dicen que en araucano / quiere decir ‘lo quebrado’ / la verdad que no he encontrado / de dónde ‘Tabo’ ha venido»).
En «Hundimiento del Castilla», por su parte, Jonás relata el naufragio del vapor Castilla que acaeció la mañana del 3 de marzo de 1940 («La niebla era tan cerrada / ni las manos se veían / apenas si amanecía / y ya parecía noche / todo era espantoso boche / de la gente que corría»).
Cuando la niebla en el cielo
de a poco se diluía
se vio que el barco se hundía
apresado por la quilla
antes de morir le daba
su nombre el barco a la playa
hoy se llama “La Castilla”
la misma que lo ahogaba.
Es de toda relevancia mencionar que una correcta lectura de este acontecimiento, incluye los poemas «Antiguos buzos salvan vidas» y «Los doctores», textos que continúan relatando los acontecimientos asociados a este naufragio. El primero de los textos mencionados versa de la siguiente manera: «Tres hombres de gran coraje / desafiando la rompiente / para salvar a la gente / a la muerte despreciando / iban al barco nadando / a través de la corriente». Y continúa enumerando a los valientes buzos que se echaron al mar al salvataje de los náufragos, tales como «Uno era don René Veas / gran buzo de esta comarca / el otro es Armando Llanca / si no me falla la memoria». «Los doctores», es el texto que cierra la trilogía que cuanta la historia del Castilla y que refiere al rol fundamental que cumplieron los doctores en los primeros auxilios brindados a los infortunados.
Por ese arrojo ese día
muchos hombres se salvaron
los que a la playa llegaron
arrastrando sus dolores
ahí estaban los doctores
con prisa los atendían.
La playa – naturalmente – es un tópico recurrente en el poeta Jonás. El título del texto «La playa era limpia y pura», es revelador en tanto las palabras «limpia» y «pura» no hace referencia necesariamente a la playa, sino que podría interpretarse como la playa en tanto contexto natural en el que es posible la realización de la pureza de la niñez. Esta mirada, surge a partir del giro que señala Jonás en este poema, desde la limpieza de la playa de arenas rubias (idea a la que tan sólo dedica dos versos), hasta la pureza de una niñez que se realiza en total plenitud gracias a la presencia de adultos que aceptan con desenfado sus travesuras y de un entorno natural saludable que posibilita un desarrollo colmado de libertades. En «La playa era limpia y pura», Jonás evoca la época de su niñez en la cual «La playa era limpia y pura / rubia la arena en la orilla», rememorando, a su vez, las jugarretas propias de los niños, («donde se iban las chiquillas / y como ave sin plumaje / se sacaban el ropaje / por mojarse las costillas») y continúa, «Nosotros los cabros chicos / creían que éramos lesos / no debíamos mirar eso / nos decían los mayores / (…) Lo que ellos no sospechaban / que sin parecernos malo / debajo del puente de palo / por las grietas de los tablones / les mirábamos los calzones / a las niñas que pasaban».
Éramos como los pájaros
que viven despreocupados
jamás se nos vio apurados
ni con cara de afligidos
siempre andábamos felices
como andan las codornices
cuando hay lombriz en el nido.
«Vivíamos sin apuro» y «Llegaba la primavera» – poema que clausura la primera parte de Raíces Tabinas, llamada «Tiempo Antiguo» – son textos en los cuales Jonás abraza los recuerdos de un Tabo en el que «no había luz como ahora» pero que aun así «se juntaban las señoras / a la orilla del brasero / cocina a leña y caldero / cuando caía lo oscuro / (…) A veces se hacían fogatas / y alrededor se cantaba / nunca en el grupo faltaba / armonía o acordeón / y subía una canción / hacia la noche estrellada», anhelando la posibilidad de una vida comunitaria propia de un mundo aún no sometido al progreso tecnológico.
A la hora de la comida
toda la familia entera
mi padre en la cabecera
y ahí está mi madre amada
para alumbrar la velada
varias velas encendidas.
Del mismo modo, en «Llegaba la primavera», el poeta concluye su canto nostálgico recordando las celebraciones de fiestas patrias de El Tabo antiguo («Con un orgullo sincero / invoco el tiempo pasado / que aquí en el pueblo de El Tabo / sabíamos celebrar / a la orilla de la mar / el dieciocho verdadero»).
Más adelante, en la segunda parte «Nuevos Tiempos», Jonás comienza a tomar conciencia de la desaparición del lar tabino con evidente resignación al ver que se ha perdido al paraíso que fue su infancia en El Tabo («Todo tiene su distancia / su ayer y su todavía / todo se cambia en la vida / lo más cercano es tan lejos / así se fue el tiempo viejo / arrastrando nuestra infancia»).
Ya no eran los soles de antes
empastaron la avenida
llegó la luz extendida
al cerro lo parcelaron (…)
Pero hacia al final del poema, Jonás se resiste a su propio sentimiento de resignación, pues «Digo esto porque si El Tabo / es distinto por afuera / como trigo en la pradera / como pájaro en la rama / lo mismo ayer que mañana / el alma no le ha cambiado». De modo que con buen ánimo en «Así pasaron los años», el poeta comenta haber conseguido trabajo como profesor de filosofía en un liceo de la ciudad de San Antonio, en un contexto temporal en el que «El Tabo estaba moderno». Sin embargo, en «Como un barco que se aleja», texto que cierra el poemario Raíces Tabinas, Jonás retorna a la añoranza del pasado en un último intento por «subir de raíz tabina / a ser pájaro que trina / cantando su amor al viento».
No es que cante la nostalgia
ni que triunfe la tristeza
si canté fue en la certeza
que hubo otros días mejores (…)
Pero yo quise escribir
de este Tabo tan querido
antes de que se haya ido
todo el pasado en el viento
este canto fue el intento
de valorar lo vivido.
[1] José Luis Rodríguez Jara. 2006. El habitar poético: visiones del lar y la ciudad en Jorge Teillier. Facultad de Filosofía y Humanidades, Departamento de Literatura, Universidad de Chile.
[2] Jorge Teillier. 1999. Los poetas de los lares. Nueva visión de la realidad en la poesía chilena. En prosa: Editorial Sudamericana Chilena, Santiago, p. 22.
[3] José Luis Rodríguez Jara. 2006. Op. Cit.
[4] Niall Binns. 2002. ¿Por qué ecopoesía? VV.AA., Ciclo Homenaje en torno a la figura y obra de Nicanor Parra. Coloquio Internacional de Escritores y académicos (Santiago, Ministerio de Educación: 59-73).