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Incursiones en el ecologismo por parte de los poetas de El Litoral de los Poetas:

Flora y vegetación de El Litoral de los Poetas: una celebración elemental en la obra de Pablo Neruda

Neruda y sus flores de la costa
A través de este análisis se busca homologar el discurso ecopoético de Pablo Neruda con la realidad ambiental local, de manera tal de articular un pensamiento ecológico constructivo provincial que integra el ámbito de las letras y la cultura.
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A mi amigo Luis Merino Zamorano y su celebración permanente a las flores de la costa

INTRODUCCIÓN

La ecocrítica, viene contribuyendo a la reflexión transdisciplinar al promover el diálogo entre los estudios literarios, las ciencias, las humanidades, la ética y el pensamiento ecológico en un contexto de crisis medioambiental provocada por la acción del ser humano en los ecosistemas a escala global[1].

Por su parte, los ecocríticos manifiestan que no existen principios fundamentales ni una metodología uniforme en el enfoque de los estudios literarios ecocríticos.[2] El profesor Roberto Forns-Broggi, propone una aproximación metodológica ecocrítica de los cuatro dones identificados en la ecopoesía latinoamericana, a saber, el don de la voz femenina, el don del reparo, el don de la hospitalidad y el don de la celebración[3]. El objetivo de este trabajo es leer algunos textos nerudianos que celebran la flora y la vegetación de El Litoral de los Poetas (San Antonio, Chile central). A través de este análisis se busca homologar el discurso ecopoético de Pablo Neruda con la realidad ambiental local, de manera tal de articular un pensamiento ecológico constructivo provincial que integra el ámbito de las letras y la cultura. En lo metodológico, estas lecturas siguen el don de la celebración, principio rector que rige la ecopoesía latinoamericana, el cual llama a proyectos abiertos y transversales de integración cósmica y sostenible, evitando la separación moderna cultura/naturaleza[4]. El profesor Forns-Broggi observa que, en la ecopoesía de la obra nerudiana, “la naturaleza se torna política, épica y mítica en Canto general (1950); gozosa y apreciativa en Odas elementales (1954), Nuevas odas elementales (1955) y Tercer libro de las odas (1957); cercana al mar y la tierra, y la pasión por las estrellas y el destino terrestre en Extravagario (1958)”[5].

A partir de Canto general, el poeta toma plena conciencia del paisaje latinoamericano: comienza a maravillarse de su riqueza. A este respecto, Niall Binns, observa la vuelta dramática del poeta a la Naturaleza, el descubrimiento infantil del bosque y las costas chilenas[6]. Para Forns-Broggi, la ecopoesía de Neruda analiza la génesis y mitificación cósmica del continente americano, sobre los ejes del amor y la armonía de la vida precolombina; la enumeración de especies vegetales y animales; la visión de la tierra como un ser femenino y maternal; el retrato de los indoamericanos identificados con la naturalidad y la participación de los ciclos en el ecosistema; los crímenes ecológicos en el siglo XX, como el exterminio y comercio de ballenas, aves, peces; así como la minería, la violación de ritmos naturales; y la manifestación de cierta postura política que busca justificar el ecologismo y la industrialización en aras del progreso socialista, a pesar de la incompatibilidad de estos[7].

Celebración de la flora costera

Los orígenes ecopoéticos de Neruda son bastante evidentes. En sus memorias Confieso que he vivido, Neruda se refiere al poeta uruguayo Sabat Ercasty como uno de sus precursores:

En ese poeta había visto yo realizada mi ambición de una poesía que englobara no sólo al hombre sino a la naturaleza, a las fuerzas escondidas: una poesía epopéyica que se enfrentara con el gran misterio del universo y también con las posibilidades del hombre”. [8]

Reflexiona el poeta: “Tal vez el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los yacimientos de mi poesía[9]. En la producción poética de Neruda, la naturaleza es representada, desde un punto de vista imaginativo, contemplativo, como una fuerza viva que anima la existencia humana.[10]

La flora y vegetación de esta zona costera es un tópico abundante en la ecopoesía de Neruda. En sus memorias “Confieso que he vivido”, dice el poeta: “La costa de Isla Negra, con el tumultuoso movimiento oceánico, me permitía entregarme con pasión a la empresa de mi nuevo canto“.

En su “Oda al bosque de Las Petras” del Tercer Libro de Odas (1957), Neruda celebra a la petra[11], árbol nativo que da nombre a la quebrada cuya existencia marca el límite entre las comunas de El Quisco y Algarrobo. En este texto, el ecopoeta experimenta el asombro de descubrir el “bosque solemne” de la quebrada Las Petras.

Por la costa, entre los
eucaliptus azules
y las mansiones nuevas
de Algarrobo,
hay un bosque
solemne:
un antiguo
puñado de árboles
que olvidó la muerte.

Neruda consciente de que la posibilidad de belleza constituye uno de las más altas aspiraciones humanas, se maravilla con la existencia de un “puñado de árboles / que olvidó la muerte”: el bosque[1] de petras de El Quisco y Algarrobo. Lo sorprendente de este ecopoema es que la petra es, literalmente, una especie que olvidó la muerte, y Neruda -quién sabe cómo -lo supo. Hoy, la petra es una especie con crecimiento restringido a los fondos de las quebradas, sitios sombríos con humedad edáfica. Sin embargo, la desertificación que avanza hacia el sur producto del cambio climático, y que genera la sequía más extrema de la que se tiene registro en el país, junto con el desarrollo de actividades antrópicas en zonas de restricción de quebradas y cauces naturales de agua, amenazan la supervivencia de esta especie en la quebrada Las Petras, en donde aún es posible observar algunas escasas y pequeñas poblaciones de la especie, a diferencia de aquellos años en los que Neruda escribía estos versos, cuando la petra y el canelo -del que sólo se conocen algunos ejemplares en el área -fueron componentes habituales en el paisaje. De esto existe evidencia tácita: Las Petras y El Canelo son nombres con los que las comunidades bautizaron a dos áreas silvestres icónicas del sur de Algarrobo.

Hacia el sur de Chile, los bosques pantanosos de mirtáceas son perennifolios y tienen un sustrato arbóreo bien desarrollado, con un dosel cerrado que impide el paso de la luz, por lo que no existen estratos inferiores, lo que está condicionado también por el anegamiento prolongado; en cambio, los bosques pantanosos costeros de Chile central se presentan colonizando depresiones de las terrazas litorales[2], con un dosel más abierto que permite el crecimiento de un sotobosque formado por arbustos y helechos. En las quebradas de El Litoral de los Poetas, depresiones con alta humedad edáfica gracias al anegamiento estacional, aún es posible ver bosques siempreverdes creciendo en las riberas de los esteros, comunidades vegetacionales higrófilas en donde -además de la petra -destacan otras mirtáceas como el arrayán de palo blanco (Luma chequen) y el arrayán macho (Rhaphithamnus spinosus), los cuales están condicionados por características edáficas antes que por el macroclima, por lo que es posible observar a continuación de las riberas a especies más mésicas como el arrayán (Myrceugenia obtusa) y el peumo (Cryptocarya alba), árbol muy abundante y endémico de Chile. En Canto General, el poeta celebra al peumo y su aroma nacional.

Pensé como eres toda mi tierra: mi bandera
debe tener aroma de peumo al desplegarse (…)
Peumo puro, fragancia de años y cabelleras
en el viento, en la lluvia, bajo la curvatura
de las montañas, con un ruido de agua que baja
hasta nuestras raíces.

En “Botánica” de Canto General (1950), el poeta dedica algunos versos a la vegetación típica de las formaciones rupícolas y dunarias, destacando a la doca (Carpobrotus chilensis), una suculenta endémica de Chile muy valorada por sus funciones ecológicas y los servicios que presta en aras del bienestar humano, a saber, las funciones de contención de taludes y dunas, la generación de paisaje y hábitat para reptiles e insectos y la provisión de productos alimenticios como la frutilla de mar, fruto de la doca altamente valorado en gastronomía.

La indescifrable doca
decapita su púrpura en la arena
y conduce sus triángulos marinos
hacia las secas lunas litorales.

Las formaciones rupícolas propia de los acantilados costeros y las arenas milenarias que se amontonan en las bahías al norte de las desembocaduras, son sitios naturales que se difunden generosamente a lo largo de las obras de Neruda inspiradas en Isla Negra y El Litoral de los Poetas. En “Oda a las flores de la costa” de las Nuevas odas elementales (1956), el poeta celebra la llegada de la primavera.

Han abierto las flores
silvestres de Isla Negra,
no tienen nombre, algunas
parecen azahares de la arena,
otras
encienden
en el suelo un relámpago amarillo.

Las flores silvestres que “parecen azahares de la arena” corresponden, seguramente, a individuos de la especie Sisyrinchium arenarium o huilmo de arena, una monocotiledónea endémica que florece en primavera en un azahar amarillo. Pero el ecopoeta sigue observando absorto a otras flores que “encienden /en el suelo un relámpago amarillo”, entre las cuales podría aparecer el Quinchamalium chilense o quinchamalí. Continúa Pablo:

Mirando
entre las piedras
de la costa
las flores que esperaron
a través del olvido
y del invierno
para elevar un rayo diminuto
de luz y de fragancia

En el mismo libro Nuevas odas elementales, Neruda escribiría “Oda al cactus de la costa” en honor probablemente a la cactácea globular Neoporteria subgibbosa que -como la doca, el huilmo y el quinchamalí –, son representativas de los acantilados rocosos y las dunas de la provincia de San Antonio.

Pequeña
masa pura
de espinas estrelladas
cactus de las arenas, (…)
tranquilo
entre dos piedras (…)
duro, con tus raíces
minerales
como argollas terrestres
metidas
en el hierro del planeta
y encima
una cabeza,
una minúscula
y espinosa cabeza
inmóvil,
firme, pura,
sola en la trepidante oceanía,
en el huracanado territorio.

El poeta, en su juego ecopoético de caracterizar al cactus de la costa, advierte en él una vestidura, una fisonomía ejemplar necesaria para alcanzar valores humanos supremos de cara al buen vivir a través de la imitación de un talante cactáceo, que refleja virtudes como la firmeza, la tenacidad y la resistencia: “el erizado / hijo de las arenas, / conversando / conmigo / me encargó este mensaje / para tu corazón desconsolado”.

Así es la historia,
y ésta
es la moral
de mi poema:
donde
estés, donde vivas,
en la última
soledad de este mundo,
en el azote
de la furia terrestre,
en el rincón
de las humillaciones,
hermano,
hermana,
espera,
trabaja
firme
con tu pequeño ser y tus raíces.

Finalmente, en el ecopoema “Cardo” del libro Plenos poderes (1962), el poeta pasea por las calles del litoral, por un camino de tierra que, aun cuando “árido / hostil / amargo” posee la virtud de sostener “la indómita belleza” de la vegetación de esta zona costera. Neruda demuestra cuán susceptible es su capacidad de fascinación, siempre solícita hacia el entorno natural y sus revelaciones silvestres, cuando celebra un verano por los senderos terrestres de Isla Negra, a este cardo proveniente desde tierras mediterráneas lejanas.

En
el
verano
del
largo
litoral,
por
polvorientas
leguas
y
caminos
sedientos
nacen las explosiones
del cardo azul de Chile.

Este “cardo azul de Chile” corresponde a la especie Cynara cardunculus, conocida comúnmente como “cardo penquero” o como “penca” por quienes la consumen como ensalada, el que con su hermosa inflorescencia purpúrea adorna “el / seco / suelo” ruderal de los caminos del Litoral de los Poetas.

Espolón
errabundo,
gran aguijón de moscardón morado,
pequeño pabellón de la hermosura,
todo el azul
levanta
una
copa
violeta
y, (…)
con
sus
espinas,
erizado
como un
alambre
y terco,
como
cerco
de ricos,
el
cardo
se amontona
en
la
agresiva
fecundidad
del
matorral
salvaje (…)
como
invitando,
como desafiando,
con su azul
más
duro
que
una
espada
a
todos
los azules
de
la
tierra.


[1] Arnaldo Donoso. 2015. Estudios literarios ecocríticos, Transdisciplinaridad y literatura chilena. Acta Literaria 51, pp. 103-118.

[2] Serpil Oppermann. 2011. Ecocriticism’s Theoretical Discontents. Mosaic, 44(2), pp. 153-169.

[3] Roberto Forns-Broggi. 1998. ¿Cuáles son los dones que la naturaleza regala a la poesía latinoamericana? Hispanic Journal, XIX (2), pp. 209-238.

[4] Forns-Broggi. Op cit.

[5] Op cit.

[6] Niall Binns. 2000. ¿Puro Chile, es tu cielo azulado? Poesía ecologista de la delgada patria (Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Nicanor Parra). Ixquic, II, pp. 33-54.

[7] Roberto Forns-Broggi. 2004. El eco-poema de Juan L. Ortiz. Anales de Literatura Hispanoaméricana, XXXIII, pp. 33-48

[8] Pablo Neruda. 1984. Confieso que he vivido. Seix Barral, pp. 64.

[9] Op. cit., p.18.

[10] Manuel Durán & Margery Safir. 1981. Earth Tones. The poetry of Pablo Neruda. Indiana, University Press.

[11] La petra o Myrceugenia exsucca, es un árbol nativo de Chile y Argentina perteneciente a la familia de las Mirtáceas. Habita en la ribera de los esteros o fondos de las quebradas de la zona costera de El Litoral de los Poetas, donde es poco frecuente.

[12] Recordar la frase visionaria “quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta”. En Confieso que he vivido.

[13] Carlos Ramírez & Miguel Álvarez. 2010. Flora y vegetación hidrófila de los Humedales Costeros de Chile. Humedales Costeros de Chile, aportes científicos a su gestión sustentable. Ediciones UC, pp. 101-145.

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Rafael Vallvé

Gabriela Flores Peñaloza

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Más allá de lo obvio, de la presencia maciza de los tres grandes poetas -o las "Tres Cruces"-, el tramado de este territorio litoraleño es mucho más rico.
I: Chile país de poetas. II: El profe Humberto Maturana siempre tuvo razón: el lenguaje construye realidad. III: La cultura popular también aporta su sabiduría cuando dice "en casa de herrero, cuchillo de palo". Juntando todo esto: Chile es un país poético que elige las peores palabras para llegar al acuerdo.
Me interno en la Naturaleza para rezarle. Le rezo y aprovecho de ofrecerle mi alma. Me la compra a un precio inmejorable. Y enseguida me la entrega de vuelta.