ecopoesía

Mi primera estancia en el Litoral Poeta

Por
Manifiesto Gnómico
Entre los 36 y 39 años, presintiendo estallidos y pandemias, renuncié a la urbe y me inventé una vida en el litoral central de Chile. En ese tiempo recorrí de cabo a cabo la provincia de San Antonio; soñé un futuro ecopoético. En esa época construí un espacio llamado Litoral Poeta.
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En mi estancia en el Litoral Poeta
Reafirmé que hay mucho espacio y que el paraíso que palpé de niño existía detenido en el tiempo

Confirmé que la solución está en el problema y pude mirar de frente al mercado

Viví a 100 km de Santiago y cae de cajón que lloran ecotrenes

Sentí que hay buenos y medianos amigos / como en todos lados

Constaté que hay escasez de locos

Soñé un Silicon Valley del decir poético

Bosquejé agencias creativas colgando de Cantalao CI·working

Imaginé la vida poética llegar de todos lados

Me contaron que Diego Cardoen prepara un hotel boutique en Isla Negra

Sumé jóvenes + universidades + capacidad ociosas de casas

Publiqué de economía / que algunos satanizan y otros ven naranja

Conocí que hay vino mar y poesía

Comprendí que faltan hospitales y que este aire deben respirar las Senior Suite

Entendí que faltan talleres que construyan sueños y epitafios

pero sobre todo aprendí

que no te puedes marchar sin contar tu experiencia.

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"Comencé a escribir hace dieciocho años. Tengo setenta. Antes de eso escribía cartas y lo sigo haciendo, pero correos electrónicos. He asistido a varios talleres literarios. En los talleres hay lectores, escuchas y afinas el oído, se recomiendan lecturas y hay un profesor o profesora que enseña. Además te obliga a escribir, a cerrar los relatos que en mi caso muchas veces quedan a medio camino".
La mente consume pronto siente; luego comprende. Más tarde le molesta, madura en respuesta a lo que aduce: - Mucho de lo que consumes no lo utilizas, no trasciende. Generamos excesiva basura: Recicla - Reutiliza - Reduce.
El gran Luis Sepúlveda partió cerca del Día del Libro y la Lectura, y por razones tan dolorosas, que me fue inevitable recordar cómo fue que cayó por primera vez en mis manos un libro suyo. Pero en esto de rememorar, el límite es difícil y suelo no recordar con exactitud las historias de casi todos los libros que, por alguna razón, caduca o perenne, han marcado mis lecturas. Me queda la emoción, el asombro, el vacío del final. Contra cualquier pretensión de erudición, los cristos elquinos me salven de perder la credulidad frente a la promesa siempre incierta de un libro.