Afortunadamente es la misma Santa Teresa de Los Andes la que, a través de sus cartas, nos brinda la posibilidad de conocer detalles de esta relación. Es en enero de 1918 que llega, junto a su madre y hermanos, a pasar la temporada veraniega. El clan familiar se aloja en la casa del matrimonio compuesto por Alberto Lyon Pérez y Teresa Subercaseaux Browne, la que se ubica «a tres metros del mar». Hasta fines de febrero, la joven llevará una vida «deliciosa», con paseos y constantes actividades sociales. La elocuencia de su juventud nos regala atractivos pormenores. A su amiga Carmen de Castro le relata:
«Aquí se anda del modo que a cada uno le parezca: las chiquillas andan con chupallas de paja, y todo es así por el estilo. En la playa se ve un grupo de sólo cuatro o cinco señoras y de 11 chiquillas que se juntan todas. Nos bañamos juntas y se puede andar una cuadra con el agua hasta el pescuezo, sin tener que evitar ni olas ni corriente, porque no la hay. Se puede nadar mejor que en un baño de natación.»
El entorno natural la subyuga. Varias líneas consagra a referirse a ese aspecto. Tras una cabalgata por los alrededores, a la misma amiga le escribe:
«No te imaginas paisajes más bonitos los que se nos presentaban: quebradas inmensas entre dos cerros cubiertos de árboles, y al final de ellas una abertura por donde se veía el mar, sobre el cual se reflejaban nubes de diversos colores; y por detrás el sol encubierto. No te imaginas cosa más bella.»
El 2 de febrero le entrega a su padre una descripción particularmente rica en detalles de estas jornadas veraniegas:
Fuimos […] a tomar onces a una quebrada denominada «Las Petras». Es un inmenso bosque, donde no penetra un solo rayo de sol, y en donde se encuentran los helechos más finos y preciosos como malezas. Tomamos onces y después una chiquilla cantó. […] También salimos a andar a pie haciendo excursiones por los cerros y quebradas con la institutriz de la Luz Rivas Freire. No se imagina qué paisajes más encantadores los que vemos a cada paso: todo lo que el campo presenta de bonito, junto con el mar que se divisa a lo lejos como un lago. Nuestro paseo favorito son los cerros de arena que le encantan a Ignacito, pues nos dejamos caer como de 3 metros, dándonos vuelta rodando.»
Los dos meses pasados por la joven Juanita Fernández en Algarrobo constituyen un hito de innegable relevancia; el testimonio de esta estadía nos brinda un importante antecedente que enriquece nuestro acervo histórico y nos ayuda a comprender cuán rica y antigua es la tradición de la comuna de Algorrobo como balneario, con certeza una de las más antiguas de todo Chile.