Más allá de lo obvio, de la presencia maciza de los tres grandes poetas -o las «Tres Cruces»-, el tramado de este territorio litoraleño es mucho más rico y tupido que lo que se piensa. Y no me refiero a lo que piensan los alcaldes, las autoridades, los representantes de la administración local, que saben muy poco de todo; me refiero a lo que podemos pensar cualquier de nosotros, los, como diría Lihn a decir de Parra, «operadores» de la cultura local. Lo de «litoral de los poetas» está bien, es la apuesta de un país con dos Nobel en ese ámbito, pero empuja a enganchar el foco en un solo segmento del cuadro, desatendiendo el resto. Y ese resto, es enjundioso.
Se sabe muy poco, casi nada, por ejemplo, de la presencia, humana, creativa, de Camilo Mori por estos pagos. Nadie sabe bien, en rigor, dónde, cuándo ni qué pintó en El Quisco, comuna que lo distingue como una especie de hijo ilustre bautizando su centro cultural con su nombre (en ese mismo centro cultural tampoco saben mucho más de que fue un pintor y ganó el Nacional de Arte).
Parecido pasa con Valenzuela Llanos y Algarrobo. En otoño de este año se hizo en Santiago una espléndida retrospectiva de este gran maestro de la pintura paisajística, que permitió revelar el fuerte, incluso trascendental vínculo que este artista logró establecer con Algarrobo a comienzos del siglo pasado.
Salieron a la luz, esa vez, obras que nunca antes se habían expuesto públicamente. Como, por ejemplo, una tela de 60 x 80 centímetros que hasta muy poco se conoció bajo el título de «Mujer caminando en la nieve». Lo que resultaba rarísimo, imponía un sesgo casi surrealista -una figura de ropajes claros, casi fantasmagórica, caminando por una llanura cubierta de nieve-. Valenzuela Llanos no fue nunca un pintor de esa clase de temas, tampoco de inclinaciones de tipo simbolista; pintaba lo que veía, por donde transitaba y ponía su atril. Fui a esa exposición, compré el catálogo y le escribí al curador. Me respondió en breve. Entonces se me aclaró ese pequeño enigma. Con motivo de la muestra, un grupo de conocedores habían estudiado con detenimiento el cuadro y llegado a un consenso: no se trataba de nieve, sino de dunas. Un paisaje de dunas de Algarrobo.
La anécdota sirve para percibir el grado de desconocimiento, de insuficiente estudio que existe en torno a nuestro acervo cultural local. Se transita apenas sobre la superficie. Sospecho que con solo escarbar un poco, milagros como el de la nieve que se transformó en dunas se repetirán por todas partes.