La vocación para el ser humano es un factor que ordena, que orienta, que ayuda en buena medida a tener una mejor calidad de vida. Lo mismo pasa con las ciudades, con los asentamientos urbanos. Mientras más definida la vocación, más definida la identidad, y de esa manera hay más posibilidades de que la calidad de vida de sus habitantes sea mejor.
En esto, Algarrobo tiene la suerte, tiene el raro privilegio, de contar con una vocación particularmente bien definida. Esto se corrobora cuando uno revisa los lineamientos que trazaron los, por así decirlo, padres fundadores de Algarrobo como balneario.
Uno de ellos, Carlos Alessandri Altamirano, ingeniero de formación y quien en la década de 1930 compra cientos de hectáreas con el fin de urbanizarlas, decide entregar un amplio sector, en una inmejorable ubicación junto al mar, al sur de la naciente comuna, para convertirlo en un gran parque público. De esta manera, queda manifiestamente expresada la vocación del balneario: desarrollo urbano siempre en directa relación y sintonía con el patrimonio natural.
El Parque Canelo en su interior protege de alguna manera dos Santuarios de la Naturaleza. Uno de ellos es el Santuario Peñablanca y el otro es el Islote Pájaro Niño, ambos, hitos geográficos, paisajísticos y naturales de relevancia local y nacional.