Era lindo lo de La Gringa al hablar de la llegada de una migrante alemana a vivir a Isla Negra, resultando tan histórica como contingente. Y era más lindo aún soñar con que ese foxtrot a la chilena ganaría una competencia folclórica, ampliando el margen de lo que entendemos por folclor, poniendo en valor las expresiones artísticas que nacen de procesos de hibridación.
___
Muy posiblemente el foxtrot vino del mar, montado en algún barco y ramificado en el cuerpo de algún marino que llegó al Siete Espejos, en Valparaíso, o al Luces del Puerto, en San Antonio, u otro por el estilo. Como dijo Gonzalo Ilabaca, entrevistado en su hermosa casa y museo íntimo emplazado en Playa Ancha, “los puertos son los lugares más sensibles, donde se cristaliza la historia de la humanidad”.
Por algo fue que el pintor penquista se enamoró de los puertos: por la mezcla de culturas que, bajo su trazo observador, es más nítida en las ciudades puerto. Comerciar, dice, es la actividad más relevante para la humanidad, y la mayoría de esa actividad se ha producido históricamente a través del mar. Me pareció hermoso pensarlo así.
Qué tuvo que ocurrir para que el foxtrot, esa popular y persistente melodía norteamericana nacida a inicios del siglo XX, deviniera en aquello que con ese cariño tan espontáneo llamamos “Jazz Guachaca”, pero que no sabemos dónde ni cómo clasificar en el acervo musical chileno. No lo tengo para nada claro. Por eso era difícil que La Gringa, canción que obtuvo el segundo lugar en la competencia folclórica del Festival del Huaso de Olmué, se llevara el premio principal.
Aunque Nacho Cerda llevara la poética a otro estadio, protegida del lugar común y del paisajismo bucólico del folclor de competencia, ahora lo reflexiono, estaba difícil. Aunque la guitarra entregara más matices que una puesta de sol cartagenina, aunque cantante y banda incluida fueran una pieza sacada del crisol cultural de San Antonio y puesta en el escenario de TVN. Porque, nótese el valor: la propuesta era más patrimonio vivo que proyección folclórica.
De más está decirlo, La Gringa, para mí, debió ganar. Y paso a desembuchar mi sospecha respecto de cuánto hemos sido capaces (como sociedad, digo), como apunta el musicólogo Juan Pablo González, de ampliar el concepto de folclor y música de raíz y en qué medida competencias como la de Olmué –desde el cuarto poder- o los mentados Premios Nacionales –desde el primerísimo primero- se entronizan como guardianes de una supuesta identidad nacional única, totalizante y capaz de interpretarnos a todos y todas.
Por eso también, aunque Alejandro “Mono” González se pasee por el mundo entero enseñando su arte y plasmando la historia en los muros, aunque su estilo identifique a Chile como pocas marcas visuales, aunque el pueblo lo pida (y esta vez al Puma no le importe), también va a estar difícil, pero no imposible, que líder histórico de la Brigada Ramona Parra obtenga el Nacional de Arte.
Básicamente, lo que quiero decir es que en la decisión de los ganadores de la versión 2020 de Olmué operó más el deslinde del género que otras consideraciones musicales. Darle el premio a un jazz guachaca en una lid que lleva por nombre “competencia folclórica”, era un poco raro.
Después de todo, Roberto Parra Sandoval, reconocido como el creador del Jazz Guachaca, fue una especie de emblema de una identidad nacional extraviada, transitó siempre en el margen, como apuntan en Músicapopular.cl, y evidenció dos modelos en disputa: “huasos de gomina versus cuequeros bravos”, dicotomía que para muchos redefinió el concepto de cultura popular en Chile.
Desde la institucionalidad, hacer el deslinde es y será necesario. Son los límites del género folclórico los que definirán lo que será considerado y conservado como esa sustancia que refleje lo patrimonial chileno por antonomasia, proyecto de identidad nacional hegemónica emprendido por las élites chilenas en la década de 20190, como explica el musicólogo Juan Pablo González.
Como señala José Bengoa, “la identidad nacional, entendida como esencia, comporta siempre un tufo peligroso”. Ya sean esencialismos regionalistas, etnicistas o de cualquier naturaleza, pensar en las identidades como un conjunto delimitado de elementos, lo que hacemos es fijar fronteras y adversarios y, según el sociólogo, el terreno se vuelve fértil para chauvinismos o xenofobia.
Por eso era tan lindo lo de La Gringa al hablar de un hecho ocurrido décadas atrás en el litoral central, a saber, la llegada de una migrante alemana a vivir a Isla Negra, resultando tan histórica como contingente. Y era más lindo aún soñar con que ese foxtrot a la chilena ganaría una competencia folclórica, ampliando el margen de lo que entendemos por folclor, poniendo en valor las expresiones artísticas de nacen de los procesos de hibridación, como señalara García Canclini.
Consideremos que el fin de la dictadura marcó que la llegada de extranjeros a vivir a Chile se cuadruplicara -según datos del DEM- complejizándola las expresiones de la cultura, enriqueciéndola, abriendo nuestros poros a nuevas manifestaciones.
Cabe preguntarse qué podría actuar como aquel elemento fijo, estabilizador, que garantice unicidad o pertenencia cultural invariable. Pareciera que ninguno. Nada más que una entelequia. La identidad es un concepto que sugiere procesos y configuraciones, construcciones continuas y múltiples que satisfacen necesidades diversas de los individuos en contextos particulares. Su objetivo, más que explicar nuestro origen, es proyectivo y de representación.
Este constructo social, en progresivo desuso académico, deja fuera, claramente, identidades errantes como la de Parra, sin poder hasta hoy cuadrar en el puzle de lo folclórico nacional, ideal, patrimonial, total. Lo queremos, pero hacen ruido, porque encarna lo disruptivo y, por ende, la voluntad de inclusión de un sistema que ha develado desde inicios del siglo XX, en palabras de González, su tendencia a mantener su influencia política y cultural frente a sectores más permeables a las expresiones cosmopolitas modernas, como obreros urbanos organizados y sectores medios ilustrados.
“Desde el sangrado Rin al chocolate Mapocho, como guirnalda de flores engalanaste el 18 (…) gringa con sabores concebida”. Poéticas y sonoridades como las de Parra -y La Gringa de Nacho Cerda y La 4×4- se quede nadando en ese espacio íntimo entre mente y lengua, y su sonidito insistente retorna siempre, como ola que en un momento se deja de oír, pero nunca deja de estar.
______
Referencias:
Bengoa, J. (2006). La evolución de las miradas. Proposiciones. Chile: identidad e identidades, 16-44.
Departamento de Extranjería y Migración. (2016). Migración en Chile 2005-2014. Ministerio del Interior y Segurodad Pública, Sección de Estudios, Santiago. Obtenido de http://www.extranjeria.gob.cl/media/2016/02/Anuario-Estad%C3%ADstico-Nacional-Migraci%C3%B3n-en-Chile-2005-2014.pdf
González, J. P. (2005). Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950. Santiago, Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile.
Hall, S. (2003). ¿Quién necesita «identidad»? En S. &. Hall, Cuestiones de identidad cultural (págs. 13-39). Buenos Aires: Amorrortu.
https://www.musicapopular.cl/artista/roberto-parra/