Nunca nada ni nadie volvió a ser lo que era. Vientos fuertes en todas partes, de un extremo al otro, vientos de cambios provocados por una emergencia sanitaria planetaria en todas las escuelas. Cambios que sin duda están modificando la manera de entender la educación municipal costera y la de todo el país; una nueva realidad que afecta desde pre-básica hasta cuarto medio, a equipos docentes, las familias de los estudiantes; la comunidad completa.
Como parte del ecosistema educacional chileno, los liceos municipales del Litoral Central no dan abasto para la cantidad de niñxs y jóvenes existentes. No alcanzan las salas, las mesas, ni tampoco las sillas en algunos casos. Y ahora, esta crisis total pilla a los recintos escolares sin mejoras significativas y en un contexto de desventaja preexistente que agudiza la brecha, la misma que muchxs hemos querido acortar.
La educación chilena ya venía cambiando desde 2006, demandando ni más ni menos que educación de calidad. La arremetida más fuerte vino en 2011, seguida de otras reivindicaciones en 2014 y 2016, que culminan como guinda de la torta en el despertar del 18 de octubre de 2019; cuando nuestro sistema educacional moribundo empujó esta vez a un grupo de secundarixs a saltar los torniquetes de las distintas estaciones de metro de la red de la ciudad capital, en señal de protesta, lo que se transformó en el ícono o la chispa que encendió un movimiento auténtico de la ciudadanía, sin parangón en nuestra historia.
Una educación virulenta
Enfrentadxs a situaciones nuevas, a bastante incertidumbre y a un calculado bosquejo de medidas bienintencionadas, pero poco eficientes, tuvimos que actuar y atenernos a las directrices de las autoridades del Ministerio de Educación, quienes poco entienden de las emociones de lxs millones de estudiantes que llevan meses en sus casas sin poder salir. Niñxs y jóvenes confinados en sus casas, quizás con las mismas dudas que nosotrxs como docentes, con sus familias que ahora asumen el rol de educadoras sin haberlo ni pedido. Todo esto nos obliga a pensar la mejor manera de no seguir contagiando tanta infección, pero no es sencillo.
Nuestro contexto costero debe ser considerado para que pueda funcionar una adecuación curricular que, frente este escenario pandémico, necesariamente contemple la mejor manera de hacer frente a la inequidad que nos embarga. Para superar la inmediatez de todos los síntomas, sin pensar sólo en el corto plazo ni en el rendimiento académico; sino más bien pensando en el futuro de transformación al que debe someterse este sistema educacional.
La brisa marina entra a las salas de clases y permanece fresca en la mañana, de la misma manera que el frío que se cuela en la infraestructura actual. En una época sin precedentes, la educación chilena una vez más -y como siempre- se encuentra en un panorama adverso y desigual, solo que ahora enfrenta también una enfermedad infecciosa difícil de tratar y una crisis económica galopante. Tan adverso es el desafío como desigual es la educación municipal, que está infectada y contagiada de inequidad, lo que se puede fácilmente evidenciar en las comunas costeras y que es mucho más notorio aún a nivel nacional, en especial si consideramos el acceso a internet de nuestrxs estudiantes.
Convicción y con vocación
La importancia del contexto local y la actitud decidida de una comunidad colaborativa, aportan al espíritu solidario que nació en tantos de los lugares por donde ya pasó el virus. Espíritu que mueve y remueve conciencias, las cuales movilizadas por los vientos de cambio están yendo más allá, al intentar a través de la organización local, otras maneras de hacer frente al cambio inminente en educación, que se extiende a muchos otros ámbitos.
Todo lo que falta por venir, nos seguirá cambiando y enfrentando a nuevos desafíos educacionales, personales y colectivos. Todavía falta mayor convicción para asumir la educación como la única y máxima prioridad por un período extenso, que permita implementar la subjetividad que cada territorio merece. Esta transformación permite repensar las prioridades y lo que puede renacer durante esta época, que es precisamente lo que podamos transmitir con sentido, con la misma energía renovadora de las olas saladas del mar.
Siempre pensé que ejercer la docencia sería lo último que haría hasta mi último día de trabajo, y no me equivoqué, porque con vocación entrego y con vocación recibo. Así comencé y así sigo acumulando convicción para terminar ejerciendo con la misma vocación, en un sala de clases o en un aula virtual, que sea para todxs, sincrónica o asincrónica.
Por eso los profesores, no sólo en la costa, sino también en muchos otros sectores rurales, con la misma vocación y convicción que manteníamos hasta el día que dejamos de entrar a las salas de clases, seguiremos acompañando el proceso de aprendizaje de lxs niñxs y jóvenes del Litoral Central y al interior de otras comunas del país, donde sea que estén ahora y en otras épocas.