Helicópteros vuelan sobre plantaciones de paltas en Santo Domingo para ahuyentar las heladas. Le mando la noticia a una amiga. Me responde: «Chile, país paltero». Es exacto, abrumadoramente exacto. No hace falta apuntar a lejanas latitudes tropicales. El ejemplo de la mediocridad, la economía en base al más rústico de los modelos de desarrollo, lo tenemos acá, acá mismo. De tan encima, muchos parecen obstinados anclando el ojo en aquella breve, casi fugaz, época dorada, la del mote de los «jaguares de latinoamérica». También en las tablas comparativas, la consabida estabilidad nuestra, ante el reconocido caos de los vecinos…
Yo prefiero sacarme la venda. Nunca fuimos jaguares de nada, como nunca fuimos los ingleses de ninguna parte. Lo concreto es que en Chile, en plena crisis hídrica, se sigue apostando a llenar miles de hectáreas con paltas como vía de generación de riqueza. Lo que es lamentable, muy lamentable. Producir un kilo de palta requiere 2.000 litros de agua. Pero, además, porque la iniciativa económica confinada a la actividad meramente extractivista, meramente primaria, se podía pensar que obedecía a presiones mucho más gruesas, sistémicas. Que son las que operan en la minería, nuestro eje mayor, donde el rayado de cancha se traza al son de los intereses de los grandes operadores mundiales. Si China prefiere, si los mercados internacionales prefieren sacar el cobre de nuestros cerros en calidad de piedra molida, cargarlo en barcos, y refinarlo y darle otros usos fuera de nuestras fronteras, parece poco lo que se puede hacer. Pero, acá, proyectos en otras áreas, de menor escala, siguen sintonizando en la misma frecuencia, alineándose bajo el mismo modelo. Llenar cerros enteros con paltos, secar ríos, napas subterráneas, infectar con agrotóxicos, para repletar containers para satisfacer la demanda externa. ¿El valor agregado? La garantía que el cliente belga, noruego, japonés, sabrá que se evitó que ese fruto sucumbiera ante las heladas gracias al sobrevuelo de un helicóptero.
No me interesa ese tipo de desarrollo para Chile. Menos me interesa para la provincia. Esta provincia ancla su desarrollo en el canon de la creatividad. Es la provincia de las artes, de los poetas, esa no es una lengua muerta; por el contrario, es un idioma de un uso activo, dinámico, plenamente vigente. Las luces del pasado se yerguen como faros, la comunidad creativa actual va generando nuevas hebras en el tramado. Este será el territorio de las apuestas turísticas de vanguardia estrechamente relacionadas con los oros de la cultura, el punto de florecimiento y asiento de iniciativas editoriales múltiples, únicas, con catálogos especializados en áreas específicas del vasto universo de las letras. Del desarrollo de artesanías, de manufacturas que le den uso exclusivo a las maderas, a las fibras vegetales, a las materialidades locales, que justificarán la recalada obligada de los cruceros, para que turistas de todo el mundo se deslumbren con un circuito donde las viñas locales sean apenas una de las estaciones de un abanico rico y variado. Donde se asienten y consoliden proyectos pioneros, ambiciosos, como el gran sueño de Neruda, Cantalao, como gran polo de desarrollo cultural y residencia para artistas de todo el planeta.
Este territorio ya está marcado por la huella de grandes creadores. Esa huella, aunque la nube de polvo que levantan las aspas del helicóptero parece querer taparla, está ahí; es como una marca grabada en piedra, no se mueve, se mantiene. En ese contexto, el sobrevuelo de helicópteros sobre los campos solo puede ser presentada y entendida, quizá, como una acción de arte.
Y que no califica, por mala.