Núñez de Pineda, o la extraordinaria convivencia entre invasores y mapuches

Ese año, 1629, cerca de 70 españoles mueren y los locales toman a decenas de prisioneros. Entre estos, a un capitán de veintidós años, nacido probablemente en Chillán, hijo de españoles, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. Pasará siete meses cautivo.
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En 1629, la guerra entre españoles y nativos se prolongaba por ya casi un siglo (el primer choque que se consigna como punto de inicio de esta, sucede en 1536, cuando el avance de las tropas de Almagro se estrella con una férrea respuesta local en Reinohuelén, en la confluencia de los ríos Ñuble e Itata, cerca de la actual Chillán). Como es de sobra sabido, los europeos que llegan a esta zona del planeta, el extremo sur del nuevo continente, forman parte del imperio más poderoso de aquel entonces, y que, pese a ello, la conquista de este último pedazo de tierra se les vuelve más difícil y penosa que cualquier otra. Las bajas, en recursos humanos y materiales, se van sumando año tras año; los gobernadores, si no terminan muertos en el mismo campo de batalla, se van sucediendo a un ritmo poco habitual, extenuados por lo dura de la tarea encomendada.

Ese año, 1629, a escasos kilómetros más del sur de ese primer choque de Almagro, cerca de la actual Yumbel, españoles y nativos (entonces llamados por los primeros «araucanos», hoy conocidos como «mapuches») chocan por enésima vez. La balanza se inclina a favor de los segundos; cerca de 70 españoles mueren y los locales toman a decenas de prisioneros. Entre estos, a un capitán de veintidós años, nacido probablemente en Chillán, hijo de españoles, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. Pasará siete meses cautivo.


Lo notable es que este tipo, una vez que recobra su libertad, escribirá un libro, con su testimonio como prisionero de guerra. Lo titulará, sin eufemismos, «Cautiverio Feliz». Es probable que a más de uno el título le resulte familiar. Incluso se ha hecho una película, alguna obra de teatro, basándose en este. Sospecho, eso sí, que muy pocos han metido las narices en el texto mismo. Cualquiera que lo haga, se encontrará con verdaderas joyas. Que te harán pensar: «o Núñez de Pineda está mintiendo, o en qué momento se pudrió todo.»

Núñez de Pineda, o la extraordinaria convivencia entre invasores y mapuches | cautiv | Litoral Poeta de Las Artes | Mapuche, Pablo Salinas
Portada del manuscrito

Porque, ¿qué le pasa a ese militar del ejército español en esos meses preso de los mapuches? De partida, no lo matan, ni lo torturan. Ni siquiera lo someten a un régimen de privaciones, propio de un prisionero de guerra. Muy por el contrario, los nativos lo respetan, pareciera que, incluso, pese a todos los años de conflicto y a toda la sangre derramada, lo estiman, lo quieren. Le permiten vivir cómodamente, lo integran a la vida cotidiana, le permiten participar de sus ceremonias, sus ritos, sus celebraciones. Y acá, este hijo de españoles, formado bajo el molde cultural y religioso de sus antepasados, que, de hecho, salpica su propia narración con repetidas y muy pías citas a los evangelios, lo más probable es que haya quedado completamente trastocado. No es para menos. Núñez es testigo en primerísima persona de esas grandes fiestas, que se desarrollan en el corazón de la sociedad indígena antes de la entrada de la Biblia y las monsergas de los curas. En una de estas, por ejemplo, acompaña a Maulicán, su amo temporal, y su comitiva, a un encuentro en las tierras de otro cacique, Huirimanque. Este, sale con los brazos abiertos a recibirlos, vistiendo un atuendo estrafalario: con todo tipo de ropas que habían pertenecido a españoles, paños, calzones, capas, de distintos colores y géneros. A su lado, una docena de mujeres, perfectamente vestidas -esta vez con ropajes tradicionales-, cada una con un gran jarro de chicha. No solo los brebajes abundan; se trata de un verdadero festín. La oferta culinaria también es copiosa: carnes de vaca, carnero, oveja, aves, pescados, mariscos. El cautivo se deleita. La fiesta dura seis días. En otra ocasión, de noche, los cantos y los bailes suben de tono. Las muchachas se le acercan, le llenan una y otra vez su copa con chicha de frutillas…


«Se allegaron a nuestro fogón a brindarnos dos mocetonas solteras, y como estaban alegres con la continuación de las bebidas, con facilidad mostraron lo liviano y jocoso de los naturales, que es propiedad del demasiado beber al más atento y a la más recatada mujer quitarle el velo de su honestidad y compostura. Les abrió la puerta el cacique Anganamón (que también tenía los espíritus calientes y alborotados los sentidos, aunque no privado totalmente del juicio) con algunas palabras amorosas, y echando los brazos sobre los hombros de una, dijo a la compañera que comunicase conmigo y se me arrimase. Pues sí, me llegaré con él, respondió la moza, porque es para querer y de mi gusto.»


Solo 12 años después del cautiverio de Núñez, en 1641, se celebrará el primer parlamento entre españoles y nativos, en Quilín. Los invasores reconocen oficialmente que existe un territorio que pertenece indefectiblemente al pueblo originario.


De esta manera, no resulta para nada desmedido constatar que después, más o menos dos siglos después, una vez asentada la República de Chile, se pudrió todo.

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