Hasta antes de octubre de 2019, la presencia en las calles de soldados armados era percibida como algo raro y, por cierto, chocante; hoy, se tiende a normalizar. Para algunos, está claro, tal como en medio del estallido social, las tropas en las calles dan una señal de resguardo, de seguridad. Dentro del marco de la revuelta social, esto podía, hasta cierto punto, entenderse, resultar, de alguna forma, comprensible. Hoy, no, en absoluto. Algunas personas siguen repitiendo en sus redes el eslogan «quédate en casa». ¿Para qué? ¿Por qué hacerlo? ¿Cuál es el enemigo, la amenaza que se elude no saliendo de casa?
Los dirigentes políticos de los países que aman este tipo de medidas, restrictivas, como el confinamiento, se alinean. En octubre 2019, Piñera se apuró en hablar de «guerra» y del «enemigo poderoso»; a comienzos del año pasado, tras el arranque de la pandemia, Macron actualizó la fórmula con «guerra» más «enemigo invisible». Decretada la guerra, los soldados a la calle. Lo complicado es que, esta vez, muchos de los que entonces rechazaron la intervención militar como salida a la crisis, ahora incluso la alentaron como medida indispensable.
Pero, aunque la mayoría de los países declararon la guerra, hubo algunos que no lo hicieron. Como Suecia, caso emblemático. Suecia, desde el minuto uno del modo C19, optó por otra estrategia, desistiendo integrarse a esa gran comparsa planetaria y, por ende, ganándose los retos, las pullas y los malos augurios de todo el resto. Suecia no sacaría militares a las calles porque simplemente no decretaría ningún decreto que restringiera las libertades cívicas de las personas, por tanto, no habría necesidad de fuerzas de orden para hacer cumplir órdenes impuestas sobre la población. No patrullas por las calles, ni militares metiéndose a la playa para expulsar veraneantes. El camino imprudente, loco, temerario, elegido por Suecia era el «ejemplo de terror» para Fernández, el presidente argentino, y, en el fondo, para gran parte de la sensata opinión de autoridades y sociedades del mundo civilizado.
El caso es que ya estamos encima de que se cumpla un año desde que todas estas políticas C19 se hayan puesto en marcha, lapso de tiempo más que suficiente para hacer un balance, una evaluación en profundidad. Y la estrategia sueca, sorpresa, estuvo harto lejos de convertirse efectivamente en un «ejemplo de terror»; muy por el contrario, la sueca fue, en gran medida, una estrategia exitosa. Vayan a la página de Euromomo, plataforma que aloja información actualizada y fidedigna sobre la mortalidad en distintos países de Europa. Los gráficos, otra vez, hablan por sí solos. El gobierno sueco no aplicó ni confinamiento, ni toque de queda, ni uso obligatorio de mascarilla, apenas restricciones muy livianas en lo laboral, y la vida escolar y universitaria se mantuvo casi sin alteraciones todos estos meses, apostando sus autoridades sanitarias por la «inmunidad colectiva» (cuestión que sonaba a «surrealismo sueco de mal gusto» a nuestros bien pagados expertos locales). Pese a ello, Suecia tuvo alzas en mortalidad mucho menores a las de la mayor parte de los países de Europa que sí aplicaron medidas policiales severas:
En el pasado otoño 2020 («primera ola C19») Suecia marcó un alza (en unidades tipificadas) de 12,93, mientras dos países «emblemáticos» por sus políticas restrictivas, Francia e Inglaterra, tuvieron alzas mucho más acentuadas: 22,81 y 35,38, respectivamente. Ahora, durante el presente invierno 2021 («segunda ola C19»), Suecia tuvo un ascenso de 7,16, mientras Francia e Inglaterra, 10,21 y 21,43.
Últimas consideraciones: se suele mencionar que Noruega, país vecino de Suecia y que aplicó medidas restrictivas, sufrió un impacto comparativamente menor producto del C19. Esto, como para poner en cuestión o derechamente derribar la idea de los buenos resultados suecos. El caso es que, si revisamos con atención, Noruega ha tenido históricamente alzas de mortalidad ESTACIONAL mucho menos acentuadas que Suecia, y en Noruega, además -conviene subrayar- el C19 tuvo un impacto muy cercano a CERO y para esta «segunda ola» impuso medidas restrictivas livianas, solo menores.
Cierre: constatar que el impacto en términos de mortalidad de esta «segunda ola» ha sido claramente menor al de la «primera», que en Francia, por ejemplo (pese a que muchos franceses todavía estén histéricos y que Macron les haya impuesto toque de queda a las 18 horas (!!)), las cifras de mortalidad de este invierno se ajustan perfectamente al alza estacional normal (revisen gráficos). Y que todo este proceso de ajuste hacia dinámicas de normalidad, se está logrando sin la intervención de ninguna v*cun*a…