“¿Qué os asusta? ¡Es la mar la que tiembla ante vosotros!” fueron las palabras pronunciadas por Vasco Da Gama al surcar el Océano Índico. Pero la mar, con toda su grandeza y peligrosidad, no es lo que se intenta aquí abordar, sino más bien, su evocación poética, a través de la imagen del desierto y del puerto y así lo deja entrever la introducción del libro “Desierto Marino (2018)” con su epígrafe de Elvira Hernández: “Nadie llega a puerto”. Un verdadero mazazo, una afirmación que acaso enuncia de forma metonímica el sentimiento del poemario.
La estructura del poemario se divide, entre el primer desierto, que evoca a San Antonio, y el segundo desierto, que evoca a Valparaíso. La hablante lírica deja en claro que el tránsito entre uno y otro, se arrima siempre a una dinámica existencialista. Porque para la hablante, San Antonio y Valparaíso no son solo geografías, ni puertos históricos, son, ante todo, espacios interiores, a medio camino entre la utopía y la distopía. Pero lo que tiene San Antonio, es aquel arraigo, aquella raíz copiosa en la pobreza y el tiempo. No por nada, ahí figura Mistral en cuanto referente ineludible. Ella, su voz, puede interpretarse como la inspiración en medio del ojo de la tormenta: “Mi boca aprendió de tu lengua/finas palabras que desconocía”. Dice la voz.
Al avanzar en el Primer desierto, la voz pareciera que va acentuando la miseria del entorno. Así lo evidencian versos como “Mi vida es un ir y venir de árboles en la oscuridad”, o “El viaje marino abruptamente se apaga”. Así, se sitúa la mirada sobre los puertos no tanto desde la marginalidad como lugar común del abajismo reinante, sino que desde un no lugar.
En el Segundo desierto marino, ese “Valpo”, se destacan títulos como:”Hay una dolorosa que se escapa de los párpados”, en su audaz indirecta al carnaval bajtiniano que únicamente desvela una cínica libertad, y el poema Todo escribir es bajo, un modo de poética. No solo el exterior constituyen su motivo, sino que también lo interior, el adentro, lo que en su despliegue brillante de expresividad, deja entrever no sin cierto desgarro, el escribir desde el único lugar certero: la herida (aquí se cita indirectamente a Pizarnik). A partir de esta herida busca: “en el claro-obscuro de la mar/ ese espacio del ser/ del desierto negro/sur inconsciencia”.
La hablante encarna esa provincia del espíritu que conforman el paisaje y la zona cero entre San Antonio y Valpo. De esta forma, y al final de la travesía, ella concluye su obra con un poema homónimo, en el que deja fluir el agua de sus inquietudes e interrogantes: “No me siento de ningún lado/, yo vivo sola en mi desierto”. Valparaíso y San Antonio se reúnen en ella como verdugos pero, a la vez, como faros de su insoluble disyuntiva interior. Fuera de ella misma, hacia los lectores del futuro, desembocarán, cual ríos imaginarios, todas sus posibles significaciones.