A pesar de no ver tanta madera en la ciudad más que los pisos de parquet de los departamentos donde vivíamos, desde chica conocí la versatilidad de tan noble material. Dentro y fuera de mi familia siempre ha sido cotidiano ver a personas que hacen lo que quieren con madera, ya sea tallándola, lijándola, cortándola o quemándola.
Siempre recordaré las horas que pasaba mi papá quemando un lienzo de madera en donde escribía poemas usando una lupa y los rayos del sol. Sentía curiosidad por el olor que salía y por su mirada profunda cuidando el detalle de cada letra; así supe de la poesía y descubrí que mi papá era un artista.
Además de usar esa técnica, todavía tenemos esculturas, decoraciones y muebles que él hizo con tanta facilidad. Nos enseñó de esa forma el cariño por la madera y también a cuidarla; ¡nos mostró tantos usos que podemos darle! En Chiloé nos fascinaba explicándonos cuál era el mejor uso para los distintos tipos de madera de la isla. Encontraba pequeños pedazos de tronco que llevaban años sumergidos en una laguna y los tallaba para después preguntarnos ¿ven la lagartija? O lo que fuera que había pasado por su cabeza para darle otra forma a ese tronco caído.
Solamente sé apreciar la fuerza y la versatilidad de la madera y puedo ser ayudante de carpintería, pero no adquirí la naturalidad y el talento para medir, cortar y fabricar. Sólo fabrico en mi cabeza y después busco a mi hermano o a mi hermana, quienes sí materializan con la madera, muchas veces como una actividad de tiempo libre y otras por necesidad o comodidad.