Tras el estallido del 18 de octubre, su voz emergió como uno de los referentes más fácilmente asibles y reconocibles en medio las borrascas de los primeros días. La voz de Gabriel Salazar despuntó como una particularmente autorizada a la hora de detectar las claves del fenómeno social en pleno ascenso. Una dilatada labor de más de cinco décadas en el campo de la investigación histórica, desarrollada esta desde una perspectiva única y distintiva: la de las clases populares. El enfoque de Salazar, desde hacía muchísimo antes de la evasión masiva del Metro, había entrado en consonancia con la del sismólogo: las placas sociales, en permanente choque, venían acumulando energía por años, décadas; la sacudida, la gran sacudida, no solo inevitable, era inminente.
La lucidez de su mirada lo ha tenido durante estas últimas semanas como invitado frecuente en programas de radio y televisión, en asambleas ciudadanas y encuentros. Salazar, consagrado en el ámbito académico -premio Nacional de Historia 2006-, nunca ha querido encapsular su conocimiento dentro de las aulas o los círculos especializados. Es por eso que hoy, de vacaciones en su casa de El Yeco, ha aceptado dar una charla en la UNCO de Algarrobo -«Deliberación ciudadana y proceso constituyente»- y atender amablemente a mis inquietudes.
-Llama poderosamente la atención lo completa de su formación académica. Da la impresión que durante su juventud, no conforme con sus estudios de historia, quiso alcanzar cierta globalidad en su instrucción en el ámbito de las humanidades. ¿Qué lo llevó a estudiar tres carreras en forma consecutiva? ¿Cómo nace esa inclinación tan notable por los estudios y el conocimiento?
Se forma en base a preguntas que se me fueron formulando durante mi infancia y para las que no encontré respuestas. Y esas preguntas me fueron socavando por dentro hasta convertirse en una vocación de vida. Yo nací en una población llamada “modelo” construida en los años 20. Mi padre era chofer y esta población se hizo a través de dos sociedades de trabajadores, la de las cobradoras de boleto y la de los choferes, en Independencia, avenida Vivaceta. Lo peculiar de esta población es que se construyó en medio de una chacra, la chacra El Pino, y el resto, alrededor, quedó como potrero. Más allá, construcciones viejas, conventillos. Hacia el sur limitábamos con el río Mapocho, que en ese entonces tenía una isla donde se refugiaban hampones. Un poco más allá, barrios con prostíbulos, más allá la Vega, el Mercado Central, y bajo los puentes del sector, vivían niños. Y en todos los potreros que quedaron desocupados se levantaron poblaciones callampa. Entonces, yo para ir al colegio tenía todos los días que atravesar las callampa, los conventillos… Luego, cuando fui al Liceo de Aplicación, lo mismo. Pasé veinte años viendo pobreza de todo tipo, borrachines, trabajadores, prostitutas. Me empapé durante mi adolescencia de todas las clases posibles del pueblo, de lo que tú quieras. Incluso asesinos. Inevitablemente, tú hablabas con ellos, te relacionabas. De ahí fueron surgiendo esas preguntas.
Mi padre leía todos los días El Diario Ilustrado, que era un diario de derecha. Y ahí, ni una foto, ni una referencia a esto; en la radio, ni una noticia; en los textos escolares, menos. Mi pregunta era por qué no se habla de ellos, de toda esta gente, por qué no se les estudia. Esa fue mi gran inquietud. Entonces entré a estudiar Historia. Pasé cinco años y nada; luego entré a Filosofía, menos. Recién en Sociología tuve un profesor, un gringo, no chileno, André Gunder Frank y él no se refirió directamente a Chile, pero sí desde una perspectiva marxista planteó por qué los pobres iban a seguir siendo pobres, por qué han pasado siglos y los pobres siguen siendo pobres. Él dio una explicación y me pareció correcta.
Desde ahí me puse a estudiar solo. Me dije: “si nadie me responde, estudio yo”. Y me puse a estudiar por mi cuenta. Eso sí yo lo iba a abordar desde este lado, para conocer la historia de toda esa gente.
Con mayor razón, además, en primer año de Humanidades, el profesor de castellano nos pidió hacer una composición, libre, tres, cuatro páginas, yo elegí el tema, “La Miseria Humana” y describo la situación de esta gente. El profesor me hizo leer lo que había escrito y no bien terminé de leer, me dijo tú lo copiaste, lo copiaste de un diario y me nombró no sé qué diario. Y no me creyó, me puso un uno. Quedé frustradísimo. Fui entonces a la parroquia y hablé con el cura, le explico lo que me pasó, y me dice “¿escribiste sobre esa gente? ¡comunista!” Pensé entonces “nunca nadie habla de toda esa gente, por lo menos yo tengo que aclarármelo para mi”. Pero desde la perspectiva del pueblo, no de arriba hacia abajo, porque de arriba hacia abajo tienes solo cuadros estadísticos.
-Desde hace ya varios años su voz se reconoce y es distinguida como una de la más nítidas en la expresión de una crítica al sistema que rige la pauta administrativa y política del país desde las últimas décadas. A los pocos días del estallido del 18 de octubre, declaró que detectaba cierta diferencia en el modus operandi histórico por parte de la clase dominante ante la revuelta social. ¿De qué manera ve usted que esta oligarquía amenazada ha ido reconfigurando sus estrategias?
Una nueva estrategia de la oligarquía civil yo diría que no hay. Se intentó hacer la misma de siempre, reprimir el movimiento ciudadano mediante el estado de emergencia, el estado de sitio, y el ejército entró en acción. Hasta ahí, el esquema es el mismo de siempre. Pero lo que sucedió esta vez es que los militares no estaban dispuestos a hacer eso, y esto es nuevo, muy nuevo en la historia de Chile, casi único, y por eso es que conviene profundizar en el análisis desde ese lado. Al no entrar el ejército en acción como si fuera guerra, al no masacrar, al no ametrallar, el movimiento pudo desplegarse mucho más porque no entró en coma por miedo a la muerte. Porque cuando se instala el miedo a la muerte, como un miedo social, la gente se porta bien, se va pa’ la casa, se enfrían los movimientos, y los ganadores hacen lo que quieren. Esta vez no se instaló el miedo a la muerte. Lo más sintomático de esto es que ahora cuando se decretó toque de queda la gente esperaba la hora para salir a la calle. En cambio en la época de Pinochet la gente estaba con ataque de nervios. No te imaginas el cambio respecto a nuestra época.
Portada de su último libro, publicado en octubre de 2019
Eso permite que hoy aparezca la petición que nunca antes se había hecho: cambiar la constitución. La clase política capituló. Y esto se debe no al comportamiento distinto de la clase política, ni de las élites, sino del ejército y eso merece un análisis. Por eso el movimiento ciudadano debería, si actúa con criterio táctico y estratégico, no con mero gesto romántico, no solo preocuparse de controlar el proceso constituyente, sino también desarrollar políticas hacia los militares. No basta decir «militares asesinos». Asesinaron durante Pinochet, OK, estamos de acuerdo. Pero ahora no están asesinando.
-¿Pero usted dice que los militares de ahora no están asesinando en un acto de rebeldía hacia esa clase política dominante?
Cuando Piñera dijo de frentón «estamos en guerra» y el general (Iturriaga) le dijo «yo no estoy en guerra», ese fue un desacato abierto a la autoridad máxima. Lo que está claro es que los militares de ahora no son los de Pinochet. Los militares están igual que nosotros, deliberando. Y están igual que nosotros deliberando en primera instancia. Nosotros no controlamos todo el proceso, ellos tampoco. Lo lógico, lo lógico (enfatiza), es que en esta coyuntura histórica deliberamos juntos.
Estoy claro que esa idea, esa propuesta, genera incomodidad en muchos…
¿Pero qué objeto tendría ir a dispararle a los militares? Si nos disparan de vuelta se acabó el movimiento. Yo fui del MIR, aunque no era de esa idea, le hicimos la guerra, nos sacaron la mierda.
Acabo de publicar un libro sobre los militares («El ejército de Chile y la soberanía popular») donde reflexiono sobre el tema. ¿A quién debe obedecer el ejército? ¿A la constitución, que redactaron cuatro pelagatos? Si es ilegítima, ¿por qué tienen que obedecer a una constitución ilegítima? ¿A la clase política? Si tanto la constitución como la clase política han traicionado al pueblo, que el ejército obedezca a la soberanía popular. Sobre todo, si hay historia que ellos lo hicieron antes.
-¿Qué estuvieron con el pueblo?
Sí, pues. Todo el Ejército Patriota, de 1817 a 1829, derrotado en la batalla de Lircay, estaba con el pueblo. Por algo derribaron a O’Higgins. También de 1907 a 1925, ellos mismos buscaron a los obreros para entre los dos cambiar la constitución. Ellos han tenido otro comportamiento. Solo que esa historia no se cuenta, y en los textos de historia aparece como «anarquía».