Del libro “Diableza” (2018)

Ciclos

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Canto en la noche llena de serpientes y veneno / Y ya no hay más leche en mis tetas caídas. El oceánico espejo suspira / Despoja húmedos los trapos de esta carne.
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Estallo en versos sangrientos

Invocando ángeles que iluminen el camino…

Y todo está tan vacío

Todo es tan ajeno

Tus ojos

Mi violenta ternura.

 

Canto en la noche llena de serpientes y veneno

Y ya no hay más leche en mis tetas caídas.

 

El oceánico espejo suspira

Despoja húmedos los trapos de esta carne.

 

¡ Y se me viene la muerte

Palpitante en el desamparo de Dios !

 

Y tengo quince

Y tengo treinta

Y tengo todos los años del mundo

Desnuda

Cataclística

en la inmensidad de la locura!

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OTRAS DOSIS DE Antítesis

Que el verso sea como una llave Que abra mil puertas.      El Poeta es un pequeño Dios.
La identidad del pueblo chileno (o, mejor dicho, la identidad de raíz mestiza de nuestro pueblo) se funda sobre una matriz de tipo esquizoide innegable. Quizá la mayoría de los pueblos del planeta (o al menos la mayoría de los americanos) compartan una distorsión fundacional similar. No lo sé. La nuestra, al menos, es una, particular, y se puede expresar someramente así: por un lado, una inclinación extraña, soterrada, casi institucional, a mirar con desprecio, o, en su defecto, con limitante paternalismo, todo lo que huela a indígena, y por otro, cierto orgullo tampoco del todo manifiesto, pero sí relativamente extendido, a la hora de des- tacar ciertas cualidades esenciales y únicas de las etnias primitivas de este suelo; por cierto, con particular énfasis, las del pueblo mapuche.