Gota de Leche
Insólita mancha láctea en el corazón del mapa de este litoral que te contiene.
Se despedazaron los glaciares ancestrales para ver nacer las incipientes arenas de tu remoto génesis. Sedimentos calcáreos del pleistoceno.
Vientos obstinados y cataclismos aluviales dibujaron por milenios tus privilegiados volúmenes y contornos.
Hierbas y criaturas pioneras se aventuraron a colonizar las dunas, augurando con ello el santuario.
Los dioses se detuvieron aquí un momento para celebrar la sútil belleza.
Los dioses se detuvieron aquí un momento para jactarse de la creación.
A los dioses les siguieron los hombres y las mujeres.
Los recolectores y cazadores del pasado apenas dejaron huella. Hojuelas de barro cocido en la arena para regocijo del arqueólogo entrometido.
Luego llegaron las máquinas del apocalipsis.
El canto del zorzal se ahogó ante los histéricos bramidos del motor a combustión.
El chercán calla. El pistón grita.
El acero profana las blancas arenas.
Los carroñeros del comercio, tolva y retroexcavadora se enriquecieron festinando de tus leches. Queriendo pavimentar con ellas el mundo entero.
Los nenes de la motocicleta y el 4×4, sin más dentro del cráneo que el aire dentro del casco, se divierten pisoteando con su caucho pernicioso la frágil Astragalus Trifoliatus.
Que más da. Son solo cardos. Jipis exagerados.
¿Acaso no ven como reluce la llanta cromada cuando atropella el nido del pajarraco de nombre desconocido?
Los parches en mi chaqueta valen más que tus bichos y malezas.
Los jipis no callan. Los jipis se levantan. Con mucho más que aire dentro del casco. Paralizando faenas. Derrocando corruptos. Construyendo puentes. Redactando expedientes. Invocando ministerios.
Blancas dunas australes. Hay hombres y mujeres velando por tus volúmenes y contornos. Por tus hierbas y criaturas. Por el zorzal y la Astragalus Trifoliatus.
El canto del chercán se impone.
El pistón calla; y haciendo una reverencia avergonzada, se retira para no volver jamás.