EUTOPIA ediciones 2015

Última Esperanza de Alicia Salinas

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Última Esperanza es el reverso en sordina del estruendo lírico (pos) moderno, un pulcro tejido de hálitos, visiones y gestos que encuentran en el epigrama y en el poema breve, su espacio más cabal.
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Este libro de Alicia Salinas, poeta silenciosa donde las haya, cumple ciertamente con el requisito de la madurez expresiva, madurez que se manifiesta a través de una escritura cotidiana y concisa sustentada en ciertos cantos de ternura y de denuncia, en el viaje interior y en la marcha inevitable por espacios urbanos y rurales en rápida y dolorosa devastación.

La obra de esta poeta, cuyo ecosistema verbal se liga a un territorio donde lo ampuloso no tiene cabida, donde las grandes sentencias y verdades absolutas no crían raíz, se levanta a través de un lenguaje engañosamente sencillo, diáfano y no exento de un humor fino y tangencial, pero efectivo a la hora de poner en tela de juicio a quienes, desde el poder, predican y chacharean para manipular y controlar a un público pasivo.

Última Esperanza es el reverso en sordina del estruendo lírico (pos) moderno, un pulcro tejido de hálitos, visiones y gestos que encuentran en el epigrama y en el poema breve, su espacio más cabal. Es el transparente trino, apenas audible, de un pájaro que se ha salvado de la caza –todavía es posible escuchar los escopetazos allá afuera– y que busca un árbol, una rama de sombra para el descanso y la supervivencia y para el pleno canto de la luz.

Apuntes sobre Última Esperanza
Por Jaime Huenún Villa
Fragmento

Poemas del libro Última Esperanza

DISCURSO

Ahora corresponde escuchar el discurso, 
la atención se prende en los oídos
y es solo una boca la que modula.

Mi juicio, mientras, parte calle abajo junto
a la nube cargada de lluvia oscura.
La perorata continúa en boca autoritaria
y yo, ya estoy llegando al banco de mi plaza.

Donde atenta espero viento sur, 
aleteos de pájaros,
araucarias flamantes
y distinguidos nenúfares.
TOMADOS DE LA MANO

El país donde viví,
tuve hijos,
y aprendí una lengua
que no he vuelto a pronunciar.

Tenía cúpulas con estrellas de zafiros. 
Maternidades,
donde doblaban a las guaguas
para que el frío no arremetiera
en sus cuerpos de niños.

-Nosotros envolvíamos los propios para no desmembrarnos- 
Así podíamos caminar por la nieve tomados de las manos.
Nada era de uno, solo la sangre que corría por las venas de los 
[pequeños.

Las tardes en que borrábamos la nostalgia a manotazos, 
cubríamos con pañuelos y pieles sus cuellos, y nos 
[deslizábamos en trineos
-sin medir las consecuencia-
HACE FALTA

Oír el trac trac de la máquina de coser
en el cuarto de un pueblo a trasmano. 
Abrir los brazos sobre la línea larga, 
como lo hace el mar cuando muere el sol.

Escapar por un dobladillo del cielo 
y adivinar si allí pasea alguien 
observando hacia abajo.

Hace falta,
abrir las puertas del armario 
en busca de un abrigo
para defender a la nostalgia 
de la lluvia y el frío.
Hace falta estar allí,
con los brazos a todo lo largo.
EN MEDIO DEL JARDÍN

Cortaron el árbol de damascos imperiales del jardín de la casa. 
Lo cambiaron por un mísero rosal.
Nuestros hijos creían que el cielo quedaba en su copa.

Nadie se sube a un rosal.
Las abejas que tomaban por asalto la miel de los damascos que 
maduraban antes - como nosotras - hoy prefieren el jardín vecino.
Han muerto dos de mis hermanos, mi madre y mi padre. 
Y aquel árbol que crecía en medio del jardín.

Ya nadie nos visita. / Se han ido casi todos. / No hay damascos
[para mermelada.
Cuando los militares andaban disparando en la ciudad (se acribillaba 
[sin misericordia)
Subía por el tronco hasta su copa,
cuidando de no pasar por sobre los capullos.
Desde ahí podías oír disparos, bocinazos y lamentos.
Solo los militares y los sentenciados a muerte deambulaban por las calles. 
Ese fue el inicio de mi vida clandestina.

En clandestinidad uno debe volver a bautizarse.
Sin cura ni agua bautismal.
Mi madre esperaba a diciembre para comprar azúcar.
En una caja de lata guardaba billetes amarrados con hilo grueso.
Con hijos presos o exiliados no siempre los ocupó en mermelada.
Hoy hemos vuelto a llamarnos como antes.
Y en medio del jardín.
Trepan por las ramas del damasco inexistente, un par de muchachas, 
parecidas a nosotras.
BAJO EL MISMO CIELO

Llegará el día en que los edificios
volverán a ser árboles y por sus rotundas formas, 
escapará el trino de un pájaro que se salvó de la caza. 
Y todo bajo el mismo pedazo de cielo.

Llegará el día,
en que los dolores
serán simples ramos de flores efímeras, 
como el primer día de domingo,
en el sur con lluvia y todo.

Todo será primero, 
el primer beso,
la primera intención, 
la mínima lágrima.

El faro iluminará cada orilla, 
cada ola en punta de pie,
irá y vendrá
envuelta en plácida espuma.

Nadie sufrirá por haber nacido
en mapuche tierra,
porque los rostros serán como el tuyo 
y el mío.
Y un pequeño de ojos colmados 
será testigo
de todo aquello hijo.

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