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Una mujer cualquiera y una isla

Isla Negra es un lugar tan especial como indescifrable. Efectivamente es una isla, lo llamativo es que sea negra. La poesía es negra; yace oculta bajo la sombra de lo no dicho. Allí, en pleno Litoral Poeta, en ese lugar mágico, vive hace casi ocho años la destacada poeta cubana Damaris Calderón, ganadora de la mejor obra y el Altazor 2014 (Las Pulsaciones de la Derrota); una mujer continente que nació en Cuba a finales del ’60, pero que el destino la trajo y la mantiene en Chile, esta vez en otra isla, una imaginaria y marcada a mar por la poesía de Pablo Neruda.
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En este pequeño lugar de la comuna de El Quisco pasa sus días y sus noches; soporta los atestados veranos y resiste el solitario invierno, todo gracias a la paz, el calor y la compañía que le dan sus palabras, las que a veces también son frías. Su última creación, “El tiempo del Manzano” (2018), es un ágil y maduro poemario en el cual la poeta mira su huella para dibujar con letras y colores los cuadros de su vida.

Nicanor Parra, en uno de sus discursos y entre risas de la audiencia, dijo que Neruda era un poeta Español nacido en Chile. Bajo ese marco antipoético podríamos decir que Damaris Calderón es una poeta chilena nacida en Cuba, que llegó a nuestro país en 1995, a una nación con Eduardo Frei Ruiz-Tagle (DC) en la cabeza del Gobierno y una alianza de partidos de izquierda llamada Concertación que comenzaba su segundo mandato presidencial (post dictadura), con la consigna de la apertura económica y la limpieza conceptual del país hacia el mundo: los jaguares y todo eso.

-Llegas con 28 años…

Venía por seis meses, máximo. El Chile que yo conocía y por el que entré, era un Chile literario; de Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Violeta Parra, Gabriela Mistral. Además acá habían amistades; amigos cubanos y amigas poetas chilenas.

-¿Por qué sales de Cuba?

Cuba tiene lo que llamo el síndrome de la insularidad. Es una isla que ha sido demasiado aislada, por dentro y por fuera. Ese deseo de salir de la condición insular ha marcado nuestras vidas como personas, como sujetos civiles. Hay toda una literatura dedicada a la isla y dentro de eso también escritores como Virgilio Piñera y muchos de mi generación (’80 y ’90) que buscan la salida de la isla, la apertura.

Calderón llegó sola, en Cuba quedó toda su familia y también la mítica generación de los ’80 a la cual pertenecía. Venía con chapa de su matria, en donde había obtenido el premio “Joven Poeta”.

A la semana de llegar a Chile, Damaris comenzó a trabajar en la Editorial Cuarto Propio, que fue una de las pioneras en la publicación de literatura mapuche, de género, de mujeres y en donde aparecen algunas de las primeras cosas de Pedro Lemebel. En ese lugar estuvo a cargo de la edición de poesía: “Pasaron muchas cosas manuscritas por mis manos y estas cosas inéditas me fueron fascinando. Me revelaron un Chile que no conocía: las vivencias del sur; la escritura desde los márgenes”, recuerda. Luego vendría un magíster en lengua y cultura clásica en la Umce, la creación con una amiga del sello editorial Las Dos Fridas; su experiencia como profesora universitaria …“y así me fui quedando, de a poco.. “, comenta la poeta y esboza una sonrisa.

“Me pasaba como el cuento de ‘Francisca y la muerte’ ¿no? Yo decía en algún momento voy a regresar, pero siempre algo me iba llevando a otra cosa y así me fui enamorando de ese Chile profundo, que yo creo es mucho más fuerte -aunque menos visible- que el Chile neoliberal, el de las estadísticas; el Chile feroz de la violencia, de las violaciones a los dd.hh. De toda esta cosa agresiva y mercantilista, como instalado en una plataforma económica. Ese Chile literario, arraigado al paisaje, la gente y lo ancestral; ese me fue enamorando y todavía me tiene enamorada”. Comenta Damaris, que ha visto pasar más de 23 años desde ese día que arribó a esta tierra con una maleta liviana y muchos sueños.

-¿Cómo ha sido la estadía en Chile?

De todo, pero al final siento que buena, porque lo malo también se incorpora con la forma de la experiencia.

-¿Cómo ves hoy al país?

Chile es un país muy singular dentro de Sudamérica. La visión que tengo, a diferencia de los otros países sudamericanos, que son de un mestizaje más asumido, es que en Chile eso no ha sucedido. Siento que la identidad es como la del plato de la cazuela, en donde están todas las partes, pero cada una en sí misma y presuntamente no se mezclan. Aquí está el alemán, aquí está el mapuche, acá el chileno, el chilote…

-¿Ves una negación a la mezcla?

Sí. Está todo muy segmentado. Por ejemplo yo soy cubana, y en la cultura de mi país tenemos de negros, de chinos y españoles, y eso es parte de todo lo que somos. Son componentes de la cultura que se asumen. Acá la gente no quiere ser mestiza, no quiere ser morena. Por eso creo que está pasando algo interesante con toda la cuestión de la inmigración y con la entrada de la cultura negra, que en Chile están formando patria también. Por eso, se quiera o no, la cultura se irá volviendo híbrida y en ese sentido Chile tendrá que procesar muchas diversidades.

– Y qué te parece la reacción de las autoridades con respecto a la inmigración?

Veo con bastante preocupación el ascenso de las ideas nacionalistas y fascistas que se instalan, y esto de crear en la imagen del otro al enemigo. El otro siempre fue el bárbaro, el diferente, el que no era yo. Y la frontera. Uno pensaba que el mundo en algún momento iba a dejar de tener fronteras, pero volvemos otra vez a lo mismo.

 

DE PALABRAS

Su casa, construida a retazos, es como su vida y obra. Recuerdos propios aparecen en todos los elementos y rincones, bien articulados, así como el tejido de las letras que crean la existencia de Damaris. “Casa de Palabras” es el nombre con el que bautizó su hogar, que fue hecho a pulso. “Cada cosa que está aquí tiene un recuerdo y un contexto. Todo se fue haciendo poco a poco”, comenta la poeta, con evidente cariño hacia su espacio, el mismo que se refleja cuando recuerda su infancia.

Sus primeros años de vida están marcados por su pueblo en Jagüey Grande, en la provincia de Matanza, Cuba, en donde su abuelo materno era campesino y poeta popular de la décima y quien, según Damaris, le enseñó a observar: “mira la hoja; mira la sombra que el pájaro deja aquí; esta flor se llama tanto”. Esa fue una herencia marcada por lo campesino y popular. Todo lo demás lo hizo a pulso, por su amor hacia los libros: “Fueron para mí un mundo de libertad, maravilloso. Fueron un universo”, cuenta con gracia la poeta.

-¿Partiste desde niña con la escritura?

Sí, porque lo que yo quería era hacer eso, y lo bueno fue que me alentaron; me encontraron rara, pero me alentaron. Yo empecé a escribir reescribiendo. Leía y siempre tenía algo que añadir al libro… “yo le cambiaría tal personaje, o le pondría este final”, y entonces me sentaba y lo hacía, con esa desfachatez que tiene uno cuando es niño, era maravilloso. Mi infancia fue así. Fue jugar por una parte, caminar con los abuelos y los padres por otra, y esta maravilla del encontronazo con el mundo del libro, la fantasía, la imaginación y los mundos posibles. Y la cosa increíble era que uno podía participar de esto y también añadir su nota al libro, dar un final. Por eso que para mí fue natural la escritura, nada traumático con la página en blanco.

-¿En qué momento sales del pueblo?

A los 15 años me voy a la Habana a la casa de una tía abuela. Fue difícil, pero también fue bueno, porque era la bohemia como de sentirse artista; estar con amigos artistas que eran mayores que yo, que estaban escribiendo, pintando; y fuimos los que después nos convertimos en la vanguardia de los ’80 y los ’90 en Cuba.

-¿Tu familia siempre te apoyó?

Fue dividido. Mi padre se hacía muchas preguntas y mi madre siempre me apoyó, pero lo vieron como algo necesario, porque era inevitable. Después fue bonito, porque fue un aprendizaje, lo fueron entendiendo, se fueron abriendo y aquello que aparecía con el estigma de lo que significa el artista, fue una comprensión de ese mundo, de mis amigos que llegaban a la casa tras acompañarme a las lecturas, a los teatros. Fue bonito.

A los 19 años regresó de La Habana a su pueblo y allí participó en unas brigadas artísticas, que para Damaris fue una etapa muy feliz, pues “le hacíamos talleres literarios a los alumnos de secundaria”, cuenta. Tras esa experiencia y con 21 años vuelve a la capital; ahí se quedó por siete años hasta que viajó al sur del mundo, por esos seis meses que se convertirían en casi 30 años.

El Chile que la seduce, dice, es “el que está escrito, vivido y sangrado a concho: una Rosa Araneda; los poetas de la lira popular chilena, que pululaban por la Estación Central y vivían y morían escribiendo sus liras; una Violeta Parra que recorrió Chile de norte a sur y escribiendo; Gabriela Mistral hace lo mismo; un Pablo de Rokha con su intensidad… Esas cosas vitales me han hecho querer, amar y respetar este país. Y cuando alguien me dice por qué quieres tanto a Chile, yo digo: porque también tiene esto”, comenta

Para Damaris, Pulsaciones de la Derrota es un libro que tiene ese Chile “con todos sus pedazos y que me parece un país enorme y espléndido. Fragmentado, despedazado y sostenido por mucha gente”. Comenta con emoción la autora, obra que recién se publicó en su país natal en 2017 y que al siguiente año (2018) obtuvo el premio de la crítica a la mejor obra literaria en Cuba, igual como sucedió en Chile en 2014.

-¿Cómo fue ese reconocimiento en tu propia tierra?

Eso ha sido hermoso también, porque es otra cosa que se abre. Una autora que vive afuera, pero que ahora la premiamos. Porque había una política un poco más férrea de que los premios quedaban dentro del territorio insular. No se daban a compatriotas de fuera. Esto también es otra posibilidad, otra apertura, otra mirada que espero se extienda a muchos coterráneos.

-¿Cual es tu opinión con respecto al Premio Nacional de Literatura en Chile?

Como todos los premios, tienen ese componente dulce amargo de la exclusión, del elegir a uno por sobre otros. A veces se aplican con justicia, se entregan a un autor o a una autora, que tiene una obra reconocida en el tiempo, un trabajo que lo ha perfilado, que ha nutrido a diferentes generaciones y que lo sitúa como un referente dentro de la cultura. A veces, uno siente que el resultado de un premio responde más a un consenso, a un pacto con determinadas escrituras, con determinadas políticas; a veces uno siente que es una afrentosa carrera de caballos, donde se echan a competir a los escritores unos con otros, donde se escarnece al o la que ganó el premio por los mismos pares. Hay figuras, escritores, de obras notables, que no han recibido el premio nacional. Basta recordar a María Luisa Bombal, cuyo trabajo lo merecía con creces. Basta recordar lo tardío de la entrega  a Gabriela Mistral, después que ganó el Nobel. No se le dio a Lihn, no se le dio a Gonzalo Millán… Todos ellos lo merecían. 

¿Y qué te parece el Premio Nacional 2018 a Diamela Eltit?

Me parece justo. Diamela tiene una sólida obra, desde aquellos trabajos del CADA, sus libros Lumpérica; Por la patria, El infarto del alma… todos ellos la situaron como un referente de la escritura post dictadura de vanguardia, referente que continúa siendo hoy y cuya obra ha ido creciendo en el tiempo con numerosos títulos. Una escritura política que no ha eludido su compromiso ni con la historia ni con la escritura.

-¿Y tú, cómo te tomas los premios?

Con humor. Me han pasado cosas hermosas que me las tomo personales, pero también como puertas para otros. Por ejemplo me tocó ser la primera mujer y extranjera que la Revista de Libros de El Mercurio premió en 1999. El Altazor (2014) fue otro tanto, pues es para autores chilenos, entonces cuando me nominan para mí ya sólo eso era un regalo, pero luego cuando me dan el premio, fue hermoso, porque significa reconocerte como un par, y abre puertas hacia la migración de alguien que se inserta, trabaja y aporta.

-¿Te sientes chilena?

Es raro porque me siento parte. No chilena.

-¿Como constructora?

Sí. No soy un ojo foráneo más, porque llevo más de 28 años en Chile y la mayor parte de mi obra la he escrito acá. Una parte muy fuerte de mí está en Cuba y la otra está en Chile.

-Pero hay una que elegiste…

La cual no fue una elección en un principio, pero que después terminó siendo una elección. Hay mucho tiempo de amor-odio en eso también, preguntándome si me quedo acá, o en otro lugar, porque llevo mucho peleando con Chile y conmigo, porque Chile tal cosa, porque la gente es penca, porque lo demás… y así fue pasando el tiempo. La primera vez que fui a Buenos Aires y me junté con los poetas porteños, ellos me dicen: “qué haces viviendo en Chile, vente para acá, como son los chilenos, en Chile hasta las micros tienen gusto a clavo (en ese tiempo las micros eran amarillas), todo es igual, ni chicha ni limonada”. Bueno, total que pelamos muchísimo, yo incluida. Entonces cuando llego de vuelta a Chile siento: “al fin en casa”. Espérate -me dije-, aló, qué pasó, qué estoy sintiendo… en casa.

-¿Te sienta cómodo Chile?

Sí, hay algo, una especie de arraigo en el desarraigo. Mi pertenencia es desde la extranjería. Siento que soy extranjera, pero también lo siento cuando voy a Cuba, porque a la que llego no es la misma a la que dejé.

-¿Y la de ahora es mejor o peor?

Hay muchas cosas de las que disiento. Yo crecí con la generación de los ’80, todavía una utopía, un mundo que se vino abajo. Entonces ese espacio de la utopía es en donde habito la poesía.

-Y también con espacio a la soledad…

A la soledad, la locura, la muerte, al suicidio… mira tú tipos como Alfonso Alcalde; el supersuicida Rodrigo Lira. Tantos poetas y tanta gente que incorporaron su verso y su gota de sangre para el poema de este país. Hay una épica y una epopeya en Chile que estamos viviendo constantemente. Está en los Mapuches, en las marchas y se va trasladando… Siento que es un suelo profundamente tectónico, pero que se puede distinguir aisladamente, como la punta de un iceberg, porque como todo es tan fragmentado, también se muestra así; y pareciera que se trata que las partes sigan despedazadas y no se junten. Sin embargo ahora siento que hay una necesidad de las partes de irse reencontrando en un todo y articulándose como fuerza social, fuerza humana y fuerza creadora, que para mí es lo esencial del hombre y la mujer. Somos seres creadores, no consumidores. Nos lo dieron al revés. Nos trataron de vender la creación como consumo.

-¿Qué rol crees que juega el mensaje publicitario?

La publicidad se ha apropiado de todos los lenguajes. Trata de ser empático, humano, a veces hasta poético o pseudo poético y la propuesta es lo contrario, es vender. O sea si te hablo de “calor humano”, te hablo de una marca de gas… Y yo digo: “¡de qué estamos hablando!” Hay que volver a recuperar el lenguaje. Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos.

-¿Qué te pareció la marcha del 8M?

La convocatoria del 8 de marzo  (la marcha, las marchas) me pareció contundente, formidable. En Chile fue rotunda. En Buenos Aires, en la India, pero como supongo que me preguntas más por la convocatoria chilena, fue un acontecimiento que sorprendió a muchos (la cantidad de mujeres que marcharon, en los distintos puntos y ciudades del país, la organización, la transversalidad, las distintas generaciones). Fue un acontecimiento político que no termina ahí, que da esperanza, que puso en la calle las voces que omite y silencia el sistema patriarcal.

– ¿Qué análisis haces del movimiento feminista y para dónde crees que se dirige?

Soy participe del movimiento feminista, me parece que es necesario. La cultura patriarcal no solo ha usurpado en el tiempo la voz femenina, sino que la ha doblado, la ha reescrito. ¿Hacia donde va? Las mujeres necesitamos reposicionarnos. Yo pienso que es muy bueno que el movimiento feminista no sea solo literario o intelectualizado, como la Diamela Eltit y otras escritoras que tienen una marca o impronta feminista; también hay harto feminismo en terreno, porque son muchas las mujeres vulneradas, violadas en todas sus formas de relación social, que van más allá de la violencia física -que es la más obscena y termina en el femicidio- sino en la que te pasan a llevar con tu salario, las opiniones, con tu ser mujer. Además siento que está abriendo otras puertas, porque no es algo solamente de las mujeres, sino que los hombres también están participando, siendo empáticos y abriéndose hacia lo femenino que hay en ellos y en lo humano.

 

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LITORAL POETA

En 2004 le dieron un diagnóstico de cáncer que la hizo entrar a pabellón, pero al final no pasó a mayores. Sin embargo, esa vivencia la hizo meditar sobre muchas cosas, una de ellas fue que quería pintar, así que se pensó y se hizo. En su último libro los poemas van acompañados con imágenes de su otra forma poética.

-¿Qué significa vivir en el Litoral Poeta?

Yo creo que el litoral tiene la belleza, la naturaleza, el mar y mucha diversidad de paisajes. Tiene las imágenes que dejaron Neruda, Parra o el mismo Jonás y tanta gente que trabaja para este litoral. Ahora lo que siento es que con todo eso, hay una resistencia a que el litoral sea un espacio verdaderamente poético y no un rótulo que se utilice en términos comerciales, turísticos, políticos… Vacíos. En ese sentido siento que se da más importancia a ese cártel o pancarta para los turistas, mientras la vida les puede ser bastante ardua, por la precariedad de los medios ,que no se facilitan a las personas humanas, concretas, a los que están creando y dando vida a ese concepto.

-¿Y cómo es la relación de los poetas o los artistas con la gente del litoral?

La mirada local a veces es desdeñosa. En vez de preguntarse quién es el creador, es más fácil catalogar como un loco, un raro, o un hippie. Se muestran suspicaces o poco amigables. En general la gente no sabe qué significa ser poeta, porque pareciera un pasatiempo. Te dicen: “ya okey, eres poeta, pero ¿cómo te ganas la vida?”. O a veces: “Oh poeta, qué lujo”. No tienen idea en las condiciones que uno ha tenido que vivir para sostener algo. Es importante que la gente conozca cómo es realmente la vida de los que apuestan por la creación, que en cierto sentido es como una especie de sacerdocio, pues estás dedicado a eso, consagrado a eso.

-¿Y al revés: la participación de los artistas con la comunidad?

Las mayores protestas locales por la ecología, por la tala de árboles, por el arrasamiento de lugares naturales o la acción de las inmobiliarias, la están dando los artistas. En ese sentido hay que replantear la mirada del litoral de los poetas, para que no sea más que un eslogan.

-¿Hay creación inter-artística?

Sí, pero falta establecer más diálogos, generar puentes, redes. Están las lecturas que se hacían en la plaza de la Isla, luego la feria del libro de El Tabo, los encuentros que yo convoco en mi casa, de manera personal; la Casa de la Cultura del El Tabo que hace unos conservatorios con artistas locales; lo que trata de hacer la Agrupación Cultural de Las Cruces; Algarrobo moviéndose por allá con David Bustos; Las Coincidencias en Isla Negra… Entonces también nos toca articularnos, reencontrarnos y hacer cosas.

-¿Algún pendiente para Damaris Calderón?

Muchísimos. Afortunadamente.

-¿Uno que se venga a la mente?

Me gustaría hacer una exposición y un libro con mis pinturas. En lo concreto, el primer semestre de este año saldrá a la luz“¿Y qué?”, libro que publicaré con la editorial Verbo Desnudo, con quien también saqué “El tiempo del manzano” el año pasado y que ha dado a conocer a otros autores cubanos, acá en Chile.

-¿De qué trata tu nueva propuesta?

Es mi respuesta poética al arrasamiento. Personal, colectivo, histórico, de un país que se vino abajo. Nos descojonaron. ¿Y qué? Sobrevivimos. Creo que “¿Y qué?” tiene, por una parte, una raíz estoica: esto fue así, es así, ¿Y qué? ( qué tanto); y por otra, la asunción de un desafío, el tono de la insolencia. Creo, recordando a Séneca, que no tiene esperanza, pero tampoco miedo. Hay muchas marcas personales, autobiográficas (la recurrente presencia de mi madre) y otras que trascienden lo personal, como “El tiempo del manzano”, sueño que permanecerá aunque lo derriben de un puñetazo. Y la asunción de que el que canta, el que lleva luz, se muere solo. ¿Y qué?

-¿Haz pensado de qué manera te gustaría ser recordada?

Como la mujer que amaba la poesía y los perros. Tuve un alumno de edad mayor que me decía “ya tengo mi epitafio listo” y casi que se lo copiaría: “Aquí yace un amante”.

-¿Te quedas en Chile?

Es una pregunta… Siempre tenía la imagen del regreso, pero estaba asociado a mi madre. De todas maneras yo siempre tengo la cabeza puesta en Cuba, en las noticias, buena parte de lo que escribo, lo que leo, o sea no estoy cerrada y no es algo de lo que yo me desentienda o que sea parte de mi pasado, sino que es parte de mi presente. Entonces hoy estoy aquí y quiero que el presente se prolongue, haciendo mi espacio. Me gustaría verlo crecer, seguir haciendo proyectos que tengo… y también me gustaría regresar un tiempo a Cuba, reencontrarme con esas cosas que no visito hace más de cuatro años.

 

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Sobre Damaris.-

Por David Bustos | Poeta y guionista | Algarrobo

David Bustos

Damaris Calderón es lo más parecido a un oasis en el desierto. Podría decir que es una de las pocas y pocos poetas que conozco, que vive la poesía sin hacer un límite entre vida y obra. Sus poemas nacen de esa fuerza en que lo biológico, lo más elemental de su cuerpo, puede ser un verso o una frase. Todos escribimos o hacemos que escribimos. Damaris realmente no escribe como nosotros; ella expulsa con delicada perfección su arte, porque ha comprometido cuestiones que para nosotros aún son sombras en el horizonte de la creatividad. Su potencia y confianza en el lenguaje es la relación que puede tener una madre con su hijo, hay una naturalidad y conocimiento íntimo de las palabras, de las letras, de la respiración.

Todo esto es producto de un largo viaje por la sensibilidad, y cuando pienso en la sensibilidad no sólo hablo del acercamiento hacia la realidad, sino que también pienso en la sensualidad, en cómo podemos a través de su poesía palpar, oler y escuchar lo que nos dice.  Siempre que me preguntan por Damaris y los poetas del litoral, yo aclaro de inmediato que Damaris Calderón es una poeta de Latinoamérica.

El litoral es su refugio, su pista de despegue hacia la exploración del habla. 

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