En la localidad de Punta de Tralca, El Quisco, vive Juan Eduardo Díaz, San Bernardino de nacimiento, litoraleño por elección. Nos juntamos en su casa. Es un hombre sereno, afable, que entrelaza sus días entre la docencia, el trabajo en madera y la escritura. Hace un año atrás recibió una llamada telefónica que modificó su apacible rutina; le informaron que su poemario “Manual de carpintería” había ganado el prestigioso Premio Revista de Libros en su trigésima primera versión y así, mientras las prensas de Ediciones El Mercurio imprimían los primeros ejemplares, Díaz se vio repentinamente catapultado al centro de la escena literaria nacional.
Con obras como “Tolstoiano» (2021) o “Brevísima relación de mi tránsito y quedada en el Litoral de los Poetas” (2017), Díaz ya había demostrado que la poesía es tanto un hogar como un viaje. Los orígenes de Juan Eduardo Díaz en San Bernardo (1976), su estadía y estudios en Valparaíso, y su posterior migración a la provincia de San Antonio tras el terremoto de 2010 son más que datos biográficos, también son las coordenadas que explican su obra.
De las calles sanbernardinas heredó por ejemplo el descubrimiento de una sorprendente tradición literaria: la de los tolstoyanos, aquella comunidad de artistas que, inspirados por el escritor ruso, establecieron en la zona una utopía creativa a principios del siglo XX, la cual Fernando Santiván relató magistralmente en sus memorias. Este hallazgo de Díaz inspiró su libro “Tolstoiano”, pero además lo llevó a descubrir una inesperada conexión con Santiván, ya que también fue un hábil carpintero especializado en puertas y ventanas, una coincidencia que se terminaría entrelazando con su “Manual de carpintería”, y que particularmente nos resuena en el Litoral Poeta cuando se recuerda el “Manifiesto” de Nicanor Parra: “El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro: / Un constructor de puertas y ventanas”.
Manual de carpintería
¿Cómo nace Manual de carpintería? ¿Cuánto tiempo demoró?
–Manual de carpintería es un libro que nació en pandemia, de noche, con mi segunda hija recién nacida y mientras ella dormía. En los ratos que preparaba las clases de lengua y literatura para el día siguiente y en un modo virtual que a diario hacía conectarnos al computador, lo que a mí me debilitaba la vista obligándome hoy a usar estos anteojos. Demoré más o menos dos años, con correcciones y ediciones hasta que pude lograr un texto que me dejó medianamente conforme.
Los títulos de los poemas están integrados en el primer verso de cada texto. ¿Ese estilo o decisión tiene alguna relación con el arte de la carpintería?
-Los títulos son lo menos importantes cuando un poema no dialoga con este, lo que queda en la memoria siempre es el primer verso, Neruda lo demuestra con su “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” o “me gustas cuando callas…”. Entonces me gusta la idea de que los títulos están integrados, son parte del poema, no ocultan ninguna clave, ni están por cumplir. Es un arte poner título a los poemas, pero existen algunas estrategias simples para cumplir con esta parte de la creación. A mí me acomoda la que he propuesto en Manual de carpintería.
¿Cómo te gustaría que se comprendiera tu libro?
-Para mí representa un reconocimiento a la labor de la carpintería, oficio que conozco de cerca, por mi padre mueblista. Un trabajo que al igual que la poesía requiere de precisión, de lo contrario se reconoce inmediatamente la falta de oficio en la confección de cualquier pieza que nazca de ellos, los poetas y carpinteros. Respecto de la comprensión de este libro no tengo ningún requerimiento. La poesía no debe ser comprendida, más bien debe ser interpretada y aquí recuerdo a Octavio Paz cuando decía que la poesía se escribe dos veces, primero por el poeta y luego por el lector con su propia experiencia que se adueña y conecta con el poema. Creo en la provocación, positiva o negativa, como sea que la lectura provoque, la emoción que se desprenda del alma y del cuerpo ha de ser el objetivo.
Familia, Caronte, talleres y educación
La vocación de Juan Eduardo Díaz por tender puentes culturales se materializa en múltiples dimensiones. Por un lado, su editorial Caronte, fundada en 2009 y con la cual promueve la poesía de autores amigos, evoca al mítico barquero que transportaba las almas a través del río Estigia en la antigua mitología griega. Y no es casual: así como aquel personaje conectaba el mundo de los vivos y los muertos, Díaz asume el rol de vincular a escritores y lectores.
Este rol de mediador cultural se extiende también a los talleres de poesía que imparte, actividad que desarrolla desde 2011 en diversas localidades del litoral -San Antonio, El Tabo, Algarrobo y El Quisco-, incluyendo un significativo paso por la Fundación Pablo Neruda entre 2015 y 2020.
Ahora, desde abril de 2024, Díaz enfrenta quizás uno de sus mayores desafíos profesionales, pues asumió la dirección del liceo Clara Solovera en El Quisco. Un salto vertiginoso desde su rol como profesor de lenguaje e inspector general, el cual, aunque reconoce complejo, aborda con una visión clara: “el objetivo de la educación pública está enfocado en la relación entre libertad y conocimiento”’, sostiene, y agrega una reflexión que sintetiza su filosofía educativa: “sin conocimiento estamos obligados a preguntar a quien creamos sabe más, y aquí aparecen muchos no muy nobles”. Esta es la misma búsqueda de libertad a través del saber que ha guiado su trayectoria como editor, poeta y maestro.
¿Cuáles son los pilares esenciales de tu vida?
-Mi familia es el pilar principal, al igual que un árbol es el tronco, de este nacen ramas como el oficio escritural, del que he vivido sin esperar nada de él y del cual sólo he recibido cosas buenas. Luego está la docencia, ser profesor se conecta igualmente con el oficio, enseñar en los talleres que dicto, en el liceo donde trabajo. Y finalmente están la memoria y el tiempo, los otros esenciales, y que se conectan de forma inevitable con mi familia, con el oficio y con la docencia, pero estos dos conllevan algo no muy positivo, en algún momento se acaban. Por supuesto están muy presentes en lo que escribo.
¿Como es la relación con tu padre?
-Muy bien, de siempre. Como he contado, él es mueblista y de chico me llevaba a su trabajo; me presentó las herramientas, la madera, el aserrín. Me crie en su entorno. Entonces, de cierto modo, en el libro hay una gratitud hacia él, por todo lo que sé en relación con la madera.
¿ Y tú como padre?
-Yo como padre de mis hijas, muy bien, pero tiendo a ser sobreprotector. Sé que son chicas; una tiene cuatro y la otra tiene nueve, pero están en la edad en que me preocupo mucho de entregarles comodidad, bienestar.
Tus hijas, arbolitos que crecen ¿cómo las direccionas?
-Hay un poema del libro que de cierto modo habla de eso: enseñar con algo de lo uno tiene, que no habla solo de la poesía o la carpintería, sino de la forma en que uno es, con el ejemplo.
Oficio
Como la madera noble que revela su belleza bajo las manos pacientes del artesano mueblista, la poesía de Juan Eduardo Díaz emerge de su dedicación y esfuerzo. Si bien reconoció a El Mercurio que “obtener un logro como este alimenta el ego”, su naturaleza rehúye de la figuración con la misma delicadeza con que sus versos encuentran luz en lo cotidiano, lo simple. En él, el oficio del poeta y el del carpintero se funden en una misma búsqueda: la precisión como camino hacia la belleza.
¿Cuál es la madera con la que trabajas la poesía?
-Me gustaría trabajar con caoba o secuoya por sus colores distintivos, pero creo que lo mío es pino, bien seco eso sí. Madera simple, cotidiana y común, fácil de trabajar, como el álamo con el que trabajaba Teillier.
¿Dónde está la belleza?
-La belleza está en todo y en todos, como la poesía, donde esté una está la otra. Para ambas se requiere de tiempo y serenidad, para poder descubrirlas. Tendemos a buscarla fuera, lejos de nosotros y de los lindes que nos circundan, pero suele estar tan cerca que a menudo no lo notamos, es más, la buscamos, cuando siempre ha estado ahí cerca.
¿Has logrado la precisión poética? ¿Cuál es tu actual relación con la precisión?
-Hace algunos años publiqué un libro titulado Poema decente, una auto ficción de cuyo personaje, Norberto, buscaba escribir en algún momento de su vida el dichoso poema decente. De cierto modo la pesquisa de la precisión poética es una constante en este oficio, bueno es que no sea presuroso la aparición de este esquivo texto. Muchos quisieran ser Rimbaud y retirarse veinteañeros luego de escribir una obra como la del maldito francés. No es lo que yo quisiera. Todas las palabras en poesía requieren de una precisión, tal como el ensamble de un cola de milano para la confección de una mesa de té.
¿Cuál es tu veta? ¿Por dónde va?
-Mi veta va por la línea de lo tradicional chileno, Pedro Antonio González (1863-1903), el padre del modernismo chileno. Él posee una forma de ser poeta que me apasiona, alejado de todas las luces que el modernismo de Darío promovía, en esa misma época; sin ninguna ambición que lo pudiera instalar ante escena alguna, sin siquiera el interés en publicar. Actualmente admiro la forma de ser poeta de Carlos Cociña, poeta silencioso, sin ningún interés de figurar. Existen muchos autores que cultivamos esta veta, tranquila, silenciosa, sin apuro de nada.
«Hay palabras que se quedan en la resina». ¿Cuáles son tus tres palabras favoritas?
-Como mi oficio me da la libertad de trabajar con la palabra, he de tener muchas favoritas y luego el desgaste hace que afloren nuevas que dan cuenta de lo que vamos observando o viviendo; algunas se reactivan o desaparecen para siempre. Desde un tiempo me ha taladrado en la cabeza, y no sé por qué, bueno sé bien por qué no se hace nada al respecto… Pueblo Palestino Libre.
El Premio
Juan Eduardo Díaz se ha convertido en el décimo poeta en recibir el Premio Revista de Libros, distinción creada en 1991 por El Mercurio y CMPC “para estimular la creación literaria nacional”. El galardón, que desde hace unos tres años también cuenta con el respaldo de la Universidad Católica de Chile, fue concedido de manera unánime por un jurado integró la poeta María Inés Zaldívar, el editor y poeta Adán Méndez y la ensayista francesa Fabienne Bradu. Sin embargo, el reconocimiento, que además otorgó cerca de 15 millones de pesos, ha llevado al autor a reflexionar críticamente sobre el vínculo entre las instituciones y la creación artística, así como sobre la escasa difusión de la poesía en Chile.
CMPC es quien financia y también uno de los creadores de este premio que partió en 1991. ¿Qué te puedes comentar al respecto?
-Cuando me informaron, y después analizando bien las entrevistas que aparecieron en el diario, yo empecé a preguntarme que habrá sido lo que llamó la atención de los jurados. No sé, no me convencía y me dije: ¿no será porque habla de la madera y como está metido CMPC hubo un empuje por ahí?
Claro, igual se podría conectar…
-La jurado María Inés Zaldívar, con quien conversé, me dijo que de chica recordaba la madera, muebles y que vivió cerca de un taller. Con Adán Méndez comprendí que él entendió, ya que también fue hijo de mueblista, cierto lenguaje y códigos de carpintería que utilicé en algunos poemas. Entonces yo creo que por ahí hubo una conexión. Eso es lo que quiero creer, pero no niego que también fue una cosa que pensé.
¿Cómo ha sido el apoyo con la difusión del libro?
-Me pasa algo muy particular. Existe una especie de dejar un poco de lado a las personas que destacan en algún premio. O sea, basta con decir “ahí está el libro”, pero nadie mueve un dedo para que este circule o se difunda más allá de todo lo que se hace en el momento, que es mucha, mucha difusión y jamás pensada o jamás lograda por mí. Pero después se olvida, queda ahí. El libro no se vende, no se difunde, no se promueve. Claro, la editorial (El Mercurio) no es especialista en difundir este tipo de género, pero tampoco está presente en las ferias de libros que se hacen en el país o en Latinoamérica, en donde sí están presente las grandes editoriales. Lo que podría ser una ventana interesante para difundir las obras.
Entonces me pasa eso. No sé, algo tan simple como que existen muchos fondos de difusión que sólo requieren de gestión para que un libro se mueva en las librerías o en la biblioteca públicas de todo el país. Sin embargo, esa tarea se le deja al autor, cuando ellos, teniendo una maquinaria gigante de profesionales especialistas, podrían gestionarlo. ¿Por qué no?
A propósito, ¿Dónde se puede encontrar tu libro?
-Está en todas las librerías de mall: Librería Antártica, Feria Chilena del Libro… y te cuento una anécdota: por ahí descubrí que está en la Qué Leo de Valparaíso y en varias Qué Leo…
¿Y en la Qué Leo de aquí, en Algarrobo?
-En la de Algarrobo me parece que no está…
Buen llamado a que lo tengan entonces, un mínimo acto de vinculación con el medio…
-Sí, es cierto… Bueno, la anécdota es que un amigo en la Qué Leo de Valparaíso pidió el libro y, si bien aparecía en el catálogo, no lo encontraban físicamente. Y mi amigo entonces dijo: “te apuesto que si lo buscan en los manuales lo vamos a encontrar”. Y claro, ahí estaba, entre los manuales de cualquier cosa, no en la sección de literatura o poesía.
Litoral de los Poetas
En el jardín de Juan Eduardo Díaz, en el litoral central, un ciruelo (ume) y un cerezo (sakura) crecen juntos por capricho de la naturaleza y como símbolo también de una obra que hace un fuerte guiño a la tradición japonesa, pero que nació -podríamos decir- en nuestra enorme machiya, que vendría siendo el hermoso territorio poyético de Chile, conocido transversalmente como el Litoral de los Poetas.
¿Cuál es tu opinión sobre el Litoral de los Poetas? ¿Cómo ves la actualidad de esta zona creativa y cómo imaginas que debería ser a futuro?
-El poeta David Bustos en algún momento hizo referencia de este concepto y mostró la necesidad de pasar del cartelito del MOP al contenido para dejar de ser un slogan y comenzar a hablar de poesía de una vez por todas. Por supuesto que estoy de acuerdo con lo que dice el poeta Bustos, pero yo lo ampliaría a todas las artes, no sólo de los poetas. El cambio debe ser profundo, iniciar desde los nombres de las calles, quitar el de militares ya olvidados por nombres de autores que de verdad han hecho mucho más por nuestro país. Aquí es cuando se presenta la machiya, donde todo del árbol es usado, las diferentes formas de la madera, el aserrín, las virutas, hasta la ceniza. Es tiempo de renovar los nombres y los conceptos. No para aprender de memoria poemas y nombres de autores, si no para entender que la poesía no es propio de los poetas.
Si tuvieras que atribuir un serrado a cada uno de los grandes vates del Litoral Poeta. ¿Cuál sería Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra?
-Existe varios tipos de serrados, en mi Manual de carpintería considero sólo tres tipos: Serrado por cuarteo para muebles, serrado radial para instrumentos musicales y serrado plano para construcción arquitectónica. Nicanor Parra claramente es un objeto de decoración, una instalación cuyo Keshomen4 sería buscado por él mismo. Pablo Neruda por supuesto sería un maravilloso instrumento musical, como aquellos que conserva en su casa de Isla Negra y cuyos lutieres italianos quedaban sorprendidos, entonces corresponde al serrado radial. Vicente Huidobro, por su parte, ha de ser un mundo creado a su propio antojo de madera de serrado plano, con árboles de los cuales nadie podrá decirle que están mal, ya que no tienen por qué parecerse a ningún otro árbol.
“La poesía abre una antigua puerta”, dices en el Manual… ¿Cuál es tu relación con este territorio litoral de los poetas, con la costa, con el mar?
-Antes de acá estuve en Valparaíso. Siempre me gustó vivir cerca del mar y, aunque no lo visito muy seguido, me basta con saber que está ahí, escucharlo en la noche. Igual ahora lo visito más, principalmente por mis hijas que los fines de semana exigen la rutina de bajar a comer churros a la playa, cosas de ese estilo, bien domésticas. Antes, cuando viví en Valparaíso, me bastaba con verlo de lejos o sentirlo y saber que estaba ahí. No podría volver a Santiago. Me costaría mucho sabiendo que estoy lejos del mar.
Y la puerta… ¿está abierta?
-Sí, es que la poesía siempre va a mantener esa puerta abierta. No sé si el día de mañana me toque a mí atravesar esa puerta, pero siempre está abierta… De cualquier forma, me tomo mi tiempo, soy cauteloso en eso, no trabajo desesperado por el ahora.
Estigia. Esa palabra se menciona dos veces en el libro y sueles ocuparla. ¿Qué representa para ti?
-Tiene mucho que ver con la editorial Caronte, que dirijo. Digo que los poetas, amigos de esta parte de la orilla, estamos pegados acá, con el mito de cruzar el río con los óbolos de oro. Nosotros, los poetas de este lado, estamos condenados a estar 100 años en esta orilla. Sentenciados a escribir sin ninguna necesidad de recibir algo a cambio. Solamente esperando que nos llegue el minuto para poder cruzar al otro lado con las monedas de oro.
¿Aquí ya pasaron 100 años o son los que están por venir?
-Noo, vienen 100 años. Casi todos mis amigos poetas de esta orilla son relativamente jóvenes, y estamos condenados. Estamos partiendo recién en esta estigia nuestro.
Y en lo próximo, ¿qué viene para Juan Eduardo Díaz?
-Tengo un proyecto de reescribir algunos de mis libros iniciales, ese libro que se tiende a odiar por ser el primero, lleno de errores y de problemáticas adolescentes en la escritura. Entonces estoy pensando en hacer una especie de resintonización de esos poemas adolescentes con una versión remozada de eso mismo. Y de manera paralela tengo un trabajo que habla del paso del tiempo. ¡Ah! y tengo botado por ahí un libro de cuentos que en algún momento retomaré. Cuentos que hablan de hechos ocurridos en San Bernardo, en la tierra de donde vengo, cerca del Cerro de Chena, en ese entorno.
Mientras el sol se pone en la comuna de El Quisco y nuestra conversación llega a su fin, Juan Eduardo Díaz sigue en su doble misión: educar a las nuevas generaciones y mantener viva la llama de la poesía en el Litoral de los Poetas. Para este carpintero de palabras, cada verso es un ensamble que asegura porvenir de la cultura.
1 Ume: ciruelo japonés.
2 Sakura: flor del cerezo japonés.
3 Machiya: vivienda urbana de madera tradicional de Japón.
4 Keshomen: superficie decorativa de madera