Hace unos días leí una columna de opinión en La Tercera que se titulaba «¿Qué le pasó a Chile?«, en la cual se intentaba encontrar respuesta a la debacle del «otrora jaguar» de América, que hoy no «solo crece poco y tiene demandas sociales insatisfechas», sino que también —según el columnista— «perdió la capacidad de tener un proyecto común, serio, responsable y de largo plazo».
Quien la escribe es Roberto Álvarez Espinoza, destacado economista y profesor titular de la Universidad de Chile, personaje que ha tenido un rol importante en el programa económico de las campañas presidenciales de Alejandro Guillier y la del reciente candidato radical, Carlos Maldonado. En una parte de su argumentación el académico menciona el caso Dávalos como la piedra angular del desplome de la estantería, sin embargo, para mí fue mucho antes. Y quiero detenerme aquí.
En la campaña electoral de Bachelet II, a mediado de 2013, la candidata comenzó a anunciar por los medios una reforma tributaria que incorporaría la eliminación del FUT. Hasta ahí pocos entendían lo amenazante de aquellas cuñas. ¿Qué vino? Un jaque mate agresivo a la derecha. Pablo Longueira, ícono de la UDI y amigo de Jaime Guzmán, deponía su candidatura presidencial argumentando problemas personales, que luego se atribuirían a una galopante depresión. Más adelante, ya en 2014 y con Bachelet en el Gobierno (tras derrotar a Evelyn Mathei), se destaparía públicamente el Caso Penta, que involucraría a destacados personajes de la UDI (entre ellos Longueira) y salpicaría hasta algunos ministros de la administración de Piñera I. El proceso culminó con clases de ética.
Ese fue un duro golpe a la derecha encarnado por Michelle Bachelet. Un knockout técnico al centro de la UDI. Todo lo que vino después con Caval fue una orquestada vendetta. Una herida abierta que ha continuado con SQM, Corpesca, ANFP, Odebrecht, etcétera, hasta llegar hoy a Dominga. Aunque si somos serios y ampliamos la perspectiva, nos daremos cuenta que la corrupción al inicio de la «democracia» ya había mostrado las primeras «chispas». En palabras simples, no hubo transición, sólo fue un gran espectáculo; nació todo viciado. Por eso la importancia del actual proceso constituyente.
Se abrió la caja de pandora y la corrupción salió a borbotones. Nunca fuimos el jaguar que aparentábamos, ni siquiera alcanzaría para una mala versión de gatitos güiñas. Dejemos atrás ese Chile de carcaza y llenémoslo de ética, valores y futuro; volvamos al camino entretenido y virtuoso, de cuando gobernar era educar y los poetas eran escuchados. Cuanta razón tenía Gabriela Mistral: «menos cóndor y más huemul«.