Parra escribió su Rap de la Sagrada Familia el 2003 o 2004. Nos lo leyó, a Bernardo Arriaza y a mí, al menos un par de veces, desde su cuaderno, durante el proceso de escritura, en plena elaboración, en su casa de Las Cruces. La primera vez lo hizo de pie ante nosotros, me acuerdo, con su enérgica forma de declamar que le era característica, pero además con evidente gusto. Después de leer, incluso lanzó una carcajada. Estaba claro que el texto le satisfacía, le gustaba. Nosotros, sin frialdad, pero debo confesar que a primeras el valor del poema se nos tendió a escapar. Parra, en ese entonces, hacía ya un buen rato era, más que un simple autor de renombre, todo un fenómeno. A su alrededor existía todo ese anillo de excitación, esa expectativa y rótulo como nuestro virtual «tercer Nobel» y se hacía difícil, en medio de esa maraña, distinguir con nitidez los contornos de sus nuevas creaciones. Parra escribía ahora un rap y, en cierta medida, nos lo leía convirtiendo su cadencia tan propia en la de un entusiasta, casi atlético, rapero octogenario.
Esa, la Sagrada Familia, fue una creación que se puede considerar completamente litoraleña. Nació junto al Pacífico, y los contorneos de Thalia -a la que no se cansaba de ver y celebrar por televisión- y Shakespeare. Este último acompañó toda la vida a Parra, no resulta factor nuevo ni sorpresivo; lo relevante es que la inmersión en las aguas del inglés era, por esos días, particularmente profunda por la traducción de King Lear que lo mantenía ocupado desde hacía algunos años. Tan profunda como para admitir que ahora había descubierto un nuevo Shakespeare. Por ese entonces, conviene consignarlo, los cánones de Harold Bloom eran el plato fuerte del menú y en su ránking la supremacía shakespeariana es completa, aplastante. Parra suscribía esto sin reservas.
Este Shakespeare nuevo, o más bien, corregido desde aquel pasado a remilgos y talco de la academia, a uno de voz gruesa, ruda, franca, reconectado con Chaucer y reapareciendo como un cantor popular que no rehuye las alusiones poco finas o derechamente las groserías -las four-letter words, como le gustaba enseñarnos- es el que guía a Parra en su Sagrada Familia. Cualquiera medianamente entendido en el terreno de la antipoesía sabrá que sus marcas distintivas son el desenfado, la irreverencia. La Sagrada Familia avanza harto más allá; es de una insolencia quizá única en el resto de la obra parriana. San José pasa a ser un señor entrado en años con inclinaciones pedófilas que logra consumar su apetito hacia un liceana mediante una suma. Todo bajo el engañosamente simple ritmo del rap del último y genial Parra
Rap de la Sagrada Familia
En una aldea maldita
Con ínfulas de ciudat
Un viejo se enamoró
De una menor de edat
La va a esperar al liceo
Con gran regularidat
La mira por el espejo
Le ofrece una cantidat
La toma de la cintura
Con mucha perversidat
Le dice mijita linda
Hágalo por caridat
Hasta que la colegiala
Perdió su vir-gi-ni-dat
Algunos dicen Horror!
Otros qué barbaridat!
Ahora está por oírse
La voz de la autoridat
5 años por parte baja!
Aúlla la Cristiandat
El viejo macuco jura
Que es falso Que no es verdat
Fue solo un amor platónico
Exento de necedat
Espero que la justicia
Respete mi libertat
Y como el viejo era rico
Triunfó la vul-ga-ri-dat
A todo esto la virgen
Sale con su novedat
Un ángel Un querubín
Exento de mezquindat
El arcoiris que anuncia
El fin de la tempestat
Igual a Papá José
Murmura la Cristiandat
El viejo rejuvenece
De pura felicidat
Y para alargar el cuento
Se casa con la beldat
Jesús de los afligidos
Hágase tu voluntat.