En el balance, la arquitectura marca una pauta crucial. La arquitectura va indisolublemente ligada con los patrones más distintivos de las civilizaciones. Las grandes civilizaciones de la historia llevan consigo, como timbre dorado, las grandes construcciones que fueron capaces de crear, muchas veces, incluso, con rasgos de proeza. Mesopotamia, Grecia, Roma, Aztecas, Mayas… Yendo hacia lo etimológico, se nos aclara que arquitectura tiene que ver más con construcción que con diseño, más con levantar edificaciones que con la forma cómo se resuelven espacialmente los cuerpos o habitáculos que se idean. La reflexión me parece interesante, y más todavía cuando se hace desde este territorio, donde esta práctica civilizatoria se redujo a una expresión bastante discreta en lo ancestral; tuvo algún despegue bajo el influjo de los incas y, posteriormente, uno ya más franco tras la llegada del europeo. Nuestros pueblos primitivos, en ese campo, no tuvieron un despliegue que sobresalga, en el de desarrollar unidades habitacionales, urbanísticas, o edificaciones a secas. Intentar dilucidar las razones de esto no me parece un ejercicio del todo ocioso. Por el contrario. Un rasgo más bien incómodo, que enganchaba con un grado de evolución cultural inferior en la comparativa de la región, en los últimos años experimenta una revaloración y se le llega a ubicar justo en el otro extremo, como señal de cierta peculiar madurez cultural, de tintes ecologistas, donde más interesa saber convivir con la naturaleza que intervenirla pretenciosamente con moles más o menos agresoras del medio.
Pero en la era contemporánea se impuso el modelo civilizatorio, digamos, convencional, no aquel del proto-ecologismo. Las edificaciones son expresiones de poder y la dinámica, gracias al perfeccionamiento de la técnica, se despliega a un ritmo feroz, frenético. Esta sociedad actual coincide en algunos blancos con las sociedades del pasado -casas de gobierno, templos, centros de estudio-, pero se distingue uno en especial que, como en la Roma antigua, adquiere relevancia: el estadio. O el gran circo, la gran sede del espectáculo. Para el mundial de Qatar se construyen varios, cinco, seis, ocho, todos impresionantes, imponentes, carísimos. El dictado que impone el potente flujo de millones del petróleo nadie parece dispuesto a contradecirlo. Convoca las personalidades más brillantes de la arquitectura mundial, las que diseñan obras que son señaladas como verdaderas joyas. Hoy, en plena competencia deportiva, resurge la polémica por los obreros muertos durante las faenas. El asunto viene de atrás. Zaha Hadid sufrió el más grave cuestionamiento de su carrera como una de las grandes figuras de la arquitectura actual, poco antes de morir, cuando por la prensa se le presentó quitándole el bulto a las muertes de los trabajadores que construían los estadios, uno de éstos, el más celebrado, de su autoría.
Mediáticamente el asunto se plantea de manera un tanto histérica (que ya no sorprende). Se dan a conocer cifras inverosímiles, la idea es que el volumen del conflicto «trabajador abusado por el sistema devorador» te deje sordo. De 6 mil víctimas se pasa a 300, y las autoridades locales aseguran que fueron solo 3. No hay recuentos, no hay registros confiables. Se tiene la capacidad de construir obras de arquitectura de ensueño, pero en la tarea de llevar la contabilidad de los muertos en la construcción se fracasa estrepitosamente.
2 respuestas
El hombre esclaviza al hombre.
Tan buen texto que podría ser obra de Pablo Salinas!?