En la contigua una madona joven del ¿Cachai? platica arrebujada por los negros anteojos de su fan y él se declara raro acompañante, de los muy raros que la siguen en sus submarinadas aventuras, e insiste, de esos que monologan derritiéndose como sirios de iglesia de los largos. Mi vipasana caleidoscopiado mutando se vuelve y posa en la pareja una oreja de gramófono de la voz del amo de la RCA VICTOR 1903. De la servilleta y el azúcar como Aladino sale el atento perro e intenta lengüetearme. Entra el dueño del café y saluda al perro y luego a mi persona; sonrío vacuo y pido un biscuit pequeño calentito. Una vieja señora entra por dulces. La pareja ha ordenado sándwich de jamón acompañado de jugo de fresas y viene volando Rojas Jiménez y le susurra a la marítima que kiwy no hay, pero sí ostiones, que con las fresas, limones y hielo es el coctel perfecto de los marítimos. Ella mira por la ventana, él le comenta que conoce una mujer muy parecida a ella que tiene las uñas largas como dedos. Ella se mira las suyas, son azules, y explica que las de la mujer son de torneo porque si no no podría ni rascarse, las uñas montan las minuteros del reloj en la pared, al costado derecho del letrero de tiza : “ para fortalecerse en la mañana, el café, para el amor el vino” en la plaza hay correteos y gritos de niños y adolescentes, un micrófono en el que cantan un bolero en inglés con horroroso acento una flaquita y una robusta, la flaquita desafina la robusta, con encomiable voz contralto, embelesa a 100 pájaros choroyes que, en la copa de una palma erizada de calor, le hacen coro y carcajean, en el café Rojas Jiménez le sopla al oído a la marítima: AGU Agu, el inglés es el inglés y el pajarraco pájaro”, la marítima habla de su hijo pequeño, el de anteojos abre más la bocaza y pregunta por maridos, ella le explica que se llevan bien y que bucean juntos y a mí me da por irme de excursión a comprar aceitunas de las amargas de Azapa, pero me siento en un banco de la plaza frente al café para ver caminando a la pareja espiando a la mujer que ha contado que más de cuatro admiradores le han ofrecido matrimonio de rodilla en el suelo y con cajita de anillo y que, aunque los rechazó pues ser casada, los tiene ahí y el vilo por si acaso. El calor se me subió hasta el pelo, la pareja salió y la vi de espaldas, no había ni aceitunas ni de Azapa y ya en la casa, fresco, abrí el wasap y leí, me di a leer sobre el Creacionismo del vate creador Vicente Huidobro texto que publicó, parece, ahora en 21 de noviembre en litoralpoeta.cl mi admirado amigo Alberto Herrera de El Tabo.
Había dejado remojando lentejas y por su culpa o la de sus invitados, se quemaron. Tsara, Piccabia, Ribemont Dessagness, Eluard y Juan Larrea, los culpables. Mientras raspo la olla sigo leyendo y, salvo un plato de lentejas ahumadas que con aceite oliva y parmesano son comibles. En mi caletre sintetizo al papi creador: Crear, crear, crear es su consigna, crear con palabras que fabriquen realidad propia y sean apropiadas como los siete reinos de los cuales Vicente elige tres, el mineral, el vegetal y el animal en el que, por supuesto, no se incluye porque el Hombre es el Ser superior. De la costilla no habla, habla de hermafroditas, de las fuerzas interiores, la expansiva femenina y la concentrada masculina que tenemos los hombres y que, en los poetas, se armonizan, aunque nunca se ha compuesto un poema ya que la verdadera poesía está por nacer desligada del mundo externo y absolutamente propia de la intuición humana. Esa poesía, que él y otros han escrito, es internacional como la música, la escultura y la pintura. Termino las lentejas, miro por la ventana y siento que los “árboles revientan como una lámpara de alimento” (Tristán Tzara) y se remecen de risa porque no entienden sus raíces nada y recuerdo el reloj del café e intuyo que” encadeno sobre su porvenir” (Piccabia). Justo antes de los retorcijones de mis tripas me obligaran a correr hacia el baño descubro que la mujer de uñas azules “tenía ojos como pedazos de azúcar y era como este cielo en vísperas de viento” (Paul Eluard). Mientras subía presuroso la escalera “silbé y se me desinfló la cabeza” (Gerardo Diego) y al abrir la ventanita del WC (“un pájaro cambió el tiempo” (Juan Larrea). Una vez alivianado el vientre, en posición horizontal para la merecida siesta con horizonte amplio no cuadrado, concluyo que me quedo con el berreado AGU del que sigue volando, con el paracaídas del Vicente y que reniego de sus manifiestotes verborreicos, del pelotudo de los anteojos negros, de mi curiosidad de viejo ocioso, de la caterva de poetas a los que nadie entiende del calor y del maldito matasanos de licencias.