Microcuentos para niños:

Esperanza

Esperanza
Img: Josefa Lecaros
Hoy llegó al jardín una niña llamada Esperanza. Me tomó con fuerza y me sacó de la caja con la alegría de haber encontrado un tesoro. No me peinó ni me cambió de ropa, como suelen hacer las niñas. Solo me dijo: «tú serás la piloto de la nave».

Comparte en las redes

Hoy llegó al jardín una niña llamada Esperanza. Me tomó con fuerza y me sacó de la caja con la alegría de haber encontrado un tesoro. No me peinó ni me cambió de ropa, como suelen hacer las niñas. Solo me dijo: «tú serás la piloto de la nave».

Debo confesar que fue un día intenso. Pilotear una nave espacial no es tarea fácil, más para una muñeca acostumbrada a largas sesiones de belleza y té. ¿Qué seré mañana? Podría ser una montañista; una astronauta que llega a la luna; una científica loca… Esperanza, por favor, no faltes mañana al jardín.

 

———————
@lagabyloescribe
lagabyloescribe@gmail.com
lagabyloescribe.wixsite.com/misitio

Comparte este post!

Déjanos tu comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

O CON FACEBOOK

OTRAS DOSIS DE Antítesis

Sagrada Familia fue una creación que se puede considerar completamente litoraleña. Nació junto al Pacífico, y los contorneos de Thalia -a la que no se cansaba de ver y celebrar por televisión- y Shakespeare. Este último acompañó toda la vida a Parra, no resulta factor nuevo ni sorpresivo; lo relevante es que la inmersión en las aguas del inglés era, por esos días, particularmente profunda por la traducción de King Lear que lo mantenía ocupado desde hacía algunos años. Tan profunda como para admitir que ahora había descubierto un nuevo Shakespeare.
El gran Luis Sepúlveda partió cerca del Día del Libro y la Lectura, y por razones tan dolorosas, que me fue inevitable recordar cómo fue que cayó por primera vez en mis manos un libro suyo. Pero en esto de rememorar, el límite es difícil y suelo no recordar con exactitud las historias de casi todos los libros que, por alguna razón, caduca o perenne, han marcado mis lecturas. Me queda la emoción, el asombro, el vacío del final. Contra cualquier pretensión de erudición, los cristos elquinos me salven de perder la credulidad frente a la promesa siempre incierta de un libro.

UNA

Lo que nos clasifica como comunidades no es el color de piel ni las fronteras políticas. La migración enseñó que somos versiones de lo mismo. Pero Tío Sam quiere pan y pedazo: su propia muralla China y también su Venezuela. ¿Qué pasaría si un día USA decidiera abrir sus fronteras de par a par a Sudamérica?