Basta ya de vuestros pedazos de hombre, de vuestros pequeños trozos de vida. Basta ya de cortar el hombre y la tierra y el mar y el cielo.
Basta de vuestros fragmentos y de vuestras pequeñas voces sutiles que hablan por una parte de vuestro corazón y por un dedo precioso.
No se puede fraccionar el hombre, porque adentro hay todo el universo, todas las estrellas, las montañas, el mar, las selvas, el día y la noche.
Basta de vuestras guerras adentro de vuestra piel o algunos pasos más allá de vuestra piel.
El pecho contra la cabeza, la cabeza contra el pecho.
El ojo contra la oreja, la oreja contra el ojo.
El brazo derecho contra el brazo izquierdo, el brazo izquierdo contra el brazo derecho.
El sentimiento contra la razón, la razón contra el sentimiento.
El espíritu sobre la materia, la materia contra el espíritu.
La realidad contra el sueño, el sueño contra la realidad.
Lo concreto contra lo abstracto, lo abstracto contra lo concreto.
El día contra la noche, la noche contra el día.
El Norte contra el Sur, el Sur contra el Norte.
¿No podéis dar un hombre, todo un hombre, un hombre entero?
El mundo está harto de vuestras voces de canario monocorde. Tenéis lengua de príncipes y es preciso tener lengua de hombre.
Es preferible oír los discursos de un picapedrero, porque a él al menos siente su cólera y conoce su destino, él está en la pasión y quiere romper las limitaciones.
En cambio, vosotros no dáis la gran palabra que se mueve en su vientre. No sabéis revelarla.
La gran palabra que será el clamor del hombre en el infinito, que será el alarido de los continentes y los mares hacia el cielo embrujado y la tierra escamoteada, el canto del ser realizando su gran sueño el canto de la nueva conciencia, el canto total del hombre total.
El mundo os vuelve las espaldas, poetas, porque vuestra lengua es demasiado diminuta, demasiado pegada a vuestro yo mezquino y más refinada que vuestros confites. Habéis perdido el sentido de la unidad, habéis olvidado el verbo creador.
El verbo cósmico, el verbo en el cual flotan los mundos. Porque al principio era verbo y al fin será también el verbo.
Una voz grande y calma, fuerte y sin vanidad.
La voz de una nueva civilización naciente, la voz de un mundo de hombres y no de clases. Una voz de poeta que pertenece a la humanidad y no a cierto clan. Como especialista, tu primera especialidad, poeta, es ser humano, integralmente humano. No se trata de negar tu oficio, pero tu oficio es oficio de hombre y no de flor.
Ninguna castración interna del hombre ni tampoco del mundo externo. Ni castración espiritual ni castración social.
Después de tanta tesis y tanta antítesis, es preciso la gran síntesis.
Nuestra época posee también sus bellas cabezas de algodón. De algodón con pretensiones explosivas, pero absolutamente hidrófilo.
¡Ah ya sé! La medida, la famosa medida. Sois todos muy medidos. Si a veces esto no fuera pretexto, si a veces ello no sirviera sino a esconder vuestro vacío.
Habéis nacido en la época en que se inventó el metro. Todos medís un metro 68 y tenéis miedo, miedo de romperos la cabeza contra el techo.
Pero necesitamos un hombre sin miedo. Queremos un ancho espíritu sintético, un hombre total, un hombre que refleje toda nuestra época como esos grandes poetas que fueron la garganta de su siglo.
Lo esperamos con los oídos abiertos como los brazos del amor.
*Este manifiesto “Total” fue escrito en Madrid en enero de 1931 para una revista que debimos publicar un grupo de amigos en aquel año y que luego no vio la luz. Al año siguiente fue publicado en París en julio de 1932 en la revista “Vertigral” traducido por mí al francés. Luego se publicó en “La Nación” de Buenos Aires en 1933 con algunas variantes. Hacemos estas aclaraciones porque la idea del hombre total, de la cultura total, se ha abierto camino en el mundo en estos últimos años, sobre todo a partir del Congreso Pro Defensa de la Cultura celebrado en París en 1935.
Reivindicamos esta idea, y no la reivindicamos por vanidad de ser primeros o segundos o terceros, sino porque entonces fuimos objeto de incomprensión y aun de sonrisas escépticas. Exceptuamos un pequeño artículo publicado en “Les Nouvelles Litteraires” en los comentarios de revistas.
Vicente Huidobro
Madrid.—Enero de 1931.