Claro que esto no es de ahora. Las reivindicaciones de las mujeres con vista a eliminar el género como factor determinante de la posición social, cuentan una historia con más de 200 años. La nada misma, un parpadeo en la línea de tiempo de 5000 años en la que la subordinación de las mujeres ha sido un rasgo constante en la evolución de las sociedades humanas. Pero hemos de tener claro que la masculinidad hegemónica es un invento del ser humano: el sistema patriarcal se ha basado en mitos infundados, no en hechos biológicos. En otras palabras, la masculinidad hegemónica no deriva de la esencia humana, sino de la ocurrencia arbitraria de una serie de hechos históricos que se fueron consolidando en rasgos culturales. Y he aquí, tal vez, la más grande paradoja de la historia de la humanidad: somos la única especie cuyo éxito depende primeramente de la cooperación entre individuos, sin embargo a lo largo de los últimos 5000 años han sido precisamente los individuos menos cooperativos de la especie (los hombres) los que han dominado a los individuos más cooperativos (las mujeres). Fue probablemente esta paradoja la que nos condujo al borde de este abismo de devastación de la Tierra, que pone en riesgo nuestra sobrevivencia como especie. Fue probablemente esta paradoja que sacó a la calle las marchas feministas del 2018, o el salto cuántico de los escolares por sobre el torniquete del metro en 2019. Y seguramente también fue esta misma paradoja la que nos enterró en este estado global de enfermedad social y miedo, mucho miedo.
Y, pese a este estado de desolación social y ambiental, las mujeres no hemos bajado la guardia. La cooperación entre hermanas siguió creciendo, así como sus maravillosos efectos de acción y contención. En este tramo del litoral (y en el mundo), se venían percibiendo cambios energéticos desde hace varios años. Las mujeres, naturalmente mucho más receptivas a estas señales sutiles, veníamos ajustándonos a las nuevas frecuencias de vibración, profundizando en el conocimiento de nosotras mismas, desarrollando nuevas consciencias y sensibilidades. Las múltiples marchas en las que fuimos participando, atestiguaron como nuestras energías comenzaron a vibrar a la misma frecuencia. Una frecuencia elevada, de fuerte color morado, resonando en una sola consciencia femenina litoral. Y en el horrible confinamiento al que fuimos sujetas, la entreayuda entre mujeres fue fundamental para no sucumbir al miedo generalizado.
Nos miramos a los ojos, nos dimos las manos, compartimos la magia y el dolor de los acontecimientos. Al sentir el cariño y confianza de la(s) hermana(s) nos contamos nuestros miedos, y en tantos casos, nuestros traumas. Nos dimos cuenta de que TODAS sentimos ansiedad por el encierro forzoso, y TODAS habíamos experimentado alguna vez las demás violencias del sistema patriarcal, en nuestros cuerpos, en nuestras mentes, en nuestros espíritus. Lloramos juntas de rabia y pena por tantos siglos de daño gratuito, y nos indignamos juntas ante la posibilidad de que ese patrón se perpetúe corrompiendo a nuestras hijas e hijos. Nuestros círculos de mujeres se hicieron más y más grandes, y somos muchas más ahora las que exigimos el resguardo de nuestros derechos. ¡Los derechos de las mujeres! Esos que sentimos y definimos nosotras, no los que discutan y determinen los mismos que nos han impuesto cadenas y nos han relegado a un rol sin retracto.
Desde el despertar de Chile, y pese a un confinamiento global, las mujeres del litoral tendieron potentes redes de cooperación, desde colectivos feministas para resguardo de los derechos de la mujer y protección contra la violencia de género, hasta agrupaciones
de madres por una educación centrada en el amor y colectivos de artistas para relevar el valor de la creatividad femenina. Algunas de estas redes existían con anterioridad pero cobraron una potencia adicional. Grupos de mujeres que comparten altruistamente sus experiencias y conocimientos para apoyar y mejorar la vida de otras mujeres, convencidas de que solo con mujeres sanas y felices se puede lograr la tan anhelada justicia social económica y ambiental para Chile. Son mujeres que emplean la sororidad, el trabajo cooperativo y el feminismo comunitario, pasando de la protesta a la propuesta, y de la propuesta a la acción, para lograr los derechos básicos que nos han sido sistemáticamente negados por modelos socio-económicos fundados en jerarquías patriarcales.
Y estos derechos básicos son:
- – el derecho a una educación de calidad no sexista, 100% gratuita y financiada por el estado;
- – el derecho al aborto, libre, legal, seguro y gratuito y la garantía de nuestros derechos sexuales y reproductivos;
- – el derecho a usar de forma sustentable los recursos que nos comparte la Madre Tierra, entre ellos el agua;
- – el derecho a una vivienda digna y a un sistema de salud gratuito y de calidad;
- – el derecho a trabajos no precarios y bien remunerados, contra la brecha salarial, por salas cunas en cada lugar de trabajo, sin discriminación a las mujeres migrantes;
- – el fin de las AFP;
- – el derecho a que se revalorice el llamado trabajo doméstico, que es precondición para el desarrollo de nuestras sociedades: ¡Cuidar, criar, también es trabajar!
- – justicia y verdad ante las violaciones a los derechos humanos por parte del estado, específicamente a las mujeres y en el contexto de revuelta: Porque en Chile torturan, violan y matan! Pero el trabajo cooperativo no es suficiente para lograr los derechos básicos de las mujeres con la rapidez que amerita el estado tan crítico en el que se encuentra la civilización global. Y más aún, cuando se emplean, de manera global, métodos avanzados de ingeniería social para controlar, en base al medo, las formas de organización social que nacen desde las bases. Entonces, es fundamental que veamos aumentada nuestra contribución real a la toma de decisiones en todos los ámbitos de la actividad humana. Exigimos cupos de equidad de género en ciencia, en política, en economía, en las artes, en la educación. Hay que intervenir radicalmente el sistema de civilización actual para asegurar la sobrevivencia de nuestra especie y reducir nuestro impacto sobre el resto de seres vivos con los que compartimos este planeta. Esta intervención necesita mujeres, todas las mujeres. Y muchos hombres, todos los hombres que liberados de la toxicidad de las jerarquías dominadoras, encuentren en el respeto por todo ser vivo, el camino de la prosperidad. La masculinidad hegemónica es aún una herida abierta, pero todas juntas lograremos que se convierta en una eterna cicatriz en las pieles de esta nuestra era del Antropoceno.