La bella época: reflexiones a medio siglo del Nobel a Pablo Neruda

En la conmemoración de los 50 años del Nobel a Pablo Neruda (premio que se materializó el 10 de diciembre de 1971 en Estocolmo), nos parece relevante detenernos para reflexionar, con la distancia del tiempo y sin intentar convencer a nadie, sobre este gran hito mundial que marcó el fin de una época luminosa e ilustrada.
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¿Chile país poético? La estadística pareciera orientar la respuesta hacia un rotundo sí. No obstante durante las últimas cinco décadas se ha ejecutado un plan sistemático de desconexión. Todo se ha volcado al Excel, a las apariencias, a las manipulables cifras. Por eso el premio Nobel de Neruda nos recuerda a los chilenos el último tramo de una bella época. Esos tiempos en que la política y el pensamiento crítico avanzaban de la mano hacia el progreso democrático, que es la forma como debe caminar toda nación educada y libre.

¿En qué momento la poesía fue extirpada de la vida pública? ¿En qué punto la política se divorció del hombre que entrega el pan de cada día; del constructor de puertas y ventanas? Todo fin tiene un porqué, un relato, un objetivo, una consecuencia. En Chile todo fue a la fuerza.

Nuestra patria siempre tuvo una tradición poética potente, que se filtraba naturalmente –y con toda propiedad– en el quehacer ciudadano. La admiración, influencia y amistad de los y las vates con personalidades de la vida pública no era nada extraño. En 1922 Gabriela Mistral le dedicaba su primer libro, «desolación», a Pedro Aguirre Cerda; y en contraparte el futuro presidente de Chile, que acuñó la célebre frase «Gobernar es Educar», le devolvía en 1929 (desde el exilio) la ofrenda con la publicación de «El Problema Agrario». Probablemente la poeta chilena no habría llegado al Nobel sin todo el apoyo que le prestó Pedro Aguirre Cerda.

Así muy parecido sucedió con Pablo Neruda, que sin la ayuda de Salvador Allende y el aparataje diplomático, tal vez tampoco hubiera alcanzado a conseguir –tres años antes de su muerte– ese brillante colofón a su obra.

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Tras la obtención del Nobel de Neruda y contra todo luminoso pronóstico, llegaron tiempos tristes. No pudieron con la razón y aplicaron la más brutal fuerza. Así la cultura de la basura logró imponerse para permear el intelecto de una nación sana y rebosante de creatividad. Así la cultura de la basura pudo trastocar los valores e instalar las aspiraciones plásticas en la cima de la pirámide. Así la cultura de la basura logró la enajenación de la poesía; separar los círculos virtuosos que dan a luz naciones pujantes y libres… nos volvieron zafios.

Pero hay esperanza, somos una nueva generación de optimistas, los que sueñan en colores, los que tienen la convicción de que se logrará superar la pobreza de espíritu y la mezquindad de la mirada, y que se vendrán buenos tiempos para el país y sobre todo para el territorio poiético de Chile.

Hoy, después de medio siglo, ya no somos los de antes. Estamos ingresando a nuevos tiempos… y parece que hemos despertado. Se define en estos momentos el destino de los próximos cincuenta años de nuestra nación. Necesitamos ideas frescas, apoyo, paz, altura de miras, amor propio, conciencia planetaria, educación, ciencia y poesía.

La obtención del premio Nobel siempre fue el resultado directo e indirecto de un trabajo país, una política pública, un objetivo de Estado. Porque siempre supimos que la poesía era un ítem diferenciador en el programa de nuestro hermoso y ambivalente Chile.

Enhorabuena, los noveles políticos al parecer lo entienden. Avanti.

El director

Discurso de Pablo Neruda al recibir el premio Nobel (10 de diciembre de 1971)

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Revista Antítesis

“Chadwick no rima con ninguna hueá” es un verso que leí en los carteles de las manifestaciones. Habían muchos focos originales literarios en carteles, sin pretender ser poesía, pero yo los leía como poesía, en el fondo, como muchos artefactos parrianos.
"¿Por qué tanto alboroto e insistencia en torno a un plagio? A Huidobro, una vez que Volodia denunció el plagio con la seriedad y documentación pertinentes, el asunto no habría debido interesarle más allá de lo razonable. Porque, habiendo cumplido con lo que él estimó su deber, obviamente la palabra pasaba al denunciado. ¿Por qué en cambio Huidobro siguió adelante como si se tratara de algo personal y confirió al presunto «delito literario» la categoría de un asunto de Estado, al punto de gastar tiempo, esfuerzo y dinero en publicar un número monográfico de la revista Vital dedicado a machacar sobre la ya bien conocida denuncia del plagio de Neruda? ¿Por qué?"