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Escrito por Hernán Loyola y publicado en 2019 por Lumen

Del libro “Los Pecados de Neruda”: Pecado VI… El Poeta Plagiario 

“¿Por qué tanto alboroto e insistencia en torno a un plagio? A Huidobro, una vez que Volodia denunció el plagio con la seriedad y documentación pertinentes, el asunto no habría debido interesarle más allá de lo razonable. Porque, habiendo cumplido con lo que él estimó su deber, obviamente la palabra pasaba al denunciado. ¿Por qué en cambio Huidobro siguió adelante como si se tratara de algo personal y confirió al presunto «delito literario» la categoría de un asunto de Estado, al punto de gastar tiempo, esfuerzo y dinero en publicar un número monográfico de la revista Vital dedicado a machacar sobre la ya bien conocida denuncia del plagio de Neruda? ¿Por qué?”
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A fines de abril de 1932 —recién desembarcado en Puerto Montt al cabo del interminable viaje en el carguero Forafric, y tras una amarga semana en Temuco—— Neruda retomó su vida en Santiago entre la acogida calurosa de los amigos y grandes dificultades económicas y domésticas. El crack de Wall Street en 1929 determinó en Chile la peor crisis del área occidental en 1931-1932, pero Pablo logró que el Ministerio de Relaciones Exteriores le asignara un cargo provisorio con sueldo de 400 pesos, apenas suficientes para pagar una pieza. A pesar de estas penurias se sintió renacer, volvió con nueva alegría a las noches de vino barato y conversación con los amigos, y el 1 1 de mayo ofreció en la Posada del Corregidor una exitosa lectura pública de sus poemas escritos en Oriente. 

Un «grupo de escritores de todas las tendencias» convocó a festejar el regreso de Neruda el 29 de mayo en el restaurante Giovinezza. Concurrieron los amigos habituales (Tomás Lago, Rubén Azócar, Ángel Cruchaga Santa María, Diego Muñoz, Rosamel del Valle) y otros ocasionales como Ricardo Latcham, Joaquín Edwards Bello, Mariano Latorre, Astolfo Tapia, Mariano Picón Salas, Juan Uribe Echevarría. Estuvo presente incluso Pablo de Rokha. «Doy gracias a ustedes… y espero que vuestra fraternal adhesión siga protegiendo la expresión de mi secreto», dijo Neruda al cierre del homenaje. 

Durante el mes de junio Nascimento publicó la segunda y definitiva edición de Veinte poemas de amor y una canción desesperada con la reelaboración de los poemas 2 y 4, y la sustitución del Poema 9 de 1924 por otro poema 9 de reciente escritura (con lenguaje próximo a Residencia). En nota preliminar el editor declaró no haber ahorrado esfuerzos para dar a esa obra ya clásica la presentación que merecía, con materiales de alta calidad que la situación económica del país hacía casi imposible obtener. «La Editorial Nascimento ha querido poner en evidencia este libro de Neruda… el mayor éxito poético alcanzado por libro alguno de autor chileno, dentro y fuera del país». 

Joaquín Edwards Bello anunció en La Nación del 10 de noviembre un recital de esa tarde en el Teatro Miraflores: «Neruda es el primer poeta. Todos se le rinden, hasta el gavilán inmisericorde de La Opinión, el hirsuto De Rokha. Todos». Demasiado para el bardo de Licantén. Había soportado en silencio el recital de mayo, pero la alusión de Edwards Bello fue el acicate que necesitaba para Inaugurar al día siguiente la que será su vitalicia misión con el artículo «Pablo Neruda, poeta a la moda». No olvidemos esta fecha. Fue el inicio de la infinita y penosa letanía de descalificaciones de Neruda y su obra que Pablo de Rokha repetirá con pocas variaciones, y en vano, por todo el resto de su vida. 

Predomina en Crepusculario el versito del Darío de las Prosas profanas. La rima mínima responde al acento de colegio, al usado y cansado sonsonete retórico, a la entonación interna deleznable… Veinte poemas de amor… Parece que el sonsonete doliente e inicuo balanceara aquella flojera interna y superflua, especie de sobrante del alma, residuo siniestro y oscuro de la animalidad rumiante… aquel verso tonto, aquel verso bobo de demencia con su matraca malvada y asonantada… así se comprende el deleite bovino, ovejuno, bovino y caballar de aquel libro mediocre, sin ninguna altura, sin ninguna alcurnia, columpio de la rima externa, vieja bicicleta tuerta. 

Neruda ignoró el ataque y en cambio envió a Raúl Silva Castro una carta de protesta por las críticas de prensa («injusticia y desorden de juicio») al nuevo libro de Juvencio Valle, Tratado del bosque, publicado por Nascimento. Frente a la mezquindad de quien lo agredió sin más provocación que el éxito del recital en el Teatro Miraflores, Neruda respondió con un gesto de solidaridad hacia otro poeta. Solo al comienzo una alusión al enemigo, sin nombrarlo: «No me gusta escribir cartas literarias, ni artículos, ni siquiera contesto al mercader de cuadros que me insulta por envidia». 

Bastó este alfilerazo para desencadenar la furia y la verborrea del enemigo, que apenas un par de días después lanzó un nuevo ataque: «Neruda y Cía.». En adelante ni siquiera el alfilerazo: el más eficaz contraataque de Neruda será el silencio. El aludido «mercader de cuadros» se encargará de tener vivo el nombre de Neruda, por si hiciera alguna falta, con su tenaz cuanto patética batalla. 

A comienzos de 1933 Luis Enrique Délano, editor de la memorable Empresa Letras, con la ayuda de Laura Reyes y Albertina Azócar logró recuperar y publicar doce poemas de El hondero entusiasta escritos diez años antes, en 1923 y 1924, venciendo la resistencia de Neruda a desenterrar aquel proyecto olvidado. Corto de dinero, el poeta cedió, y el opúsculo de treinta y cuatro páginas se publicó el 24 de enero con un retrato del autor firmado Honorio y una advertencia al lector sobre esos viejos poemas que «he entregado a esta editorial como un documento válido para aquellos que se interesan en mi poesía». La edición tuvo gran éxito y se agotó en pocas semanas, por lo cual Délano dispuso una segunda que apareció el 5 de mayo con una diferencia gráfica: el retrato a tinta china, firmado Honorio, fue sustituido por una caricatura de Neruda firmada GEO (Georges Sauré). 

Una carta a Eandi del 16 de febrero refirió el buen inicio literario de 1933, aunque en medio de las malas condiciones en que vivía, y lo confirmó con la gran noticia: «Residencia en la tierra se está imprimiendo en este momento en una edición de lujo de cien ejemplares solamente, por Nascimento. Será una edición estupenda. Cuente con un ejemplar, el único que podré enviar a Argentina. Costará $ 50 [pesos] chilenos y no creo que se venda en Buenos Aires». 

Nascimento terminó de imprimir Residencia el 10 de abril: cien ejemplares numerados de uno a cien y firmados por Neruda, más diez ejemplares de autor marcados con letras A hasta J, todos en papel holandés Alfa Loeber y en formato 34 x 26 cm. El libro por cuya publicación había luchado Neruda tan amargamente desde Oriente, no apareció en Madrid como él quería, ni en Buenos Aires, sino en el desharrapado Santiago de 1933. Pero ni en Madrid ni en Buenos Aires habría contado con la adhesión de un editor como Nascimento, que creyó en él, joven poeta casi desconocido, al punto de jugarse a fondo para producir una edición excepcionalmente bella y muy cuidada. Y no solo según el parámetro chileno. 

Pablo de Rokha fue el primero que proclamó —sin pretenderlo, obviamente— el alcance consagratorio de la publicación de Residencia a través de un patético «Epitafio a Neruda». La esperpéntica retahíla de insultos y denuestos confirmó con su delirio un drama que crecerá, patológicamente y sin control, en directa proporción al reconocimiento y al éxito en alza de Neruda: «más mañoso y más enfermo… burlador… mixtificador… pantano de formas tontas discontinuas… la mueca cimentada en la mueca… aquella feroz matraca… esta cosa tan horrenda, tan siniestra…». El resultado de tanta arbitrariedad fue, a contraluz y a contrapelo, un homenaje más a Residencia en la tierra

Como Neruda, también Vicente Huidobro regresó a Chile en 1932, pero al finalizar el año. A muchos otros artistas que habían partido hacia París para mejorar sus destrezas con el apoyo de Pablo Ramírez, ministro de Hacienda del gobierno de Ibáñez y sin «mecenas» de ese tiempo, les cortaron las remesas debido al colapso de las finanzas fiscales. Y tuvieron que regresar a Chile, entre ellos los pintores Camilo Mori y Marcos Bontá. Según Volodia Teitelboim: 

Huidobro también tuvo dificultades con las órdenes de pago, que en su caso no eran fiscales sino familiares. Aunque parezca increíble, su poderosa madre no le podía seguir financiando su estadía en París. A tal punto había llegado la crisis. ¡Volver a Chile! ¡lr a podrirse en ese agujero! Debía hacer de tripas corazón. No tenía otra alternativa. […] 

Siempre pensé que existía otra causa que impulsó adicionalmente su retorno. La sensación de que en París se había cerrado una época. Y no sólo para él. La era alucinante de la Revolución Estética estaba en el hecho concluida. Había terminado la primavera de los brotes y los estallidos en todas las artes. La euforia creadora de la primera posguerra, los años 20 se apagaban para acceder a otra etapa más gris, en que las preocupaciones eran distintas. De la rebeldía, sobre todo cultural, del gesto desafiante y del intento de desintegración de las formas, de la rebelión poética se pasaba en Europa, en un mundo trastornado por la crisis, a una etapa donde lo social cobraba más relieve. La mayoría de los grandes artistas se sentían revolucionarios y muchos de ellos se proclamaron comunistas. Rechazaron entonces la sociedad burguesa, que algunos no vacilaban en motejar de putrefacta e inhumana. Había surgido el fascismo en Europa. Mussolini tenía ya años en el poder. Y Hitler se preparaba para tomarlo. 

Ya de regreso en Chile con Ximena Amunátegui, Huidobro trabó contacto con algunos jóvenes poetas que frecuentaban la sección Fondo General de la Biblioteca Nacional y la librería semiclandestina de su amigo Julio Walton. En ese grupo destacaban Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita, ansiosos de conocer, practicar y divulgar en Chile la poesía de vanguardia: «fuimos sus primeros catecúmenos». 

Volodia, que tenía 16 años cuando asistió al recital de noviembre 1932 en el Teatro Miraflores, de seguro refirió a Huidobro la extraña performance de Neruda y el éxito del evento: 

Llegué adelantado y me instalé tímidamente en las alturas populares, para poder divisar desde lejos el rostro del poeta. Se descorrió la cortina. En el escenario había máscaras orientales pintadas. Eran como biombos o telones extraños. Producían una sensación de ópera china y despedían un aire remoto y enigmático. De repente surgió detrás de las máscaras enormes, más altas y más anchas que el cuerpo de un hombre, una voz arrastrada, gangosa, nasal, como de lamento, que comenzó a decir: «Qué pura eres de sol o de noche caída, / qué triunfal desmedida tu órbita de blanco, / y tu pecho de pan, alto de clima, / tu corona de árboles negros, bienamada…». 

Continuó sobre todo con poemas [anticipados] de la primera Residencia. Musitaba casi sin inflexiones, monocorde, gemebundo, como esparciendo una droga soñolienta. Fue la sensación que me produjo al cabo de unos minutos. El recital duró más de una hora. La curva melódica de la voz no experimentó la más leve modificación. Pero después de un rato resultó como ruido de aguas lentas, como un soplo de aire diferente, no porque el mensaje que salía de esa garganta fuese cristalino y refrescante, sino porque lo que decían esas palabras daban de beber a un espíritu sediento cierto líquido embriagador, creaban un clima envolvente… Al finalizar el recital, ¿aparecería Neruda para recibir el aplauso o la indiferencia de los asistentes, de los cuales la mitad, por lo menos, fluctuaban entre la admiración, el estupor y el desconcierto? Neruda no apareció. Y nos quedamos con las ganas de verlo. 

Por el relato del muchacho, Huidobro supo de inmediato que Neruda había crecido en Oriente y que había regresado con ímpetus y experiencias que lo ponían muy por encima del común de los poetas chilenos. Y que por lo tanto era un peligro en potencia para su ambición de hegemonía. Pero tenía muchos problemas prácticos por ajustar, algunos en relación con Manuela Portales, de quien se había separado en 1927, y otros de carácter diverso en su actual convivencia con Ximena y en su economía, que explican sus traslados desde el departamento de calle Cienfuegos a uno más modesto en proximidad de la Estación Central. De modo que por un tiempo se contentó con inaugurar, el 4 de marzo de 1933, una versión vagamente parisién de la librería Walton, desde donde se lanzó a predicar la buena nueva literaria que traía desde Europa. Y a promover la revolución. 

En su época de comunista decidido se mostró hombre que jugaba al rojo o a la nada… y sus declaraciones no admitían alternativa. Todo el que no fuera comunista era un «idiota»… Políticamente hablando, fue ese comunista rotundo el que recibimos en Chile, a su regreso de Europa. Él esperaba que su convocatoria a la acción se escuchara por todos los espíritus abiertos, por todos los «no idiotas». En abril de 1933, en la revista Síntesis, habla con mayor altura, pero sin ambages… Aparecía como un ardiente comunista. La experiencia nos dice que, a veces, los que arden demasiado terminan consumiéndose en su propio fuego. 

Sobre Neruda, Huidobro guardó silencio público, aunque en los corrillos de café y bar intentaba disminuirlo. Ningún comentario a la publicación de Residencia en abril. Por entonces sufrió un accidente con conmoción cerebral, de cuya mejoría escribió Ximena a Juan Larrea en carta del 1⁰ de mayo. A fines de agosto Neruda partió con Maruca hacia Buenos Aires para asumir su cargo consular, desapareciendo del ámbito local. Pero las noticias de la acogida que le brindaron los escritores argentinos, de su encuentro con García Lorca y del homenaje del PEN Club a los dos poetas (más el asombro provocado por el «discurso al alimón» que pronunciaron), no dejaron de preocupar a Huidobro, 

En 1934, además del pleito judicial que formalizó contra él Manuela Portales «por abandono de los hijos y privación del padre», Huidobro siguió con creciente desasosiego, a través de Juan Larrea y otros amigos, el exitoso itinerario de Neruda en el mundo literario de Madrid. Aunque en otro campo Vicente fue más afortunado que Pablo, pues el 9 de octubre la dulce Ximena dio a luz, sin problema, a Vladimir Huidobro Amunátegui. 

Ese año de 1934 fue de múltiples actividades para Huidobro, incluyendo sus conflictos familiares y varias publicaciones. Vicente García-Huidobro Portales, hijo de su primer matrimonio, nacido en 1915, declaró por entonces: «Nos abandonó. A mi mamá, a mí, a todos. Nos abandonó a todos sin importarle nada». Sus jóvenes discípulos Teitelboim y Anguita escucharon, durante algunos encuentros nocturnos con Huidobro, la lectura anticipada de extensos pasajes de Papá o el diario de Alicia Mir, libro que publicará Ediciones Walton (1934) con nombres inventados: «pero saltaba a la vista que él estaba contando un pedazo desgarrado de su autobiografía a través de la voz de una hija que, a pesar de vivir rodeada por la cerrazón de la tribu, comprendía a su padre. Era la hablante fidedigna [pero] la primera persona real, sin duda, era el autor del libro…». Otras publicaciones de 1934 fueron Cagliostro. Novela-film, Zig-Zag; y La próxima / Historia que pasó en poco tiempo más, Ediciones Walton, que tuvo tres ediciones ese mismo año. 

Uno de sus catecúmenos, el joven Volodia, hizo en primavera un descubrimiento que, como todo lo que —ayer y hoy— da pie para atacar a Neruda, produjo un gran revuelo. Y puso en la pluma de Huidobro el arma que le faltaba. Porque a diferencia de Pablo de Rokha, que no necesitaba pretextos para poner en acción su artillería contra Neruda al menor estímulo, Huidobro no había encontrado hasta entonces un punto de apoyo culturalmente justificable ante su inteligencia y su formación europea. De ahí que recibió con mal disimulado alborozo el regalo de Volodia, fingiendo inicialmente distancia y superioridad. Pero vamos por partes. Nadie mejor que el protagonista desencadenador del tumulto podrá testimoniar en primera persona lo sucedido, muchos años después: 

Todo era muy complicado, pero debíamos ser poetas nuevos para ser revolucionarios totales. Esto último era lo que yo pensaba. Anguita tenía otras ideas. Nunca abandonó cierto principio de religiosidad. Me convertí por las tardes en un tragalibros de la sección Fondo General en la Biblioteca Nacional. Engullía todo lo que venía de Francia… seguía leyendo cuanta poesía caía mis manos. Un día en El Jardinero, de Rabindranath Tagore, me sonó en el oído el número 16 de Veinte poemas. Comparé los textos. Eran casi iguales. […] Comenté el asunto con un amigo poeta. Con caracteres de denuncia se publicó en [el número 2, noviembre 1934, de] la revista Pro, editada por Vicente Huidobro. Del hecho se cortó mucho paño en aquella época. Los amigos de generación de Neruda aclararon que no era plagio, sino paráfrasis. Varios recuerdan haberle recomendado, antes que apareciera la primera edición de Veinte poemas, que pusiera una nota en el libro, dejando constancia que el 16 era una paráfrasis de El Jardinero de Tagore. El mismo Neruda rememora que en una de esas trasnochadas endemoniadas de aquel tiempo, caminando de amanecida por las calles de Santiago con Joaquín Cifuentes Sepúlveda, le pide de repente: «Acuérdame de algo. Tengo que incluir una advertencia en el libro que está en imprenta sobre la paráfrasis de Tagore». Joaquín le dijo: «No sea tonto, Pablo. No lo haga. Lo acusarán de plagio. Será una propaganda sensacional. El libro se venderá como pan caliente». 

De este texto de Volodia saqué algunas líneas que incluían una cita del poeta mexicano Efraín Huerta, que creo más oportuna aquí: «me quedo, una y mil veces, con la paráfrasis. Para plagiar a los latinos o italianos se necesitó llamarse y ser Garcilaso de la Vega; para parafrasear a Tagore, ser Pablo Neruda». 

René de Costa, especialista en Huidobro, reconoció que «Neruda se supo manejar bien. Más que sufrir lo que algún crítico ha llamado la ansiedad de las influencias, admitió públicamente un parafraseo de su fuente». A partir de la tercera edición de Veinte poemas, el Poema 16 trae en efecto la advertencia: Paráfrasis a R. Tagore. Años más tarde, Neruda precisará que ese poema fue escrito como deliberada paráfrasis de un poema de El Jardinero, de Tagore, «dedicado especialmente a una muchacha gran lectora de este poeta». Pablo no nombró a la muchacha —tal vez porque ella se había casado— pero no mentía. En 1971 produje la prueba documental de que no se trataba de una tardía invención justificadora: la muchacha era Teresa Vásquez, la Terusa de Memorial de Isla Negra. En febrero de 1923 su enamorado Pablo había copiado para ella, en las primeras páginas del Álbum Terusa, los poemas 1 y 4 de La Cosecha, otro libro de Tagore. 

El 6 de diciembre 1934, en Madrid, con generosidad poco frecuente entre literatos, Federico García Lorca pronunció la célebre presentación del recital de Neruda en la universidad ante una gran cantidad de estudiantes y académicos. Ese mismo día, en Santiago de Chile, el poeta Pablo de Rokha publicó en La Opinión un enconado artículo, «Esquema del plagiario», cabalgando con Huidobro la acusación contra el enemigo común: 

Para ser un plagiario, menester es poseer un oportunismo desenfrenado, una vanidad sucia y enormemente objetiva, como de histrión o de bufón fracasado… Hay un megalómano y un mendigo en el plagiario. 

Algunos días después, Huidobro (o por él, algún amanuense) publicó «Pablo Neruda, plagiario o gran poeta, pero lo hizo bajo el pseudónimo Justiciero que le permitía lucir conocimientos literarios, pretender una engolada ecuanimidad en sus enfoques críticos y, sobre todo, aludir a sí mismo en tercera persona con elogios tramposos y casi infantiles, mezclados con autocríticas que no eran tales, sino elogios disfrazados. Algunos fragmentos del largo artículo: 

[…] Mientras en Chile el joven poeta Volodia Teitelboim descubre plagios de Neruda a Tagore, a Huidobro, a Díaz Casanueva, etcétera, en España, Federico García Lorca lo proclama el mejor poeta de América después de Rubén Darío. 

La proclamación de García Lorca tendría valor si él lo tuviera, pero todos los poetas de primer plano que escriben en español niegan al andaluz una alta categoría, lo consideran un poeta mediocre, un simple tonadillero. Así vistas las cosas, su opinión carece de importancia. En cambio, la acusación de Teitelboim no es una opinión, es un hecho real. […] 

Shakespeare fue acusado de plagiario y en verdad casi todos sus temas eran tomados de obras o leyendas anteriores […]. Buscando las raíces de la poesía de Goethe se han encontrado las fuentes de muchos de sus poemas en otros poetas, ¿Negaremos por esto la obra de Shakespeare y de Goethe? […] Esto prueba que lo que importa no es el plagio, sino la calidad, el valor del plagio. […] 

Analizado bajo el aspecto de su valor real, Pablo Neruda nos parece un poeta de segundo o tercer plano. Constatamos además que, acusado de plagiario en Las Últimas Noticias, ningún poeta ha salido en su defensa. En cambio, un auténtico poeta como Pablo de Rokha le cruza el rostro en unas cuantas frases en La Opinión del jueves pasado. 

Hemos podido constatar que los jóvenes poetas de más valer, aquí y en otros países de nuestra lengua, consideran a Neruda un poeta mediocre o un simple bluff hinchado por un grupo tan mediocre como él. 

Uno de estos jóvenes nos declaraba ayer: «A mi no me interesa ser el primer poeta después de Darío, a mí me interesa ser el primer poeta después de Huidobro». 

Sin embargo, la poesía de Huidobro adolece de un grave defecto y es que es demasiado difícil, es algo así como la música de Schoenberg, que es sólo música para músicos. La poesía de Huidobro es sólo para los poetas y cada día se hace más cerrada y más abstrusa. […] Encerrarse en una capilla de iniciados me parece un gesto inútil sobre todo hoy que la poesía debe tener un gran rol social y salir al sol. 

Me dicen que Huidobro sólo estima entre los poetas chilenos a Díaz Casanueva y a Pablo de Rokha. Es una opinión demasiado estricta y que prueba el amor a la capilla cerrada… 

Este artículo intentaba la apariencia de un serio y bien fundado documento acusatorio, pero no era difícil percibir el truco, la jugarreta que Huidobro (a diferencia de Neruda) no tenía empacho en utilizar, aunque siempre terminaba descubierto, como sucedió con el famoso rapto que fingió en los años veinte y que le costó la amistad de Juan Gris. Aquí comienza señalando varios plagios perpetrados por Neruda, que Volodia mismo, el presunto denunciante, se encargará de desmentir: 

No fue la única vez que Huidobro se subía por el chorro y sobreactuaba. En el libro Neruda relatamos el episodio, ese sonado affaire que en su tiempo causó gran estrépito… relacionado con el número 16 de los Veinte poemas de amor… Pero jamás hablamos de plagios de Neruda a Huidobro y Díaz Casanueva, porque todavía no conocemos ninguno. 

A Justiciero (Huidobro o algún amanuense suyo) lo tenía sin cuidado la ineludible tarea de fundar su juicio «Pablo Neruda nos parece un poeta de segundo o tercer plano», afirmación arbitraria —como las de Pablo de Rokha— que no convencía a nadie, ni siquiera a él mismo. Lo que le interesaba era la secuencia sucesiva, que comenzaba con un reconocimiento que muy pronto él mismo desmentirá: «Constatamos además que, acusado de plagiario en Las Últimas Noticias, ningún poeta ha salido en su defensa… En cambio, un auténtico poeta como Pablo de Rokha le cruza el rostro en unas cuantas frases en La Opinión del jueves pasado». 

Después de establecer tan indiscutible autoridad condenadora, era el turno de un vago o no mejor identificado jurado de «jóvenes poetas de más valer, aquí y en otros países de nuestra lengua» (?) que consideraban a Neruda un poeta mediocre, para desembocar por fin en el Tribunal Supremo encarnado por «Uno de estos jóvenes [que] nos declaraba ayer: “A mí no me interesa ser el primer poeta después de Darío, a mí me interesa ser el primer poeta después de Huidobro”». Este era el núcleo, el meollo, el carozo del artículo. Lo que me recuerda la boutade atribuida a Nicanor Parra (cito a memoria), que cuando algún periodista le preguntó si ambicionaba ser el mejor poeta de Chile habría respondido: «Mire, yo soy modesto, a mí no me interesa ser el mejor poeta de Chile: me contentaría con ser el mejor poeta de Isla Negra». Ambas respuestas tienen a Neruda como implícita referencia, pero Nicanor lo hace con gracia y picardía. 

El resto del artículo de Justiciero fue una serie de ridículas críticas a Huidobro, traídas a cuento para fingir un equilibrio, si bien desde el punto de vista (no declarado) de Justiciero correspondían a elogios de nivel superior. ¿A quién quería engañar con tan transparente subterfugio? Al afirmar que la poesía de Huidobro era demasiado difícil o refinada, que era una poesía «solo para los poetas», era claro que Justiciero no pretendía en serio señalar «un grave defecto» de Huidobro, sino por el contrario un máximo elogio, así como los críticos de jazz cuando se refieren a Bill Evans, autor e intérprete de Waltzfor Debby, como «un pianista para pianistas». 

No satisfecho con la denuncia del presunto plagio en su revistilla Pro número 2, ni con los artículos de Pablo de Rokha (y de Justiciero), Huidobro publicó en enero de 1935 el número 2 (¿existió el número 1?) de la revista Vital bajo su explícita dirección y enteramente dedicado a insistir sobre «El affaire Neruda-Tagore». Para eliminar cualquier duda sobre el ánimo que guiaba a la publicación, su portada traía varios lemas belicosos. Bajo el título se lee: «Contra los cadáveres, los reptiles, los chismosos, los envenenados, los microbios, etc. etc.»; la línea siguiente proclama «Revista de Higiene Social» y al fondo de la página, por si alguien no hubiera comprendido bien, leemos «Quieren pelea, ahora van a saber Io que es pelea». 

Revisando el material de la revista, verificamos que en su totalidad estaba dirigido, de cabo a rabo, contra un destinatario bien preciso: Pablo Neruda, el plagiario. Secundariamente, contra dos escritores, elegidos por ser amigos del poeta: una carta hinchada de insultos para Tomás Lago, acusándolo de vagas e imprecisadas calumnias, y una nota que denunciaba a Diego Muñoz de una también vaga condición de policía. De aquí surgen algunas preguntas que al parecer nadie ha planteado. 

  1. ¿Por qué tanto alboroto e insistencia en torno a un plagio? A Huidobro, una vez que Volodia denunció el plagio con la seriedad y documentación pertinentes, el asunto no habría debido interesarle más allá de lo razonable. Porque, habiendo cumplido con lo que él estimó su deber, obviamente la palabra pasaba al denunciado. ¿Por qué en cambio Huidobro siguió adelante como si se tratara de algo personal y confirió al presunto «delito literario» la categoría de un asunto de Estado, al punto de gastar tiempo, esfuerzo y dinero en publicar un número monográfico de la revista Vital dedicado a machacar sobre la ya bien conocida denuncia del plagio de Neruda? ¿Por qué? ¿Qué más pretendía? En verdad un extraño comportamiento el de Huidobro, para decir lo menos. 
  1. ¿Por qué ese número monográfico de Vital agitó banderas tan belicosas y agresivas, como si se tratara de una guerra a muerte? Aparte el plagio mismo, ya de público conocimiento, ¿qué había hecho Neruda, el destinatario mayor del número, para merecer tanta violencia verbal? ¿Contra cuáles ataques del plagiario reaccionó el denunciante con su batallador opúsculo? 

Estas preguntas mías son retóricas e inútiles, porque las respuestas son evidentes. Creo haber ilustrado los motivos que impulsaron el ataque de Huidobro. La violencia reprimida por años estalló sin control al encontrar por fin un punto de apoyo. Pero explicitar tales preguntas me sirve para llamar la atención sobre el título de un libro de Faride Zerán: La guerrilla literaria. Huidobro-De Rokha-Neruda (1992). A mi entender, ese título alude a algo que nunca existió. El término guerrilla supone escaramuzas entre fuerzas (escritores en este caso) hostiles o enemigas. No era el caso cuando Huidobro publicó Vital 2. Entre octubre de 1932 y enero de 1935 hubo ataques de una sola facción (Huidobro y De Rokha) contra un enemigo común pero no participante, o no existente, que nunca se dio por enterado de los proyectiles contra él dirigidos. Si el lector revisa el libro de Zerán no encontrará ni un solo artículo o diatriba, o alguna pieza polémica de Neruda contra Huidobro o contra De Rokha entre las fechas indicadas. Porque no existen. ¿De cuál guerrilla estamos hablando entonces? 

A menos que apliquemos al término guerrilla la definición guerra asimétrica. Dos combatientes, cada uno por cuenta propia, disparan contra un enemigo común que los deja disparar sin responderles. Se limita a ignorarlos. 

La situación cambiará pocos meses después. El 2 de abril de 1935 Neruda disparó desde Madrid un misil de gran potencia, como veremos. Pero tampoco entonces resultará adecuado hablar de guerrilla. Porque el proyectil de Neruda —poco aficionado a las escaramuzas— marcará el comienzo de la guerra total, una guerra de verdad, no una simple guerrilla


Anexo: Revista Vital – Vicente Huidobro

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Andrés Jullian

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