Cuento:

La alquimista y el policía

Por
alquimista policia dani brac
Foto por formulario PxHere.
-¿Alquimista eh? – me dijo expectante. -¿Eso es lo que estudias?-. Recordé que más sabe el diablo por viejo que por diablo, así que me sinceré; en realidad estoy terminando la carrera de comunicación social…pero sé más de alquimia que de comunicación. El caballero mostró un semblante enternecido. -Yo a tu edad era igual de tenaz. Los títulos los puede tener cualquiera pero el prestigio sólo se consigue con grandes hazañas.
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Demasiado trabajo, demasiada investigación, demasiado encierro. Tomé la cámara fotográfica y me fui al Valparaíso de mi amor. Puerto de poetas y pintores, de bohemios y gente joven. El ciclo de cine comenzaba pronto, pero al ir llegando algo sucedió. Era un policía con cara de policía, de esos que tienen carrera y vocación de policías. Las facciones duras, la mirada pesada, la mente estrecha y las manos apretadas, una de ellas recargada sobre una pistola calibre 38 con mango de madera. Me detuvo en una de las esquinas de la Plaza de la Victoria, a una cuadra del cine hasta donde llegaba la fila y más adelante toda la farándula aglomerada en sus puertas de ingreso.

-No puede pasar, sólo periodistas acreditados- A mi lado iban avanzando algunos fotógrafos y otros personajes de las comunicaciones. Casi dos metros medía el pedazo de policía que no me daba la pasada. -Usted se equivoca señor carabinero- le dije intentando ver la posibilidad de que no me hiciera dar una vuelta de cinco cuadras para poder entrar al cine por otro lado. -Sí soy periodista, pero también soy alquimista, usted verá-. El carabinero ni siquiera se molestó en mirarme, y mantuvo su rigidez clavando los ojos en las credenciales de los periodistas que con dificultades lograban pasar con fluidez. Parecía que el uniforme tan apretado lo hacía estar de mal humor. A mi lado había un fotógrafo que hacía rato me miraba con curiosidad y que de a poco se había ido acercando para atestiguar mis intentos inútiles de conmover al carabinero de guardia. Lo miré casi pidiendo auxilio en un intento de complicidad. Tenía que entrar pronto o de lo contrario me perdería la ceremonia de inauguración y lo único que me interesaba era acercarme al uruguayo que realizó el filme 25 Watts.

Toda esa falsa producción al más puro estilo americano no me atraía en lo más mínimo. El reto era sacudirme el tedio y la monotonía de estar encerrada escribiendo sobre los paradigmas de investigación social. Lo práctico era ver si esos métodos funcionaban un día cualquiera y en una situación cualquiera. Sin embargo, no había indicio de poder conmover al hombre de dos metros de altura. La ceremonia ya estaba en curso. Miré resignada el ingreso al cine del cineasta uruguayo, y cuando me di vuelta para escapar del asfixiante calor formado por la multitud, el fotógrafo a mi lado me tomó del brazo y casi restregándole su credencial al policía me hizo pasar con él. -La señorita viene conmigo- le dijo con esa voz grave y firme de un señor de no más de 50 años, canoso y fumador. Mi sorpresa era tan grande que con seguridad había sobre mi cabeza un signo de interrogación delatándome.

-¿Alquimista eh? – me dijo expectante. -¿Eso es lo que estudias?-. Recordé que más sabe el diablo por viejo que por diablo, así que me sinceré; en realidad estoy terminando la carrera de comunicación social…pero sé más de alquimia que de comunicación. El caballero mostró un semblante enternecido. -Yo a tu edad era igual de tenaz. Los títulos los puede tener cualquiera pero el prestigio sólo se consigue con grandes hazañas. Siempre mentí respecto de mi profesión para poder cubrir un evento, pero nunca se me había ocurrido presentarme como alquimista, ¿Qué tiene que ver?-.

Al parecer, el hombre confundía la alquimia con la definición de procesamiento de metales. -Si uno se acerca a una persona y trata de descubrir si trabaja más su condición como ser humano o su condición como ser de luz, no nos alejamos tanto del sentido periodístico- le dije repentinamente como si la idea me hubiera golpeado la cabeza. Respiré hondo.

-Lo único que hago es hacer mi trabajo pero de manera distinta. Nunca me gustaron las técnicas periodísticas y aquí entre nosotros creo que ni siquiera hace falta tal carrera. Cualquier persona por curiosidad, interés o incluso pasatiempo, puede dedicarse a esta profesión-. El hombre me miró con una sonrisa y un guiño de ojos y en seguida se despidió diciendo: -me gustará leerte-.

La multitud se movía adentro como si les fueran a quitar las sillas. La gente siempre actúa del mismo modo en todos lados, como becerros hacia el matadero y con ceguera. Yo utilizo la técnica del pescador, me mantengo lejos y cuando tengo mi objetivo cerca, lanzo el anzuelo y sin importar quién esté alrededor comienzo con un bombardeo de preguntas. El uruguayo entonces sonrió también porque no supo cómo llegué a su lado saltándome al montón. A su lado distinguí al policía de la entrada, volvió a auscultarme con la mirada. Detrás mío, el fotógrafo llegaba -Lo lograste- me dijo nuevamente con su sonrisa paterna. Cuando iba a hacer la captura fotográfica, el policía intervino para evitarlo. Me quedé quieta mirándolo con benevolencia y en cuestión de segundos, el uruguayo lo echó hacia atrás diciéndole: -déjela que haga su trabajo-.

Y de pronto, todos dieron un paso atrás dejándome tomar la mejor foto que pude hacer esa tarde. A la salida choqué con el policía sin darme cuenta -Perdón!- le dije y me di vuelta para encontrar su ojos. Me miró con su impávida cara de policía y luego le sonreí y le hablé: -le dije que era alquimista, pero usted no me hizo caso-. No sé si entendió porque su rostro de policía se mantuvo con la misma mueca de los policías, pero me fui satisfecha.

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