Era el último día para inscribir al equipo. Por diversas circunstancias nadie podía, así que el designado fue Salgatti, un flaco alto, medio loco, quien con el dinero de la inscripción y toda la info necesaria y definiciones que exigía la planilla, entre ellas el color de las camisetas, partió con la importante tarea de registrar al equipo en el torneo interno del Campus. Pero Salgatti tenía sus propios planes.
El flaco Salgatti, personaje de cuestionadas virtudes futbolísticas, les confirmó que estaba todo ok y habían quedado dentro. Así pasaron una semanas. Cuando publicaron la programación en uno de los paneles informativos de la universidad, el pánico se apoderó del grupo: «¡Este hueón no nos inscribió!», dijeron. Fueron a encararlo, furiosos.
-¡No aparecemos en ninguna parte!
-¿Cómo que no? Miren bien… – respondió Salgatti tranquilo.
-¡Te decimos que no estamos!
– ¿Cómo que no? -se acerca al tablero mirando a todos y apuntando la hoja, y espeta: -Ahí dice Inter…
Y así Racing, que era el nombre elegido por el grupo, se convirtió en Inter para siempre. Por eso el Inter mantiene hasta hoy los colores albicelestes, como un recordatorio de aquel Racing que nunca llegó a ser.