Alicia pensó esa mañana que no era prudente levantarse. Con las sábanas casi tapándole los ojos respiró su modorra como en día domingo y no martes-media semana por delante.
Descolgó el teléfono en un acto de defensa personal y observó un lado de su cara en el espejo, debajo del respaldo de madera, al lado de la torre de libros sobre el velador, medio enceguecida por un rayo de luz que cortaba la habitación en dos.
Su cabeza era una pelota de croquet, pequeña y dura en el centro de un green sin límites. Un solo tiro de la Reina de Corazones bastaba para que desapareciera del campo visual, atravesando el arco número 4 de la serie,- la frontera de su dolor de cabeza-.
Imaginó la expectación de la corte entera, arrinconados en una esquina del espejo, esperando pacientemente que Su Majestad se decidiera a dar el golpe y Alicia tembló.
Algo debía ocurrir. Un absurdo absoluto para que la Reina olvidara su juego y le permitieran seguir durmiendo, pero su Graciosa parecía estar muy entusiasmada balanceándose sobre su gruesa figura, alzando el palo por sobre la altura de los hombros (dos o tres veces alcanzó a contar Alicia), y con todo el impulso que logró obtener su obesa persona, dio en el centro mismo de la diminuta cabeza, hasta hacerla salir del límite del marco metálico del espejo.
«Mal tiro», sentenció Alicia rebotando varias veces sobre la cómoda con peligro de caer al suelo. Gracias a un frasco de colonia, quedó en un lugar de difícil acceso para el siguiente intento. La Reina contrariada asomó por el biselado. Seguida por la corte obediente y ociosa penetró en la habitación. «Su Majestad», sugirió un Caballero de Piques, «no os parece un tanto…la muchacha…» ¡Córtenle la cabeza! ordenó su Graciosa, y la cabeza del desafortunado rodó hasta chocar contra la pata de la cama de Alicia.
Todos permanecieron en silencio. Afuera se escuchaba el sonido de los autos, el ruido extraño del mundo de afuera.
Alicia recordó la profunda jaqueca que tenía, rogando que nada más pudiera lanzarla a ningún otro lugar, permanecer ahí, esfera pequeña sobre la cómoda y que la Reina se aburriera o decidiera ajusticiar a alguien más por pura inspiración…Pero fue inútil. Ella logró alcanzar la cumbre del mueble y, balanceándose sobre sus gruesas extremidades con concentración absoluta, lanzó a Alicia lejos, tan lejos que tanto ella como los de la corte tuvieron que aguzar la vista ciudad afuera.
Su Majestad se puso de pésimo humor. El juego terminaba sin un resultado definitivo y declaró prohibido el croquet hasta la semana siguiente.
Muchas cuadras más allá, Alicia recordaría que había dejado el teléfono descolgado, que había olvidado la llave y que para colmo llegaría tarde al trabajo con esa jaqueca persistente a cuestas. Suspiró resignada. Era sólo otro martes más en el que debería llegar por la noche a levantar el desorden que esos maniáticos del otro lado del espejo, suelen dejarle en la pieza.
*Adaptación audiovisual realizada por www.sinopsisdelibros.cl
De la obra “Cien microcuentos chilenos” que reúne a más de 53 autores, que destacan Vicente Huidobro, Adolfo Couve, Antonio Skármeta, Pía Barros y Jorge Díaz. Juan Armando Epple, uno de los mejores conocedores del microrrelato hispanoamericano, sorprende con este transgresor y misterioso cuento.