Luis Rivano Sandoval, el llolleíno

foto Luis Rivanio en librería
Fotografía de Emol
Entre las calles de Llolleo y San Antonio, Luis Paco Rivano forjó una identidad que lo llevaría a convertirse en el mítico librero de calle San Diego en Santiago, y en una figura fundamental de la literatura chilena. Sus experiencias de infancia en el litoral, tras ser adoptado por su tío, nutrieron obras como la controversial «Esto No Es el Paraíso» (1965), donde bajo el seudónimo de Víctor Hidalgo desarrolló una narrativa única sobre la marginalidad urbana. Les invitamos a conocer esta historia escrita por Ítalo Bustamante Razeto.
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Luis Paco Rivano, el mítico librero de calle San Diego, aquel adolescente que llegó a Santiago para enfilarse en Carabineros de Chile, ese escritor en ciernes que con su máquina de escribir, sentado sobre un fardo de paja, tecleaba de forma metódica para capturar los recuerdos de su infancia como cráter a punto de erupcionar. Víctor Hidalgo – el alter ego de Rivano -, describía con una pluma certera y sin adornos, asimilaba las pellejerías que pasaban los carabineros a mediados del siglo pasado. Entre las formaciones y los arrestos de fin de semana, entre los largos turnos por las calles de Santiago, Rivano y/o Hidalgo, fueron gestando aquella novela rupturista como lo fue Esto No Es el Paraíso (1965), la cual no solo hizo que los altos mandos de carabineros pusieran el grito en el cielo por el contenido de la obra sino que además las editoriales más importantes de la época, rechazaran el manuscrito o sugirieran la poda de algunos pasajes de la novela, para cuadrarse y respetar los contratos con la institución, quienes imprimían su material propio en aquellos lugares. Si no fuera por la perseverancia de Rivano y/o Hidalgo, si no fuera por su sentimiento genuino y amor profundo por la literatura, no habría ocurrido lo que ocurrió, de nadar contra la corriente, de doblarle la mano a la burocracia y las grandes cadenas editoriales que lo relegaban a un autoexilio del mundo convencional de las letras. Si no fuese por esa tozudez de Rivano y/o Hidalgo, no tendríamos acceso a su obra, la que derivó en una sistemática búsqueda por retratar la marginalidad urbana a través de la auto edición, sin tapujos, sin censuras, en un lenguaje frontal, a quemarropa. 

Ahora bien, el Rivano escritor que develó el corazón oculto de la ciudad, el Rivano librero que iba en búsqueda de las primeras ediciones de los libros más difíciles de encontrar, el Rivano dramaturgo que mezcló su prosa brutal con la música de sus recuerdos, el carabinero Víctor Hidalgo que deambulaba por las calles de Santiago, conociendo desde un vendedor ambulante hasta el hampón más avezado, ese joven soñador que se deleitaba con las lecturas de El Peneca o las aventuras de Dickens o Salgari, todos por separado y en unidad, forjaron su personalidad en la localidad de Llolleo, donde el telón de fondo se estaba constituido por los incesantes viajes de los trenes hacia Cartagena y las aventuras infantiles hacia el puerto de San Antonio.

Si uno lee su primera novela, Esto no es el Paraíso, puede encontrar ciertos retazos de la nostalgia con que Rivano y/o Hidalgo, evocan aquellos tiempos de su infancia. Al respecto, podemos citar una conversación de Víctor Hidalgo – su alter ego – con un alto mando: “¿Y esto qué significa? Ha llenado una libreta con anotaciones que nada tienen que ver con el servicio: “quiero esta mañana regresar a mi infancia…” A su vez, en la Memoria de los Olvidados (2023) una biografía íntima de Luis Rivano, del periodista Juan Andrés Piña, podemos profundizar en esta relación del escritor con San Antonio o más específicamente, con Llolleo. El destino quiso que Rivano desembarcara por estas tierras. Un episodio decisivo en los albores de su vida, precipitó el viaje desde su Cauquenes natal hacia Llolleo: la muerte de su madre Luisa Sandoval, el 15 de mayo de 1933.  Rivano en ese entonces, solo tenía ocho meses de vida. Su padre, Milcíades Rivano, tuvo que tomar la drástica decisión de repartir a su numerosa descendencia, “los cinco mayores se trasladaron a Santiago (…), los cuatro del medio se quedaron con el padre (…) y los menores, Luis, entre ellos, fueron adoptados por amigos o parientes.” En el horizonte de Luis Sady Salvador – alias Salvita -, apareció el litoral central: “…se lo entregaron a Rubén Sandoval, hermano de Luisa, para que lo adoptara. Este tío se lo llevó a su casa en Llolleo.

En los anales de la Academia de Estudios Históricos, Sociales y Demográficos de San Antonio (1992), el destacado escritor local Ascencio Ronda desarrolla un bosquejo y síntesis para profundizar sobre el patrimonio cultural de San Antonio. En el apartado prosa, cita a Luis Rivano Sandoval, señalando el poco conocimiento que se tiene del escritor en el territorio, quien cursó estudios en el liceo nacional de Llolleo y nos da ciertas luces de su lugar de residencia en Avenida Chile, en la propiedad “La Quinta del Hoyo”. Concluye sus apuntes, destacando que “Aquí Rivano vio nacer su vena de escritor.”  El Llolleo de la primera mitad del siglo XX aparece como un balneario popular, con una de las más bellas estaciones de trenes del ramal Santiago – Cartagena, plagado de grandes jardines, cercano a la famosa Hostería de Tejas Verdes, con una oferta hotelera diversa, un balneario paradisíaco, con un clima privilegiado para sanar los males del corazón. De hecho, José Donoso en sus Diarios Tempranos, registra un cuento llamado Casa Particular, donde se evidencian estas historias que son comunes de escuchar en la actualidad. Inclusive, en las revistas En Viaje de Ferrocarriles del Estado se promocionaban estos atributos en sus páginas, invitando al turista a visitar el balneario.

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Entre medio del turismo de balneario, Rivano y/o Hidalgo se sumergían en el otro territorio que coexistía a la propaganda turística, de hecho, en su libro autobiográfico El Cuaderno de Víctor Hidalgo (1967) nos recrea algunos detalles de esa vida contemplativa y cargada de simbolismos en estos parajes: “Hora del ángelus en la provincia. Sentados en los bancos de madera de la plaza, los viejos, por tercera vez, leían el Mercurio del día mientras algunas señoras se dedicaban a sacarles los trapos al sol a los vecinos ¡Heraldos de pueblo chico! Delante de mí: el camino de mi infancia. El viejo organillero venía de regreso con su joroba de música a la espalda (…) el hombre que vendía flores pregonaba los últimos crisantemos del canasto (…) el sol era un cáliz de fuego sumergiéndose lentamente en las plateadas aguas del océano (…) Y siempre el camino en mi camino. El barrio de los pobres. El estero que va viajando hacia la playa con su coro de ranas croando entre las calas de la orilla.” 

En su libro autobiográfico, vamos descubriendo algunos destellos de lo que será la impronta de la escritura y la pasión infinita por los libros de este inquieto adolescente. El 15 de marzo, Víctor Hidalgo o Luis Rivano apuntan “cuando niño siempre deseé escribir. Es más: ganarme la vida escribiendo y no hacer absolutamente nada más, sino escribir.” Anhela una habitación enorme en una casa vieja, con pilas de libros arrumados hasta el techo a punto de caerse, con un retrato de Dostoievski y de Hans Christian Andersen junto con algunas portadas de la revista El Peneca. Toda esta ornamentación literaria, refulgiría para hacer brillar con luz propia, su máquina de escribir. Veinte años después rememora y piensa que “he sido desleal con mis ensueños”, ya que solo cuenta con su máquina de escribir, comprada a plazo en la Cooperativa de Carabineros.

Es interesante cómo el descubrimiento del espacio, del paisaje se puede aprehender a partir del caminar, del transitar una y otra vez por los mismos senderos, donde a cada tranco por los mismos lugares pueden aparecer nuevos detalles que se guardan en la memoria. Eso es lo que hizo Rivano y/o Hidalgo por las calles de San Antonio y Llolleo, aprender de memoria cada rincón del territorio para recorrerlo cuantas veces deseaba, en su vida de adulto. De hecho, un capítulo de su autobiografía se titula de Llolleo a San Antonio a pie y curiosamente, comienza con la frase “como si fuera hoy los estoy viendo. Geranios adornan la estación de Llolleo…”

Siguiendo a Rivano y/o Hidalgo junto a los mocosos que lo acompañaban en estas aventuras, podemos observarlos cruzando la línea del tren hasta llegar a la estación Barrancas, donde “seguimos caminando, silbando y saltando, como una comparsa de pequeños cojos, por sobre los durmientes” La visión desde este lugar de Rivano y/o Hidalgo y los aventureros, es de un “océano aceitado. Varios cajones vacíos flotan en medio del agua junto a extrañas botellas de lejanos países (…) Las plumas de las grúas del puerto semejan escaleras colocadas para que los marinos ebrios traten de subir al cielo (…) Las bodegas de San Antonio se ven a la distancia con sus letreros de antigua tipografía: Fontaine y Salvo.

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Luis Rivano es un sanantonino o mejor dicho, un llolleíno de tomo y lomo, que forjó su personalidad y pasión por las letras aquí en el litoral central, que hurgó en su memoria e infancia, en busca de aquellos episodios y sueños vitales que sin duda, allanaron el camino para el desarrollo de una obra singular que se mantiene vigente y espera ser objeto, de nuevas lecturas que conecten a Rivano y/o Hidalgo con sus raíces que continúan presentes en este terruño.

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