Publicado en La Opinión, Lunes 22 de Mayo de 1933

Pablo de Rokha: «Epitafio a Neruda»

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En este texto publicado por Pablo de Rokha en La Opinión (1933), se consolida su enemistad o animadversión en contra de Pablo Neruda.
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Radiosamente, el prestidigitador sacaba palomas del sombrero, palomas de oro, de llanto, de fuego, elefantes, soldaditos, o una gran substancia emocionante que ardía como un canto singular en las ferias y los circos regionales:

Aplaudía el provinciano, y esa especie de ser mixto y turbio que acompaña a los ocultistas, a los morfinómanos, a los delincuentes.

Pero, un día, alguno más mañoso y más enfermo, por la enfermedad, adentro de ella, encontró la fórmula de la fábrica divinoide, y extrajo palomas del sombrero. A aquel burlador siguieron otros y otros y otros. Entonces, el mixtificador se volvió confuso, se volvió deshecho y entristecido en su trabajo, porque los discípulos, los amados discípulos, le habían robado el destino y el designio de la máscara.

Pablo Neruda. Sí, efectivamente, la máscara. Neruda es el amo, el dueño y la víctima de la máscara; de aquella “máscara del poeta” que inicia y define “Residencia en la tierra”, de aquella gran máscara que le iba llevando y administrando por los teatros reaccionarios, su fiel “compadrito” y peluquero de cámara.

Y he allí, ahora, lo siniestro y oscuro y amargo del drama interno, de la tragedia sicológica de Pablo Neruda: la máscara no descansa en la estructura interior, no, es la estructura interior quien descansa en la máscara, es la arquitectura interna, subjetiva, intuitiva, la ley interna quien descansa en la máscara. Se produce así aquel acento excesivo y alevoso, aquél estilo en el cual la técnica supera al hecho substancial, supera la cantidad cósmico-expresiva, supera “lo numinoso”. Ejemplos: “Caballero solo”, “’Tango del viudo”, etc… Y cuelgan las palabras, como hilachas; la máscara se ha llovido, se ha mojado por adentro, la ha destrozado, la propia actitud, la propia ilusión, no el contenido, la propia máscara, el estilizamiento, el bizantinismo, el exceso, el virtuosismo técnico, es decir, retórico, el romanticismo, la pose lírica, trágica, sí el romanticismo, la construcción a la inversa. Desembocamos ya en el cruce de todos los caminos sicológicos de Neruda: el romanticismo.

De tal manera, así, Neruda se señala, se singulariza, es el escritor que hace el poema en donde el núcleo no se resuelve en periferia, el fondo en forma, la voluntad en acto, en hecho, en estilo, como en los clásicos. ¿Por qué? ¿Qué ha condicionado y determinado aquella gran desgarradura del romántico, que es su alarido y el sentido de su alarido? ¿Cómo tal volumen hecho humo?

Aquel desgarrón fatal del romántico, es la discontinuidad, la intermitencia, la incoherencia esencial de los lesionados vitales. Cuando la materia se expresa, la expresión es la ley orgánica de un estadio vital completo y exacto, es el conflicto que se resuelve, el caos que deviene cosmos, el enigma que se define, el instinto que busca y halla orden. Ahora, si el anhelo expresivo se trunca, se quiebra, entonces se produce el desorden, el pulso anormal, y, según el complejo de inferioridad de Adler, la astucia, la maña, la argucia, la fórmula, la máscara.

Eso es Neruda.

Él se defiende haciendo el subconsciente, elaborando el material ilógico, –alógico– y divino y humano del arte, elaborando aquello que no se elabora, aquello que no se verifica en la conciencia; él se defiende fabricando y adobando lo indescriptible de Goethe; el se defiende “a la inversa”, produciendo el desorden por descomposición de los elementos lógicos. Pero sucede que el arte no sólo es orden, sino que es un orden estricto, el orden estricto por antonomasia. Sólo que es otro orden, precisamente, otro orden, que no se consigue, ¡oh! astutos indolatinos, rompiendo los nexos de la conciencia, rompiendo los conceptos y echando a hervir los fragmentos despedazados en las marmitas del sueño consciente, rompiendo los conceptos para hacer el misterio de los “arquetipos” platónicos.

Es, pues, el arte de Neruda un esfuerzo de la conciencia desesperada, que se defiende creando mitos y signos híbridos, frente a lo que comprende y no posee: la expresión lograda de Croce, la salud integral de quien formula el inconsciente colectivo de Jung, lo sublime de Kant, la superestructura estética de Marx.

Obtiene, no obstante Pablo Neruda la simulación aproximada del fenómeno estético, acoplando elementos discordantes y divergentes en la objetividad elemental del hábito, v. gr.:

“Siempre, productos manufacturados, medias, zapatos,
o simplemente aire infinito”

…Escribe en “Ritual de mis piernas”. Pues bien, como el ciclo inicial de los procesos de disgregación lógica de la lógica consiste en utilizar “a priori” la ley de la contra-corriente de Heráclito, acoplando los contrarios, el lector advierte cómo tal táctica alevosa precipita a Neruda en la descontrucción premeditada, arrastrándolo, en seguida, a la descontrucción fatal y feroz de lo inorgánico antiartístico, antiestético, de lo inarmónico:

…”amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas conmovedoras de auxilio,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza”.

De vez en vez, adentro del pantano de formas tontas y discontinuas, tontas y en desorden, la máquina pitagórica adquiere su dominio justificando, tardíamente, las setecientas, las ochocientas, las novecientas palabras de periódico, con aquel “claro día de tus piernas” del “Tango del Viudo”, e ilumina y dignifica su ferretería desordenada de accidentes. El gesto apoyado en el gesto, la mueca cimentada en la mueca, la máscara, estructuración de actitudes sobre actitudes, y la cantidad descontruida, la geografía expresiva, rota, convulsa, muerta por disgregación, el acento deshecho, he ahí a Neruda.

Hundiéndose, sumergiéndose en aquel terrible torbellino del desorden, Neruda se agarra a la tabla de salvación de la retórica usada, y produce versos, versos medidos y asonantados, distribuidos en estrofas entre las cuales predomina aquella feroz matraca del verso de 14 sílabas:

“Los muebles viajan llenos de su ser silencioso,
como pequeños barcos dentro del viejo barco…
Se desliza y resbala, desciende, transparente…”

Y aquel “son usado” arrastra al lector a aquella situación híbrida del escaso, exiguo lenguaje auténtico, encadenado a la retórica de Horacio. Ahora, esta cosa tan horrenda, tan siniestra se repite, terriblemente, en los poemas de Neruda, se repite y se aumenta con ciertos aspectos infamantes, como la sombra de Góngora, sepultada en esos renglones que dicen:

“Un clima de oro maduraba apenas
las diurnas longitudes de su cuerpo”.

Cuando el pavor, el horror cíe hundirse en el caos verbal-mental le aterra, se defiende con el espacio, enumerando, acordándose de Walt Whitman y advienen esas eternas, lentas, premeditadas enumeraciones de situaciones paralelas –(pleonásticas!),– que carecen de la ingenuidad vegetal de las que suceden en “Leaves of grasse”.

“Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso”…dice Neruda en “Débil del alba”, y se cierne. Se define en tres sentidos: en el sentido del hombre doliente, hundido, sin fuerza, sin forma, en los barros cósmicos: en el sentido del hombre doliente y romántico, entre el desorden expresivo, agarrándose a las piltrafas dc la retó-rica-poética, en compases de monotonía objetiva y amarilla, y en el sentido de quien comprende que degenera profesionalmente, como poeta, como artista.

El estadio II de “Residencia en la tierra”, levanta el libro y lo sitúa, momentáneamente, a la altura de la edición, tan ancha y clara. Aquellas lecturas abiertas, aquellas leyendo en el tiempo, no son, naturalmente, la obra estricta, ceñida de material puro, no son la expresión artística, la expresión estética esencial, pues retienen siempre fragmentos de conceptos, de ideas, de valores de juicio, sí, pero alcanzan la belleza media. Y hay un poema, “Unidad”, y otro “Juntos nosotros”, y otro “Galope muerto”, y algunos más, en donde el crucificado no es un pelele, sino un poeta, aún un poeta.

Pablo Rokha, 1933

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