1925. Vicente Huidobro se convierte en candidato a la presidencia de Chile. Maestro superior en el oficio de las vanguardias, de ir por delante del resto abriendo rutas (no solo dentro de los márgenes del ámbito de lo artístico-estético), Huidobro se atreve, con 32 años, incluso a apuntar a la cabeza del mando político, cuestión que ni el mismo Victor-Hugo, quizá el gran referente del poeta como figura de primera relevancia pública, se había animado a probar. Su candidatura, ciertamente, cae mal, despierta rápidas antipatías. El clima social en el país era de agitación creciente; Arturo Alessandri terminaba su mandato conteniendo apenas el emerger de su ministro de Guerra, Ibáñez del Campo, y la aparición de este acomodado hijo de terratenientes que recién volvía de Europa enarbolando, por lo demás, las banderas de las demandas más radicales de la izquierda no era plato de fácil digestión para la sociedad chilena de principios del siglo XX. Hoy, por cierto, tampoco lo sería.
Huidobro efectivamente interrumpe una muy rica y agitada estadía en Europa para retornar a Chile decidido a jugar un rol en la vida política nacional. Hacía un par de años, en 1923, había publicado en París una peculiar novela corta, Finis Britannia, sobre una sociedad secreta que lucha contra el imperialismo inglés. Buena parte de su agenda, ideológicamente hablando, está condensada en ese librito. Al poeta, en su oráculo, se le ha revelado en toda su dimensión el grado de la esclavitud en el que están sumidas nuestras repúblicas sudamericanas, por parte de la soterrada trama internacional anglosajona; luchar por detener ese estrangulamiento resulta imperativo. Al héroe de su novela lo tiñe con aires de profeta; su propio rol como candidato presidencial tiene también un poco de eso mismo. Funda un periódico, se le clausura. Funda un segundo periódico, se le clausura. Sufre atentados, se le hace incluso explotar una bomba frente a su casa. Al final, terminará abandonando la carrera a La Moneda y dando su apoyo al candidato de la izquierda.
Hoy, este capítulo político de la vida de Huidobro, además de poco conocido, se tiende a subestimar. Que no fue mucho más que un arrebato, un arranque poético de ese gran incorregible del siglo XX. 44 años después, Neruda se convertirá en candidato presidencial. Mientras esa candidatura es calculada, pesada, predecible, intrínsecamente falsa, la de Huidobro es fallida, espontánea, genuinamente atrevida.
Huidobro sí cree en un ideal; Neruda simplemente en las órdenes del partido.