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Constelación Litoral de Pablo Salinas

A continuación la Introducción del libro “Constelación Litoral”, del pintor, escritor e investigador algarrobino Pablo Salinas, quien hoy por hoy es uno de los indagadores más relevantes —sino el más— del acervo cultural del territorio poético de Chile.
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Hay que evitar los lugares comunes, las frases hechas, y también las demasiado categóricas, que suenen a sentencia. Puede que se trate de un mero escrúpulo de escritor, pero, en este caso, referido a esta materia, hay que darse una vuelta, necesariamente, para hacer encajar las piezas con calma y que el resultado quede expuesto con total claridad. Todo esto lo digo porque la primera línea que se me viene a la cabeza al momento de presentar la médula de este libro va por el lado: “se trata del territorio más potentemente ligado al arte y la cultura de todo Chile, incluso de toda Latinoamérica.”

En rigor, la médula de este libro tiene que ver con el rescate de las figuras de la cultura que, de una u otra manera, o, si se quiere, en mayor o menor grado, se vincularon con un territorio específico, un segmento de la costa de Chile central, no particularmente extenso –no más de 30 kilómetros de extensión lineal-, que actualmente, en términos administrativos, corresponde a la provincia de San Antonio, Chile. Muchas veces, una labor de rescate, en toda su línea, porque si bien los protagonistas, como artistas, eran perfectamente visibles, su relación con este litoral, permanecía en las tinieblas. En otras ocasiones, artista y vínculo lucían a flote, pero (quizá con la sola excepción de Neruda) todavía quedaba muchísimo por escarbar y descubrir.

Toda mi vida he estado relacionado con estas costas. Primero como veraneante; luego, desde hace 33 años, como residente. Y el venir a establecerme acá, en este litoral que resulta más frío de lo que muchos viajeros puedan suponer, con un clima mediterráneo que se pregona que al final parece corresponder a un capítulo harto menos benigno en su versión Pacífico Sur, también aplica el mismo canon, la misma idea-fuerza: buscar un hábitat idóneo para la creación artística. En mi caso, la pintura y las letras. Cuando yo llegué a vivir todavía el eslogan no circulaba, pero años después, apareció, con cierto nervio, incluso excitación: “El litoral de los poetas”. No parecía para nada desacertado, ni desajustado.

Partí diciendo que había que evitar las frases hechas, las sentencias, pero en este caso se viene encima una, inevitable. Neruda, el artista más famoso de Chile. Y sí. Neruda no es solo eso, sino una de las personalidades de la cultura mundial más importantes y conocidas de todo el siglo XX. Entonces, cuando tenemos una figura de su envergadura que establece un vínculo tan marcado, incluso en parte fundacional, con este territorio –Isla Negra-, a la que se le suman las presencias de Vicente Huidobro –Cartagena- y Nicanor Parra –Las Cruces-, el círculo parece completo y cerrado. Es el litoral de los poetas. Las autoridades locales hicieron algunos cortes de cinta a inicios del 2000, cuando el rótulo hizo su estreno en sociedad, y luego de eso no mucho más. Parece claro que, por las razones que sea, se optó por una conducción por piloto automático: Neruda se mueve solo, Huidobro también y Parra también. Como política de gestión cultural puede merecernos un reparo grueso, pero, en términos más prácticos, tampoco resulta tan descocado. La casa de Neruda, por su sola presencia, como un gran imán para el peregrinaje internacional. Y, orbitando, las huellas en el territorio dejadas por un pionero de las vanguardias de las letras iberoamericanas y el llamado padre de la antipoesía.

El caso de Parra es interesante, porque él es el último de los tres en vincularse e instalarse en estas tierras y, cuando lo hace, lo hace plenamente consciente de dónde lo está haciendo. Lo suyo se trata de un acto de deliberado posicionamiento. De hecho, primero llega a Isla Negra; solo varios años después se conecta y muda a Las Cruces. De los tres, al único que conocí fue a él. Lo visité muchas veces en su casa crucina. En cierta ocasión, saliendo por la terraza, me comentó: “además me gustó esta casa porque desde aquí se puede ver la tumba de Vicente”, señalándome los lomajes de Cartagena, justo enfrente, por el sur. Y, al rato, en un tono de voz más bajo, hizo un alcance, propio de su mente de matemático, respecto a la equidistancia de su casa con la de Neruda –“Pablito”- y la de “Vicente”. “Las Tres Cruces”. Tiempo después, me mostró un artefacto –un dibujo suyo sobre una bandeja de cartón- con ese título. Parra no solo sugirió la idea sino que instauró en toda su línea lo que algún académico sin pecar de hiperbólico podría apuntar como la “santísima trinidad de la poesía chilena”. Estoy seguro que a Parra la idea le habría gustado.

Esa trinidad existe. Tiene valores notables, un peso específico contundente y, en gran medida, honra, marca y guía este territorio. Pero no es la única. Podría haberse tratado de un fenómeno puntual, encapsulado, que se dio por determinadas razones y quedó ahí, como un evento raro y extraordinario. Pero no lo es. Junto con ella, tras ella, antes de ella, hay mucho más. El círculo, ni por asomo, se cierra ahí. La santa trinidad, la tríada, el trío de los poetas es solo un segmento magnífico de un tapiz mucho mayor. En el fondo, la tríada es solo una galaxia, conformada por las estrellas de mayor brillo, pero que está en medio de una constelación, de una gran constelación, con variados otros cuerpos luminosos, con valores y calidades simplemente fascinantes.

Este libro pone el foco y se interna en aquellas zonas menos exploradas del firmamento, pero sin rechazar ni excluir nada, sino integrando. El ejercicio no pretender ser concluyente ni totalizador. Apenas abrirse a descubrir el sinfín de voces que convergieron en este litoral, desde las diversas disciplinas de la cultura y el saber. Remontarse en el tiempo, hasta las últimas décadas del siglo XIX, y presenciar a esos primeros individuos que llegaron, a su vez, a descubrir lo que estas costas tenían para ofrecerles. Conectarse con los casos de distintos artistas y creadores, de grandes y variados méritos, que llegaron a este territorio y al final terminaron eligiéndolo como lugar de vida, seducidos por cierto influjo que todavía sigue seduciendo a otros, en pleno siglo XXI, con igual fuerza y misterio.

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