Chile, el bochornoso fin del oasis talibán

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El viernes antepasado voy a Santiago a una reunión con el diputado Mirosevic. Hace unos meses, entré en contacto con vecinos de Arica que sufren un problema similar al que sufre Algarrobo: crisis ambiental producto de las aguas servidas que son arrojadas directamente al mar y sin tratamiento por la empresa sanitaria. Los vecinos, allá, lograron tras una pelea de años captar la atención de los parlamentarios de la zona. El diputado Mirosevic se comprometió incluso a elaborar un proyecto de ley para modificar el actual marco regulatorio que rige a las sanitarias. A ese encuentro santiaguino también acude una representante de la ciudad-emblema de las demandas sociales en este ámbito, Osorno. Toda la ciudad de Osorno, con 130 mil habitantes, estuvo más de diez días sin agua, en pleno invierno, producto de la negligencia y la inoperancia.

Mirosevic, 32 años, se compromete a revisar la ley porque en su propia ciudad el problema ya no da más. Las aguas negras, por acción de las corrientes marinas, se devuelven en dirección a las costas tras ser arrojadas en la bahía. Episodios de playas que tienen que cerrarse por hiperabundancia de coliformes fecales se repiten año a año. Además, el tubo emisario se rompe y el colapso sanitario se extiende por semanas con autoridades que no reaccionan. Parecido a Algarrobo, donde el tubo que bota la mierda es todavía más corto que en Arica y la misma autoridad marítima emite un informe donde confirma que el sistema de descarga está obsoleto y recomienda al alcalde encabezar un esfuerzo tendiente a buscar e implementar mejoras. E, igualmente, nadie hace nada.

Porque, ¿qué hace que los vecinos reclamen? ¿Qué hace que alguien de Osorno o de Arica viaje hasta Santiago para reunirse con un diputado? Ciertamente no solo el hecho de que el servicio que dan las sanitarias esté lejos de ser el óptimo, sino porque toda la problemática contiene un marco de operaciones plagado de trampas. De abusos. En Algarrobo o en Arica, o en cualquier ciudad costera de Chile, las sanitarias están autorizadas a evacuar las aguas residuales en el mar. El tratamiento no es exigencia; pueden ser, como en Algarrobo o en Arica, evacuadas sin más enjuague que ser pasadas por una simple rejilla. Aún así, a los miles de clientes las sanitarias están facultadas para cobrarles por un tratamiento inexistente. Pero también, en caso de apuro, la ley les permite arrojar la mierda directamente al mar, sin siquiera el paso por la rejilla (en la jerga, se le llama mediante «by-pass»). El cobro, se mantiene. Además, las sanitarias, también por ley, están facultadas para autocontrolarse. Las exigencias que se les impone son bajas. Como si con eso no bastara, se les permite por ley poner a sus técnicos, a sus empleados a detectar si cumplen con la norma o no.

Entonces, Mirosevic al fin atina. Entiende que el problema no es menor, que merece ponerle atención, que repercute en la calidad de vida y los bolsillos de miles, millones de ciudadanos. Además, en Osorno, donde la crisis fue noticia nacional, esa autoridad que no reacciona, lo hizo, tuvo que hacerlo, y recomendó, en este caso a Piñera, que lo que correspondía era cancelar la concesión a la sanitaria respectiva. Basta. El abuso, la inoperancia, la negligencia habían superado todo umbral de tolerancia, por más alto que este fuera. Por mientras, a los vecinos de Osorno se les multaba por manifestarse por las calles sin autorización.

Ahora, cuando la olla terminó por estallar, los comentarios e interpretaciones se multiplican por millones. Yo acá solo me permito hablar en primera persona. Y el ejercicio que hago es simple: replicar lo que pasa con las sanitarias, en el ámbito de la salud, las pensiones, la educación. La construcción. La banca. El de las sanitarias es, comparativamente, el más básico, menos complejo, con menos carga social y menos recursos involucrados. Y aún así, el rayado de cancha está así de mal hecho. La cancha así de ladeada. No tiene demasiado sentido, en lo personal, hablar de «crisis del capitalismo». Sí, no obstante, tal como le dije al diputado ese viernes, justo una semana antes de la explosión, de hacer un repaso ideológico, breve, pero indispensable, para no desperdiciar tiempo ni saliva en retóricas pasadas de fecha.

El gen del abuso está ahí, estampado y repartido en la ley. Chile, sala de ensayo y reducto talibán del neoliberalismo, siguió durante estos últimos treinta años apostando, en el fondo, a la ley del chorreo, congelado en la fascinación por puntear alto en los ránkings de la inversión extranjera, los índices macroeconómicos, del estímulo a la iniciativa privada. Los privados, a las claras, los grandes operadores del capital, son los únicos que pueden inyectar esa dosis de electricidad que nos deje a las puertas de las grandes ligas. Delirios de grandeza, de una casta político-empresarial cuyo complejo de inferioridad, enorme y enquistado, tiene ahora a todo un país en llamas.

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