Uno de los primeros grandes artistas chilenos que estableció un vínculo sólido con el litoral fue el compositor Enrique Soro.
Los méritos de Soro son muchos, y quizá todavía hoy no lo suficientemente sopesados. Dado su precoz talento, obtuvo un reconocimiento temprano por parte de la oficialidad; el gobierno de Federico Errázuriz lo becó en 1898, con apenas 14 años, para ir a estudiar al Real Conservatorio de Milán. Me pregunto si esto mismo, este éxito claro logrado tan joven, no contribuyó a activar un sentimiento de desprecio en su contra, que acabaría excluyéndolo de los círculos dominantes de la música chilena en el ocaso de su vida. Soro siempre fue un músico de verbo romántico. El gran pecado que le echaron en cara los compositores más jóvenes fue el haberse mantenido impermeable a las vanguardias dictadas desde Europa. Fue considerado un anacrónico, toda una anomalía histórica, con virulencia propia de una sociedad emergente, ávida por alcanzar la validación de su identidad cultural. Caso parecido al de Rachmaninov. Pero mientras el ruso, igualmente anclado en los parámetros de fines del siglo XIX, gozó de invariable fama y reconocimiento, el chileno terminó recibiendo un trato harto menos tolerante en su propio país.
Pero más allá de las divergencias estilísticas que generaría su obra, ante Soro nos enfrentamos, fuera de toda duda, a una figura fundacional. Tal como Blest Gana es considerado el padre de la novela chilena, Soro es señalado como el creador de la primera sinfonía escrita en Chile. Pese a que logró triunfar en los principales escenarios de Europa en las primeras décadas del siglo XX -fue cercano de músicos de la talla de Puccini, Ravel y Mascagni-, su fuerte interés por desarrollar una tarea formativa a nivel local lo terminó estableciendo en Chile, siendo director del Conservatorio Nacional durante casi veinte años.
Soro y Cartagena
Soro llega a Cartagena a mediados de la década del veinte del siglo pasado. Hasta 1944, año en que muere su esposa, el músico pasa largas y muy productivas temporadas en el balneario. Prueba de ello son las numerosas composiciones que escribe en su casa de calle Estado (todavía en pie), frente al castillo Förster. Es poco probable que haya coincidido con otro de los grandes artistas que dan prestigio internacional al balneario, Vicente Huidobro, considerando que el poeta llegará a radicarse recién terminada la Segunda Guerra, en 1945.
Calle Estado 78, Cartagena. La casa de Soro, tal como nos la muestra Google.
Dos de las hijas del compositor sentadas en la ventana del comedor de la casa. Año 1932.
Según uno de sus nietos, Roberto Doniez, el compositor «jamás se presentaba en la playa de otra manera que con su terno y pajarita al cuello. Durante un rato en la mañana, cerca del mediodía, paseaba por la terraza frente a la Playa Chica mirando el mar y conversando con algunos de sus amigos. Por las tardes su esposa e hijas iban a las casas vecinas. Los adultos jugaban a las cartas. En la casa de Cartagena había un piano vertical de color negro. En ese piano estudiaba y componía.»
La música de Soro, a más de sesenta años de su muerte, vive hoy un verdadero y merecidísimo renacer: hace dos años la Orquesta Sinfónica ejecutó su concierto para piano a teatro lleno, distintos intérpretes rescatan y graban piezas desconocidas del autor.
Pero es a nivel local, más específicamente por parte de su tan querida Cartagena, que se echa de menos el indispensable tributo. Dentro de las decenas de inspiradas piezas que el músico compuso en el litoral, destaca especialmente una, «Impresiones de Cartagena», para violín y piano. ¿Cuántas localidades de Chile tienen el privilegio de contar con una obra escrita y dedicada por un músico de renombre mundial? Cartagena es una de ellas y esa obra todavía permanece inédita, sin haber sido nunca ejecutada públicamente…
Del catálogo de obras del compositor. «Impresiones de Cartagena» todavía permanece en calidad de manuscrito…
Material inédito: Verano 1927, Enrique Soro con dos de sus hijas en brazos en Playa Chica de Cartagena.