Libro publicado en 2014

Prólogo del pintor Titi Gana para el libro «Prosa Reunida» del poeta Álvaro Ruiz

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«Los poetas suelen escribir prosa en sus momentos perdidos». Con esta frase el destacado pintor Titi Gana comienza el prólogo que escribe para «Prosa Reunida» (2014), libro de su amigo Álvaro Ruiz actual residente de Punta de Tralca, pero que en el tiempo de la publicación habitaba la Cuarta Región.
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Los poetas suelen escribir prosa en sus momentos perdidos. No hablamos de sus poemas en prosa, que siguen siendo poesía como la de Rimbaud o Darío sino la expresión en lenguaje pedestre y comprensible para todos, de sus pensamientos, no opiniones, comentarios y sobre todo recuerdos de lo que ha sido su vida de poetas. La mayoría lo hace en su madurez. Estamos hablando de los verdaderos poetas, pues como todos sabemos no hay novelista que no haya sido poeta en su juventud. Los verdaderos poetas lo son desde su nacimiento hasta su muerte.

Siempre he pensado que cuando un poeta escribe en prosa es similar a un corredor de la maratón que de pronto se da cuenta que está corriendo con bototos. Se los saca y vuela, el ritmo para él es pan comido, tiene por seguro el sentido espiritual de lo escrito, posee en su bagaje todas las palabras y está seguro de la verdad. No por nada es célebre la famosa salida del inefable Eduardo (chico) Molina: «la novela es la poesía de los tontos».

Me siento muy honrado de que Álvaro me haya pedido ser candidato a prologar esta Prosa Reunida, yo que no soy escritor sino un amigo de toda la vida y en nombre de todas las botellas que nos hemos tomado juntos me propongo hacerlo lo mejor posible y sobre todo lo más largo que pueda para que se engruese el lomo de este delgado volumen nacido del coito entre las rocas de Coquimbo y el alma cándida y canadiense de un poeta chileno asilado ¿aislado? en la IV región.

Pues la característica común de estas prosaicas piezas es su austeridad, su necesidad, una parte ha sido escrita bajo la presión de algún evento próximo o familiar, artículos necesariamente breves. Otras y las más importantes obligado por la lejanía a decidir en su alma mensajes a la Patria y a sí mismo explicando la estupefacción ante tan grandes misterios encontrados, contra su voluntad, en obligatorios viajes decididos por su destino.

He opinado siempre que Álvaro Ruiz en su esencia es un embajador caído a destiempo. Un gran diplomático del país en que todos nos hubiéramos querido encontrar, donde la intuición se encontró en el bosque con el ingeniero y en feliz y dichosa complementación arreglaron todos los problemas cabalgándose mutua y amorosamente.

No fue su sino cumplir con las penosas obligaciones que lo habrían llevado a ser uno de los mejores ministros; los vientos de esos tiempos nos llevaban a todos, allá en La Reina, al menos a la mayoría de nosotros, a condenar sin vacilación a un sistema que era la personificación del enemigo y a huir de él por todos los medios, la música de moda, el peinado y sobre todo todas las drogas a disposición, valga decir que en esos tiempos habían aparecido unas nuevas o reaparecido otras de los amerindios, en todo caso siempre podíamos recurrir a la industria farmacológica oficial. ¿Será acaso una constante que las nuevas generaciones se rebelen, movidos por la energía flamante de su juventud y sensibilidad, contra la propia sangre de sus predecesores?

Recuerdo que a fines de su adolescencia Álvaro quiso ser pintor y llevó a cabo una serie de cuadros que persisten en mi memoria; infinitas perspectivas sicodélicas, representaciones de su cuarto y de su cama con velador incluido, paisajes de la costa central con unas cactáceas de ramas retorcidas que impúdicamente rápidas crecen mientras nadie las ve, pero existen. Después partió en uno de sus primeros viajes y a la vuelta, como dice por ahí él mismo, se había hecho poeta. Y nunca dejó de serlo.

En esta recopilación de sus palabras escritas con margen, puntos, comas y en forma horizontal, puede entonces hablarse de su estilo en prosa, el mismo a fin de cuentas que el de su poesía; sobrio, reacio a todo devaneo vanguardista en pos de aplausos fáciles, naturalmente apegado a lo clásico y con la mirada puesta amorosamente en la historia, desde Homero hasta la poesía inglesa, pasando sin embargo por Apollinaire, Melville, Beckett y todos aquellos libritos que subrepticiamente Alvaro, no sé de dónde los sacaba, me prestaba entre ires y venires sobre las veredas de nuestro barrio, en los momentos libres que nos dejaba el frenesí juvenil y superficial de la época de la revolución de las flores.

Después la vida se nos hizo dificil, el lector comprenderá cuán difícil leyendo ciertos pasajes de estas prosas (cuánto más leyendo su poesía) de un poeta relativamente actual que en poco o nada se diferencia de tantos escritores de todos los tiempos que despotricaron a consciencia contra una sociedad injusta y cruel.

Pero volvamos a referirnos al estilo, a la forma, a la ciencia innata de musicalizar las palabras y su significado, al buen gusto, en fin, no se puede mi amigo quejar de no tener ese don. Álvaro Ruiz es escueto y enemigo del esfuerzo; si nos vamos por un momento al campo extraliterario podría decir que para muchos pasa por un tipo excesivamente flojo y eso irrita a cualquiera en estos neuróticos tiempos; pero tengan por seguro que hubo otros, mucho mejores, en que dicha disposición era considerada una virtud. Al menos en literatura sí lo es.

Alguien se refirió al escritor chileno Federico Gana (abuelo del que esto escribe) con las siguientes palabras: «… su tendencia íntima y profunda era un señorial reposo …» Le calzan perfecto al autor del libro que tenéis entre las manos. Con su mirada reflexiva, con su caminar lento, ha recorrido buena parte del mundo, sobre todo América, en que curiosamente le ha tocado vivir largos períodos en los dos focos más importantes de la cultura precolombina, México y Perú, países sobre los cuales se explaya singularmente en crónicas donde hace brillar los detalles históricos que le han impresionado y escritores con los que se identifica. Gracias a su fino oído sabe retener y trasmitir lo más significativo y con una actitud tiernamente didáctica, (pienso que este libro podría incluirse en el programa de enseñanza media), informa y explica cuidadosamente sin establecer distinciones entre los lectores a los que se dirige.

Con excepción de algunas sobre dichos países, la mayoría de las composiciones de esta publicación han sido firmadas en la región de Coquimbo y La Serena, tierras de clima benigno en las que nuestro poeta se afincó hace (ivaya!) más de una década. La primera de ellas, que cabe en la categoría de cuento, transcurre y da cuenta de estas comarcas, ya no tan afables, en su dimensión más oscura y sórdida.

Hay dos constantes que planean como una sombra a lo largo de todas las piezas que componen este volumen: la muerte y el encono contra la política neoliberal que arrecia actualmente en nuestro país con especial violencia. A la primera dejémosla pasar con debido respeto y reconozcamos que de parte de artistas como este y tantos otros en cuya obra se filtra la denuncia, digamos Manuel Rojas para nombrar a uno, la protesta viene de lo más profundo de la sangre y de la carne propia, dejando al descubierto cómo la finura, inteligencia o sensibilidad, que debería presagiar un mundo mejor, aún es pisoteada y mirada en menos a favor de ridículos y malolientes realities. ¿acaso así ha sido siempre y lo seguirá siendo?

En otras breves reseñas obligadas por el prestigio adquirido, el autor comenta exposiciones, libros de poesía, eventos y revistas locales, de las cuales una que me entero sólo ahora y con sorpresa que es fundador gracias a una breve y magistral editorial que aparece en estas páginas. Su presencia prolongada en la región comienza a dar sus frutos, uno de ellos este libro, merecido galardón con que Chile anuncia sus primeros pasos hacia la descentralización.

Realiza motu proprio sentidos artículos necrológicos de sus amigos muertos y se sienta a reflexionar sobre sus pasadas andanzas por Santiago, ciudad si no de su nacimiento, sí de su infancia y juventud; la adultez es una palabra inventada y de su falacia provienen todos los problemas, la vejez claro que existe, pero todos morimos jóvenes.

Con fluidez y amenidad revive sus tiempos en la capital cuando en pleno invierno dictatorial un grupo de poetas y escritores se refugió durante años en el bar de la Unión Chica (Nueva York 11) alrededor de reconfortantes botellas de tinto y de su contramaestre Jorge Teillier, quien predijo que dicha confraternidad llegaría a ser legendaria.

Su amistad con el poeta de los lares fue larga, productiva e íntima, como se constata por la información y anécdotas de primer cuño que aparecen en este libro, libro cuyo prólogo, ya suficientemente largo, toca a su fin y espero se lo hayan saltado pues me bastó (a mí que algún elogio he recibido por mi pluma fácil de aficionado) abrir al azar una página cualquiera del manuscrito de esta obra para ver lo torpe de mi mano y de mi estrecho corazón, inclinándome con humildad y admiración ante una vocación auténtica y un talento superior.

Sé que muchos más apreciarán esta Prosa Reunida del poeta Alvaro Ruiz en su justo valor.

Andrés Gana Santiago, noviembre de 2013.

Reseña del libro «Prosa Reunida» en periódico El Siglo

Por Isabel Gómez: periódico El Siglo

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